Revista Arte
Un naufragio artístico salvado entonces por la impenitente ansia tan humana de copiar.
Por ArtepoesiaCuando las cosas naufragan dejarán de ser, aunque sigan existiendo. Entonces vagarán por el limbo jurídico de lo impreciso, de lo indelimitado, de lo imposible, de lo insensato o de lo desaparecido sin final. Porque, sin embargo, las obras creadas entonces dejarán de serlo, de haber sido incluso creadas alguna vez. Salvo que algún día las cosas hundidas dejen ya de estarlo. Porque hoy, en determinadas circunstancias, la tecnología nos permite y permitirá aún más recuperar del inframundo abisal de los naufragios gran parte de lo perecido en el pasado. Pero, ¿y antes, cuando los mares vencían con su magnitud la voluntad de los hombres de recuperar ya lo perdido? Por esto las obras de Arte -objetos que sólo existieron si existen aún- nunca se catalogarían ya después de los desastres irreversibles -no en el caso de los robos, que puede ser reversible- como objetos con sentido, con pasado, entidad o con recuerdo. Sencillamente, dejaron de existir, y por lo tanto -en el Arte- como si nunca hubiesen existido.
Uno de los períodos artísticos más exitosos en la Historia fue el comprendido en Holanda durante parte del siglo XVII, desde sus inicios hasta la invasión francesa de 1672, también conocido como Siglo de Oro de la pintura holandesa. En estos años, el país conseguiría ya una sociedad tan próspera y liberal que los pintores proliferaron por doquier. Tanto la economía -fueron los más activos comerciantes- como la religión -el calvinismo cambiaría las costumbres- condicionaron un tipo de hacer pintura y de hacer Arte. Ahora las escenas dejaron ya de ser exclusivamente religiosas, o mitológicas, para transformarse en realistas escenas cotidianas, en un reflejo extraordinario de las costumbres ordinarias y de las vidas interiores -dentro de las casas- de los hombres.
Y así se llegarían a pintar todas las cosas imaginables de la vida rutinaria de las gentes. Estas obras abundaban ya por todos los rincones, y eran adquiridas no solo por ricos o pudientes sino por cualquier persona -artesana o comerciante- que quisiese adornar sus paredes ahora con ese maravilloso Arte. La calidad, sin embargo, desmerecería mucho los valores más estéticos entre la abundancia de las obras y la temática -cosas tan vulgares y tan simples- propia de sus creaciones, así que algunos creadores -de la escuela de Leiden por ejemplo- comenzaron a afinar aún más sus trazos de estilo para hacer de sus obras unas muy elaboradas composiciones, aunque se trataran de escenas cotidianas, realistas, o de costumbres humanas ahora tan vulgares y corrientes.
Y en esta escuela holandesa de Leiden proliferaron algunos artistas, aunque sólo unos pocos llegaron a merecer el elogio de los años. Algunos muy conocidos -como el gran Rembrandt-, pero la mayoría no lo fueron tanto. Sin embargo, sí destacaron unos pintores que sí fueron valorados en su época, aunque fue luego, en los siguientes años, cuando los grandes compradores de Arte -las cortes europeas del ilustrado siglo siguiente, el XVIII- volvieron ahora sus ojos a estas sencillas -por su temática- aunque ya magistrales obras maestras holandesas. Uno de aquellos creadores lo fue el pintor del Barroco Derrit Dou (1613-1675), también conocido como Gerard Dou en el resto de Europa .
Sobre 1648 compondría este pintor holandés un tríptico, una estructura especialmente más habitual ya en obras religiosas de otros artistas barrocos -también sobre todo de siglos y tendencias anteriores- de países europeos ahora mucho más devotos. Pero él entonces, más acorde con su realista, costumbrista y pagana forma de crearlos llevaría ahora al gran Arte holandés, al mismo Arte de aquellos alardes espectaculares y tridimensionales de otros estilos y momentos, sus creaciones más intimistas y humanistas, desarrolladas no ya tanto para adoctrinar, extasiar o iluminar, como para asombrar, estimular, maravillar o educar ahora bellamente.
Y así fue como su obra denominada Alegoría de la educación artística sorprendería mucho, además de por una muy elaborada técnica del claroscuro y de sus escenas armoniosas y perfectas, por la manera en que acompañaría aquí -con el tríptico- las diferentes formas de desarrollar o educar un arte -en este caso artesanas actividades- con otras no menos carentes de habilidad entre las variadas costumbres de los hombres. Pero, sin embargo, esta magnífica obra de Gerard Dou no la veremos nunca. Porque la que ahora vemos aquí no la realizó él, aunque él si que ya la compuso antes. Esta que vemos ahora fue copiada de la suya original por un pintor alemán afincado en Amsterdam, Willem Joseph Laquy (1738-1798), y que la pintaría, con toda seguridad, antes del fatídico verano de 1771.
El tríptico de Dou adquiriría ya tanta fama por entonces, mediados del siglo XVIII, que los más poderosos compradores europeos se quisieron hacer con él. La amante del rey francés Luis XV, la marquesa de Pompadour, quiso regalárselo al monarca galo febrilmente, pero ignoraba que, todavía, habría otra gran mujer -mucho más grande- que también lo querría apasionadamente. La emperatriz de Rusia, Catalina II, anhelaría el tríptico de Gerard Dou quizás con mayor ahínco. Esta zarina rusa se caracterizó por ser una de las mujeres más ilustradas de ese siglo, y no podría dejar pasar la oportunidad de poseer una de las obras más emblemáticas del rasgo ilustrativo de la época.
Así que cuando se celebró una subasta en Holanda en julio de 1771, el tríptico de Dou se llegaría a cotizar ya por unos 14.000 florines de entonces, cantidad que abonaría Catalina II de Rusia por su deseada obra del maestro Dou. Los holandeses organizaron hábilmente el traslado de las obras hacia Rusia. El cargamento del buque fletado incluiría además otras creaciones y otros muchos objetos artísticos de gran valor, así que la carga, al parecer muy bien embalada y protegida, embarcaría en Amsterdam con destino a San Petersburgo en septiembre de ese mismo año. Pero, sin embargo, nunca nada llegaría a Rusia ni a ninguna parte. El buque holandés, el Lady María -Frau Maria o Vrouw Maria-, naufragaría a unos doce kilómetros al sudeste de la isla de Jurmo, en el mar Báltico -hoy una isla de Finlandia, entonces aún territorio de Suecia-.
Y el Museo Nacional de Amsterdam, el Rijksmuseum -aperturado a comienzos del siglo XIX-, quiso con el tiempo poseer el recuerdo de aquel tríptico así como de otras obras del pintor de Leiden y de otros creadores holandeses ya de entonces, todas ellas copias de obras originales desaparecidas en aquel naufragio. Y así es como aparecen expuestas en este importante museo holandés las imágenes -copiadas- de aquellas barrocas obras. Pero, ahora, con la leyenda titulada del famoso apelativo que suele añadirse a las obras que magistral, artística y legítimamente han sido ya copiadas: después de. La obra holandesa aquí mostrada es Alegoría de la educación artística después de Gerard Dou, del autor Willen Joseph Laquy. Existe otra obra en este museo de una que naufragara también en aquel barco, en este caso de otro famoso pintor holandés, Gerard Ter Borch (1617-1681), la cual se copiaría sobre 1728 por un autor desconocido y que se titula en el museo de Amsterdam como Joven con perro después de Gerard Ter Borch (aunque en algunos lugares ni siquiera se especificará el después de, lo que llevará a una confusión histórica).
De aquel naufragio -y de estas obras- no se volvió a saber ya nunca nada hasta el año 1999, cuando el buzo y buscador de pecios finlandés Rauno Koivusaari hallara los restos hundidos del famoso velero holandés. Así que ahora la inexistencia, de pronto, acabará por devolver a la realidad de lo inesperado aquellos objetos maravillosos, aquellas obras de Arte que un día ya dejaron de ser. Ahora, los holandeses, los fineses, los suecos y, por supuesto, los rusos desearán eliminar más de doscientos años de golpe para volver a aquellos años finales de 1771 -aunque quizás menos a Finlandia le interese ahora atrasar el tiempo, hay que tener en cuenta que no hace ni cien años que Finlandia existe como país-. Al parecer, los cuadros fueron envueltos en estuches de piel de arce para, luego, colocarlos además en vasijas de plomo y cubiertas con cera. De ser todo así es muy posible que el tiempo y el agua no hayan deteriorado, aún mucho más, todas aquellas maravillosas y ahora reexistentes obras de Arte.
(Tríptico Alegoría de la educación artística, después de Gerard Dou, realizado entre 1760-1771 por Willem Joseph Laquy, -sin embargo la obra original fue realizada ya por el pintor del barroco holandés, de la escuela de Leiden, Gerard Dou sobre 1648, desaparecida en el naufragio del Frau Maria en octubre de 1771-, Rijksmuseum, Amsterdam; Óleo La villa a orillas del río después de Jan van Goyen -pintor holandés del barroco, 1596-1656-, obra realizada por su compatriota y coetáneo Jan van der Heyden, 1637-1712, antes de 1712, aunque el original relacionado en la aduana holandesa de 1771 aparece esta obra como del maestro Jan van Goyen, perdida en el naufragio del Frau Maria en 1771, Rijksmuseum, Amsterdam; Pintura desaparecida también en ese naufragio, Joven con perro después de Gerard Ter Borch -pintor holandés del barroco, 1617-1681-, realizada por autor desconocido antes de 1771, Rijksmuseum de Amsterdam, Holanda.)
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