Revista Cine

Un pañuelo de seda

Publicado el 24 septiembre 2013 por Jesuscortes
UN PAÑUELO DE SEDA Todo termina en 1959.
Guru Dutt había puesto apasionadamente todo lo que sabía y vaciado cuanto soñaba en la filmación de su última obra maestra.
El gran éxito obtenido por "Pyaasa" apuntaba a que "Kaagaz ke phool" debía ser su cumbre artística, así que cuando llegó el fiasco comercial del film, no se repuso.
Un fracaso quizá relativo en números, pero resulta fácil entender la decepción y la consiguiente inseguridad (ya crónica) del creador de semejante obra al ver otros films inferiores cobrar mayor relevancia, más aún en esos momentos de descubrimiento internacional del cine indio. Cinco años después, Dutt se dará muerte en tristes (y secretas e intrincadas, como su cine) circunstancias, sin haber vuelto a firmar ninguna película más. Tenía 39 años. El futuro, que ya no vio, no iba a caminar muchos pasos en su dirección.
Ni los melodramas torrenciales, ni el arrojo de sus protagonistas para perderlo todo si se salvaguardaban la dignidad y los escrúpulos, ni cómo entendió el amor (tan férreo el propio como el profesado) ni la importancia que concedió a la fantasía, serían asuntos centrales para los cineastas de generaciones posteriores y sí en cambio los fondos de sus relatos acapararían todo el protagonismo: la política, la Historia (o ambas juntas a raíz del conflicto de Bangladesh y el auge de postulados marxistas), la pobreza insigne, la erosión del tiempo, las pequeñas victorias de los desclasados.  
Aparte del totémico Ray, las predilecciones respecto al cine de su país se dirigirán a los antiguos críticos Mrinal Sen y (sobre todo) Ritwik Ghatak, al indudable talento plástico de los "bressonianos" Mani Kaul y Kumar Shahani, al muy interesante Adoor Gopalakrishnan, etc., sin posibilidad parece ya para que ni una Aparna Sen, ni siquiera un "clásico" tipo Bimal Roy o un "moderno" como Raj Kapoor, para los que Guru Dutt o Kamal Amrohi fueron una especie de puente, usurpen su lugar.
Las dos obras en que intervino Dutt como productor y actor en ese postrero lapso de tiempo hasta su suicidio, nominalmente dirigidas por los olvidados Mohammed Sadiq y Abrar Alvi (no cuento la póstuma "Baharen phir bhi aayengi" que ni se había empezado cuando murió), fueron y parecieron, entonces como ahora, tan indeleblemente suyas como las ocho anteriores que llevan su nombre. UN PAÑUELO DE SEDA Quizá por ser la última que lo acogió con vida, es "Sahib Bibi aur Ghulam" de 1962 la que tiene una cierta reputación, no muy merecida.
Promete su apertura y no le faltan bellezas, pero tiene baches importantes de ritmo, le pesan los minutos, varias de sus ramificaciones... hasta algunas canciones, cosa rara, aportan muy poco. Achacar al pobre Alvi todos los defectos sería un poco ventajista. Escasas referencias en cambio hay de "Chaudhvin ka chand" (1960), el único film de Dutt que contiene imágenes en color y jovial complemento de la monumental "Kaagaz...", de la que se descuelga como una península poco visitada, sin populares atractivos. Se accede desde "Kaagaz..." a ella por un sendero no muy distinto del que comunicaba en el cine de Richard Quine a "The notorious landlady" con su predecesora "Strangers when we meet". Es la misma sucesión de miradas, no tan directa y enamorada y visceral a sus actrices (Kim Novak y Waheeda Rehman), mirada tal vez ahora más relajada, pero igual de embelesada.
Dan estos films la oportunidad - única, pues sus primeros policiacos, derivativos de una iconografía muy marcada y adaptada a las liturgias nacionales, eran otra cosa -, y especialmente el equilibrado "Chaudhvin ka chand" de ver al más maduro Dutt posible desenvolviéndose en un cine convencional, donde se perciben con la misma nitidez sus finas puntadas por más recio que fuese el telar.
UN PAÑUELO DE SEDA Qué joven era.
Su talento visual, el clásico ímpetu ingenuo de sus interpretaciones, las insinuaciones que tratan de ser altivas y resultan aniñadas de la bellísima Rehman, ver cómo captura a toda velocidad una amistad a tres bandas que se diría sacada de un Richard Thorpe de los 50, contemplar cómo funciona su concepción del cine musical en contraposición a la abundancia de postizos y ornamentos de tantos colegas suyos, que no hacían sino interrumpir la narración...
Tan divertida y llena de equívocos es su peripecia, varias de sus canciones y las ocurrencias del ubicuo Johnny Walker, que resulta súbitamente desoladora su conclusión, con una muerte que sabe sin embargo a consecuencia de la verdad, no a cobardía.

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