Revista Opinión

Un mundo feliz (1932)

Publicado el 14 octubre 2016 por Vigilis @vigilis
Antes de escribir Un mundo feliz Aldous Huxley era un autor satírico. En sus libros de la década de los felices 20 describía a la clase alta de su época con no poco cachondeo y criticaba el cinismo de intelectuales y artistas de renombre que navegaban en una sofisticación circunscrita a ambientes elitistas mientras el resto del mundo se recuperaba del horror de la Gran Guerra y era intoxicado por la fiebre totalitaria y la nueva moda de la política dirigida a la masa.
Un mundo feliz (1932)
De su obra más conocida se han escrito innumerables trabajos. Con Un mundo feliz sucede lo que con todas las obras clásicas: todo el mundo ve ahí lo que quiere ver. Nada tengo en contra de las conclusiones que saca el personal al fin y al cabo los juicios surgen del conocimiento y experiencias de cada uno. Lo que sí echo un poquito en falta es recordar que la motivación primera de Un mundo feliz no era la de ser ninguna fábula sobre los riesgos del consumo en masa, del progreso, del desarrollo de las técnicas de eugenesia y condicionamiento psicológico sino el ser otra sátira más, en este caso... de las fábulas sobre las virtudes y vicios del progreso que tuvieron éxito en las primeras décadas del XX.
Me explico. Por una parte la interpretación común de Un mundo feliz es la denuncia del progreso. Quienes así lo interpretan nos advierten de los peligros del hedonismo social y de poner la ciencia al servicio de los placeres humanos. Al mismo tiempo hay una crítica a la sociedad de consumo cuando en el libro nos dicen que al tener todo disponible ya nadie quiere nada. Un mundo feliz sería así una distopía que nos enseña un mundo futuro en el que se ha construido una utopía —todas las necesidades están cubiertas y el conflicto no existe— por la que la humanidad ha tenido que pagar el precio de desconocer el amor, el arte, la inventiva, etc.
Pero es que por otra parte podemos interpretar la obra en el contexto de la carrera literaria previa de Aldous Huxley. Así, esta novela vendría a ser un juego satírico, casi humorístico y con la vista puesta en el éxito comercial ya que la pretensión no iría más allá de la inspiración en obras como las de H. G. Wells —Una moderna utopía, por ejemplo— o los ciclos de espada y planeta o los ensayos del socialismo científico en los que innumerables autores nos describen la sociedad "como se supone que debe ser".
El gafapastismo y cejijuntismo de interpretar Un mundo feliz como una llamada de atención ante la deriva egoísta y narcisista que toma la sociedad desaparece en el momento en que pensamos la obra como una sátira de la gente que se pasa el día advirtiéndonos del egoísmo y narcisismo de la sociedad.
Tomad por ejemplo Las uvas de la ira o incluso La cabaña del tío Tom. Obras clásicas de las que han surgido infinidad de trabajos derivados y debates sobre las injusticias y calamidades de sus épocas que son las injusticias y calamidades de todas las épocas (por eso son clásicas, vaya). Imaginaos versiones satíricas de estas obras. Mejor aún: imaginaos que descubrimos documentos de sus autores en los que confiesan que todo era una sátira sobre los tíos pesados que se pasaban todo el día hablando de las calamidades de sus épocas. Claro, la interpretación cambiaría totalmente y mucho listillo se enfadaría.

Un mundo feliz (1932)

"We're not too stupid and we're not too bright. To be a gamma is to be just right".

En el fondo mi problema es la manía que tienen muchos de sacralizar cosas. Un mundo feliz no es una novela de ciencia ficción donde se explora cómo cambia el ser humano en un ambiente en el que se aplica cierta tecnología (fecundación in vitro, condicionamiento psicológico, reparto obligatorio de droga, estratificación social, etc.) sino una denuncia del rumbo que está tomando la humanidad, es decir, una novela que ya no es de ciencia ficción sino moralizante. Y ahora pienso en los listos que no pisan una iglesia pero que apestan a púlpito.
Lamentablemente nada de esto es exactamente así. Aunque la motivación inicial de Aldous Huxley era la de escribir una sátira de las historias de Wells, por el camino experimenta con el sentido moralizante y se da cuenta del potencial que tiene. Posteriormente, ya labrada su fama, Huxley continuará explorando esa (jugosa) vía en sus múltiples apariciones públicas y obras, denunciando el rumbo que toma la humanidad (creo recordar que se convierte al hinduismo, cosa que hacen los occidentales que no están muy bien de la cabeza, añado).
Si hay algo que caracteriza el pensamiento humano es la disonancia entre cómo son las cosas y cómo cree que son las cosas. Disonancia que crea un espacio intermedio que cada uno rellena con el cómo deberían de ser las cosas. Sobre todo a partir de la Segunda Guerra Mundial y pese al trabajo de algunos autores de la edad de plata de la ciencia ficción que nos hablan de la tecnología puesta al servicio del hombre, la descripción del rumbo futuro de la humanidad ha sido cubierta por un manto oscuro.
Así, si anacrónicamente interpretamos Un mundo feliz como una distopía, pero una distopía luminosa en el sentido de que la población general no lo pasa mal, 1984 vendría a ser una distopía oscura donde la población general (al menos la mayoría) lo pasa muy mal. No son pocos los trabajos que comparan las dos obras y a estas alturas sería un repetitivo ejercicio de pereza mental el insistir en ello. Sin embargo, es necesario hacer notar que las distopías a partir de 1984 pasan a ser todas oscuras y que el modelo de utopía lo mata la propia 1984. A partir del horror de las bombas atómicas ya no existen trabajos relevantes sobre descripciones utópicas del mundo al estilo de Wells o de los viejos anarquistas. Ciertamente hay destellos de estas utopías en algunos trabajos pero ya no forman un género propio.

Un mundo feliz (1932)

¡Por Ford!

Y reconecto sutilmente con el tema de la disonancia apuntado antes. Me llama especialmente la atención que precisamente después de la Segunda Guerra Mundial no se explore el género utópico porque lo que nos ha demostrado la historia es que el mundo no está condenado a un futuro tecno-lúgubre. Tal como se describía la extrema pobreza en los años 80 hoy podemos decir que está erradicada; la alfabetización, la longevidad, la desaparición de enfermedades, el número de víctimas y desplazados por los conflictos, la renta, el tiempo libre,... cualquier indicador que mida la calidad de vida en cualquier lugar del planeta se ha disparado y cada vez los cambios son más rápidos. La realidad contrasta con la insistencia del relato del oscuro futuro que nos aguarda. Habría que explorar el por qué de esto.
Volviendo al libro de Huxley y dejando a un lado la cansina lectura como fábula que explica lo malos que somos los seres humanos, la obra tiene algunos puntos que la hacen particularmente interesante. Por ejemplo, me gusta mucho el asunto de la estratificación social de la cuna a la tumba cuando todavía no se había descrito la teoría genética basada en la molécula de ADN y cuando tendrían que pasar 40 años hasta la primera fecundación in vitro. Huxley usa todo lo que se conoce en su época (1932) para explicar cómo son las personas en ese futuro fantástico. Y ahí mete la selección de rasgos, el condicionamiento pavloviano, el preconsciente de Freud y después en la organización social de los individuos adultos tira del hilo de la producción en cadena de Henry Ford y de la teoría de la gestión de la empresa industrial de Taylor. El viejo Aldous lo usa todo.

Un mundo feliz (1932)

"Epsilon minus semi-moron".

Otra cosa. El salvaje aprende a leer con las obras completas de Shakespeare y cuando visita Londres expresa parte de su pensamiento recitando versos de ese autor. ¿Os habéis fijado que sibilinamente eso se ha convertido en un cliché? Recuerdo que en Mensajero del futuro (vagamente del mismo género) el malo cita a Shakespeare para distinguirse de la soldadesca que le sigue.
Más. Dejando a un lado el antisemitismo descarnado de Henry Ford, el industrial americano que en Un mundo feliz pasa a ser una figura semi-religiosa, no es sólo conocido por poner en práctica la producción en cadena sino por bajar mucho los precios de sus automóviles haciéndolos asequibles para el gran público y al mismo tiempo por subir los salarios a sus trabajadores y mejorar sus condiciones de trabajo. No sé si es una anécdota real de Ford pero se cuenta que aspiraba a que sus obreros pudieran comprar los mismos coches que fabricaban. Este tema está presente en la novela de Huxley: consumo y producción como dos caras de la misma moneda. Incluso se podría decir que la relación que tienen los felices con el salvaje es de producirlo (es hijo de dos de ellos) y consumirlo (se acaba suicidando por la presión derivada de su contacto con los felices).

Un mundo feliz (1932)

Los delta dan un poquito menos de asco que los épsilon pero aún así, tela.

La línea argumental del salvaje es tan importante como la descripción de la sociedad feliz. Se diría que es una historia mesiánica, redentora, pero truncada, inacabada. El salvaje tiene un punto de vista más parecido al del lector de 1932 y en manos de cualquier autor perezoso sin duda sería el hilo conductor de la redención o liberación de esa sociedad feliz. Pero no existe tal redención (parece que lo intenta en un momento dado cuando empieza a destrozar un puesto de reparto de soma) pues al salvaje lo exilian, lo convierten en una caricatura y después se suicida. Dije que no iba a entrar en comparaciones con 1984 pero si me permitís os recuerdo que Winston Smith es también un mesías truncado: al final de la novela O'Brien logra que Winston ame al Gran Hermano. La secuela del primer libro continuaría con el mundo feliz y sus mujeres neumáticas y la del segundo libro continuaría con la guerra infinita y la omnipresente Ada Colau con (más) bigote.
Hoy en día está prácticamente prohibido que las historias no acaben bien. Como nos insisten continuamente con lo mal que va el mundo, en la ficción necesitamos que las cosas acaben bien debido a nuestra necesidad de cierto desahogo espiritual o debido a alguna otra razón menos rimbombante y menos improvisada.
Recapitulo: la cuestión es no tomar Un mundo feliz como una distopía sino como una crítica a la utopía y tratar de diferenciar las dos cosas. Cuesta un poquito más, pero.

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