En abril, Barcelona huele a primavera y huele a Cervantes. El 23, día de san Jorge, se regalan libros para conmemorar su muerte, aunque en realidad sea la fecha de su entierro.
Como consigna Jean Canavaggio, su biógrafo, murió el día anterior, el 22. El azar hizo que coincidiera con la muerte de Shakespeare, que tampoco sucedió el día 23, sino el 3 de mayo. La causa: el desfase que llevaba Inglaterra respecto a la Europa católica, por su negativa a implantar el calendario gregoriano, manteniendo el antiguo calendario juliano hasta mediados del siglo XVIII. Sea como fuere, la casualidad ha hecho que cada año se celebre una efeméride que nunca llegó a producirse. Pero es lo que tienen las tradiciones: que son difíciles de variar. De manera que Barcelona se convierte en la más cervantina de las ciudades: proliferan los puestos de rosas (que, en tiempos del #MeToo espero que algún día destierre el feminismo: la tradición dicta que se regalen a las mujeres amadas o próximas, porque se sobrentiende que quienes leen son los hombres) y las librerías sacan su mercancía cultural a la calle.
Los barceloneses, y un sinnúmero de visitantes, salen a la calle a celebrar, ni que sea por un día, la importancia de la lectura, el amor a los libros, la luz y la primavera. Por la noche, pasado ya el hervor del consumo cultural, las terrazas de los bares se llenan de gente cansada, pero no harta, deseosa de relajarse junto a una cerveza, y las aceras parecen emular el alegre bullicio del Baile en el molino de la Galette de Renoir. Entre sus pies descansan las bolsas llenas de libros, páginas que les guían a nuevos mundos por vivir y que les ayudaran a cubrir unas horas de ocio.
Todos sabemos que este año no va poder ser así, aunque el confinamiento debería invitar a la lectura. Por ello, en compensación, ofrezco aquí un pequeño paseo por los lugares más cervantinos de Barcelona y los que nuestro autor pudo visitar o los que retrató en su obra. En ella, junto al mar como mítico final de su camino, acaba don Quijote su viaje. ¿Conoció la ciudad directamente?
Qué duda cabe. ¿Por qué, si no, sitúa la acción de la novela? Es cierto que don Miguel no es un autor realista, pero la mayoría de sus escenarios son lugares que ha conocido directamente, como la Sevilla de Rinconete y Cortadillo, la Roma del Persiles, los sucios y polvorientos caminos de la Mancha que el propio autor recorrió en pos de sus comisiones en Andalucía. No es necesario discutir mucho estos aspectos. Por la misma razón, debió conocer bien la ciudad condal. Martín de Riquer supuso que estuvo en dos momentos bien diferentes de su vida.
La primera visita debió ser en 1569, cuando con 22 años viajó a Roma huyendo de Madrid acusado de haber herido en duelo a Antonio Segura. Aunque estaba en busca y captura, se le condenó a la amputación de la mano derecha (ironías del destino) y a un destierro de diez años. No existen pruebas de la estancia del futuro escritor en la ciudad, pero parece lo más probable, sobre todo si se siguen las pistas que ofrece la historia de Timbrio y Silerio en La Galatea, la primera novela publicada por nuestro autor. Las referencias a Cataluña muestran, según Riquer, un conocimiento muy directo de la realidad inmediata, especialmente en lo que se refiere a un fenómeno que volverá a salir en la segunda parte del Quijote: el bandolerismo.
La segunda vez en la que vivó en Barcelona, esta vez de forma más relajada y sin la condición de prófugo de la justicia, fue en 1610. El conocimiento que muestra sobre la ciudad tanto en la novela ejemplar de Las dos hermanas como la segunda parte del Quijote (sobre todo el personaje de Roque Guinart) hacen suponer una estancia reciente en la ciudad. El objetivo era entrevistarse con el conde de Lemos para que lo admitiera en su séquito e ir a Nápoles, pues donde había sido nombrado virrey. Cervantes ansiaba una plaza en la nueva administración. No lo consiguió, aunque siguió intentándolo: en 1613 le dedicó sus Novelas ejemplares; en 1615, la segunda parte del Quijote. Su estancia, infructuosa, debió de durar cuatro meses, de abril, precisamente, septiembre.
- La entrada a Barcelona. Empezaremos nuestro paseo cervantino por la Puerta del Ángel (Portal de l'Àngel), junto a Plaza Cataluña. Era una de las puertas de entrada a la ciudad en la muralla que la rodeaba. Sin embargo, no es la que utilizaron don Quijote y Sancho, como veremos. La calle, convertida en un paseo comercial, permite este año que los barceloneses podamos volver a disfrutar de un espacio hasta ahora abarrotado de turistas de todo pelo.
Al llegar a la calle Canuda giraremos a la derecha en dirección a la plaza Villa de Madrid. A finales del siglo XVI, la plaza estaba ocupada por el convento de Santa Teresa de monjas carmelitas descalzas. En los años 50 del siglo XX se derruyó el convento con la intención de levantar un edificio de viviendas. Sin embargo, se descubrieron los restos de una Avenida Sepulcral romana, que puede observarse desde lo alto de la plaza, en un foso. Era una de las entradas a la ciudad en los siglos II y III y cuyos monumentos funerarios pueden visitarse desde lo alto del pequeño jardín. Una entrada más a Barcelona.
Junto a la plaza, se encuentra el Ateneo de Barcelona (Ateneu Barcelonès), centro de la vida cultural de la ciudad desde su fundación, en 1872. Por sus espacios ha transitado lo mejor de la vida cultural catalana y española: en su jardín romántico todavía se conserva el rincón García Lorca, en recuerda al lugar en el que estuvo el poeta. En 1873 se hizo un homenaje a Cervantes, evidentemente en abril, y para conmemorarlo, publicaron una edición facsímil (mediante la técnica del fotograbado) de la primera edición del Quijote. Destaca su biblioteca, quizá la biblioteca privada más importante de la ciudad. Pero nos interesa aquí su edificio: aunque de finales del siglo XVIII, se construyó sobre unas casas antiguas. Quizá por ello resulta una primera aproximación al palacio barcelonés característico del siglo XVII y que veremos más adelante: amplia entrada de caballos, patio empedrado central con un desagüe para aprovechar el agua y una escalera de piedra que conduce hacia las estancias señoriales del palacio en la planta superior.- El Cristo de Lepanto. Nuestra siguiente parada es la catedral de Barcelona. De camino pasaremos por la calle Portaferrisa. El origen de su nombre es la fuente, que actualmente está en esta calle esquina con Ramblas. Fue construida en 1604, aunque al otro lado de las Ramblas, junto a la iglesia de Belén (calle Xuclà esquina del Carmen) y se trasladó al emplazamiento actual a finales del siglo XVII, ya en el interior de la muralla. La continuación de la calle Portaferrisa es la calle de Boters (de los Toneleros), que lleva directo a la plaza de la Catedral. Cuando entremos en ella, encontraremos nuevo vestigio de la Barcelona romana: el monumento a BARCINO y las torres de vigilancia, que fueron utilizadas durante la Edad Media como silos para el grano. También es romana la parte baja de los muros, reconocible a simple vista. Fueron aprovechados para construir nuevas edificaciones en los siglos posteriores.
- Roque Guinart. Al salir de la catedral volveremos hacia la calle dels Boters en dirección a la calle del Pino. Antes de llegar a esta calle encontraremos a mano izquierda la plaza de Frederic Marès, cerrada con una valla pero que permite ver nuevos restos de la muralla romana con edificaciones medievales sobre ella. Ya en la calle del Pino, a mano izquierda, vamos caminando hacia la Plaza de San José Oriol. Hemos de fijarnos en que entre los pequeños comercios -la mayoría en situación agónica en esta tranquila Barcelona sin turistas- sin apenas clientes, encontraremos un pequeño callejón a mano derecha: es la calle de Perot lo Lladre. Con este nombre se conocía a Pere Rocaguinarda, el famoso bandolero. El personaje fascinó a Cervantes (pues es el único personaje histórico del Quijote), y no es de extrañar. Nacido en Oristà, cerca de Vic, en 1582, participó desde bien joven en el bando de los nyerros, opuestos a los cadells. Este enfrentamiento constituye, prácticamente una guerra civil en la Cataluña rural. Cuando Rocaguinarda y los suyos fueron declarados proscritos, se refugiaron en las montañas cercanas a Vic, donde se hicieron fuertes y se les unió un buen número de personas de diversa procedencia: no solo catalanes, también franceses. Era una milicia compuesta por gente descontenta con la política llevada a cabo por la oligarquía y la corona. Hubo varios intentos de acabar con Rocaguinarda. En 1608 la ciudad de Barcelona organizó y pagó un ejército de unos 500 hombres para enfrentarse con los nyerros, pero fueron derrotados por los hombres de Rocaguinarda. En 1610 la ciudad de Vic organizó una Liga Defensiva, pero también fue derrotada. Rocaguinarda negoció con la corona su propio indulto (y el de sus gentes) sin éxito, aunque acabó tomado la ciudad de Vic, donde el pueblo lo recibió con gran júbilo. Finalmente, consiguió el indulto en 1611. Pero el bandolero no debería saber llevar una vida pacífica en sociedad, pues embarcó hacia Nápoles, donde se alistó en los tercios reales, y ostentó el grado de capitán. Murió en Italia en 1635.
Cervantes debió conocer la figura del bandolero durante su estancia en Barcelona en 1610 y tuvo que sentir la admiración que se trasluce en el Quijote: el hidalgo se topa con él en el capítulo LX de la II parte, mientras va por el bosque. Llega el capitán a caballo "el cual mostró ser de hasta edad de treinta y cuatro años, robusto, más que de mediana proporción, de mirar grave y color morena. Venía sobre un poderoso caballo, vestida la acerada cota y con cuatro pistoletes (que en aquella tierra se llaman pedreñales) a los lados". Don Quijote se siente encantado con los bandoleros.
Primero, por su forma de vida: "Tres días y tres noches estuvo don Quijote con Roque, y si estuviera trecientos años, no le faltara qué mirar y admirar en el modo de su vida: aquí amanecían, acullá comían; unas veces huían, sin saber de quién, y otras esperaban, sin saber a quién. Dormían en pie, interrompiendo el sueño, mudándose de un lugar a otro. Todo era poner espías, escuchar centinelas, soplar las cuerdas de los arcabuces, aunque traían pocos, porque todos se servían de pedreñales." No se trata de su forma de vida, centrado en la aventura, sino que encuentra en ellos un auténtico espíritu caballeresco, especialmente en el trato con Claudia Jerónima.- La imprenta de Sebastián de Cormellas. Siguiendo por la calle del Pino (del Pi), seguimos en dirección hacia la calle del Call, cuyo nombre ya nos indica que nos adentraremos en el antiguo barrio judío. Antes, llegamos a dos plazas contiguas. En la plaza del Pino encontramos la fachada de la iglesia del mismo nombre, de fachada gótica que culmina en un poderoso campanario concluido a finales del siglo XV. Era, sin duda alguna, de una de las iglesias con mayor influencia social en la Barcelona de los siglos XVI y XVII y probablemente poder económico, como refleja el hecho de poseer una importante capilla de música.
- La Academia de Buenas Letras de Barcelona. Nos dirigiremos después hacia la plaza de San Justo. De camino, tras atravesar la plaza de San Jaime, podemos pasar por la Plaza del Rey. El hermoso conjunto monumental gótico (residencia de los condes de Barcelona y del poder real) contrasta con la hermosa escultura Topos de Chillida. Nos dirigiremos directos a la calle de la Daguería. El nombre ya indica qué oficio, siguiendo la idea de agrupación gremial, se concentraba en ella, y muy probablemente fuera visitado por el propio Cervantes. Desembocamos en la plaza de San Justo. Mientras a mano izquierda se yergue la basílica barroca de los Santos Justo y Pastor (cuya fachada y campanario se concluyeron a finales del siglo XVI), en el centro destaca la fuente del siglo XIV, tres máscaras que han sufrido diferentes restauraciones. A mano izquierda encontraremos un pequeño callejón con edificios de piedra. Al fondo, aparte de unas dependencias municipales, encontramos un lugar de gran importancia para el cervantismo: la . Durante mucho tiempo acudieron a sus sesiones dos grandes estudiosos -maestros y editores- de la novela: Martín de Riquer y Alberto Blecua. Además, el edificio en el que se encuentra la Academia es el Palacio Requesens, concluido en el siglo XV y que perteneció a la Condesa de Palamós. Como el palacio que alberga el Ateneo de Barcelona, presenta un patio cuadrangular en la entrada para el coche de caballos y una escalera que conduce a las plantas señoriales superiores. Resulta interesantísimo concertar una visita, que puede realizarse los viernes y sábados.
- La calle de Montcada. Si volvemos para atrás, de nuevo por la calle de la Daguería, llegaremos a la calle de Jaime I. Giraremos entonces a la derecha para dirigirnos hacia la Via Layetana. Sin embargo, tomaremos la calle anterior (del Teniente Navarro) en dirección al mar para admirar la parte posterior del palacio Requesens, construido sobre la base de la muralla romana. Después cruzaremos la Vía Layetana para dirigirnos por Princesa a la calle Montcada. En esta calle encontraremos varias edificaciones importantes: los palacios de las familias más poderosas de Barcelona y cuya conservación actual permite recordar su aspecto originario. Me refiero a los palacios medievales de Aguilar, Meca o Barón de Castellet, actualmente unificados como sede del Enfrente se encuentra el Todos ellos presentan la estructura característica de este tipo de edificaciones: amplia entrada para caballos, patio cuadrangular con un sistema de recuperación de las aguas pluviales (heredero, claro está, del impluvium romano) y la escalera de piedra que sube a las plantas señoriales. ¿Vivía en alguna de estas casas Antonio Moreno, el ilustre barcelonés, "caballero rico y discreto", que acogió a don Quijote? Cervantes no concreta. Dice solo que el balcón de su casa "salía a una calle de las más principales de la ciudad". Es una casa amplia, con diferentes habitaciones y dependencias que no están a nivel de calle, igual que estos palacios, pues en el episodio de la cabeza encantada (cap. LXII) se describe una habitación debajo de la principal.
- La entrada marítima de Barcelona. Seguiremos por la calle de Montcada hasta llegar a la Basílica de Santa María del Mar, hermosísima edificación gótica que destaca por la pureza de su estructura, carente de ornamentación. Frente a la entrada lateral encontramos de nuevo una interesante calle gremial: la de la Espadería (Espaseria), donde se concentraban desde tiempos medievales los fabricantes de espada, el elemento distintivo de los caballeros andantes. Cuando salgamos de esta corta calle habremos llegado a la Plaza Palacio (Pla de Palau). El cambio urbanístico resulta evidente: frente a las callejuelas anteriores y las calles estrechas, nos encontramos ahora ante una plaza abierta, atravesada por una gran avenida, la de Isabel II. No ha de extrañarnos: aquí se encontraba el final de la muralla y era esta otra de las entradas de la ciudad. Probablemente fue aquí por donde don Quijote y Sancho entraron en Barcelona, como se deduce de la lectura del capítulo LXI: "....Por caminos desusados, por atajos y sendas encubiertas, partieron Roque [Guinart], don Quijote y Sancho (...) a Barcelona. Llegaron a la playa la víspera de san Juan." La visión del mar resulta impresionante para los dos manchegos: "vieron el mar, hasta entonces dellos nunca visto; parecioles espaciosísimo y largo, harto más que las lagunas de Riudera..." Como nuestro personajes, tenemos el mar delante de nosotros, aunque ahora es un espacio mucho más urbanizado, lo que ha hecho que el mar se haya retirado unos 20 metros para cedérselos a los muelles y las calles litorales. Si nos aproximamos, veremos el puerto deportivo (Port Vell) con las embarcaciones de recreo. No fue una visión muy distinta la que tuvieron Don Quijote y Sancho: "Vieron las galeras que estaban en la playa, las cuales, abatiendo las tiendas, se descubrieron llenas de fámulas y gallardetes que tremolaban al viento y besaban y barrían el agua; dentro sonaban clarines, trompetas y chirimías, que cerca y lejos llenaban el aire de suaves y belicosos acentos".
- La casa de Cervantes. Siguiendo el puerto deportivo, nos dirigiremos hacia el Paseo de Colón. En el número 2 de esta calle, mirando al mar, se encuentra la que se conoce como Casa de Cervantes, pues, como indica Riquer, se supone que allí vivió nuestro autor durante los meses que pasó en la ciudad el año 1610. Sin embargo, a principios del XVII la casa no tenía unas vistas tan privilegiadas, pues estaba en la calle de Debajo de la Muralla (de Sota la Muralla), de manera que tendría ante ella la parte marítima de esa muralla. La casa, muy bien restaurada, presenta una placa conmemorativa del ilustre inquilino. En la entrada se ha reproducido como homenaje la primera página del primer capítulo de la novela: "En un lugar de la Mancha..."
- Las Atarazanas. Ya estamos acabando. Si todavía quedan fuerzas, podemos seguir por el Paseo de Colón, pasar la plaza en la que se levanta la conocida estatua y alcanzar las Atarazanas, quizá la mejor muestra de gótico civil de Cataluña. Actualmente alberga el Museo Marítimo, pero en la época era donde se construían las embarcaciones, entre ellas algunas de las que participaron en la batalla de Lepanto. Por este motivo vale la pena visitar su interior: en ella se verá una fidelísima reproducción de la Galera Real que mandaba a la Santa Liga en la batalla de 1571 y que había sido construida aquí tres años antes. Destaca el exterior de la popa, con una ornamentación a base de figuras mitológicas diseñadas por el ilustre humanista sevillano Juan de Malara, que resumió en su tratado Descripción de la Galera Real, con prólogo de su alumno, el poeta Cristóbal Mosquera de Figueroa.
Fotografías de © Claudia León Mas
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