Cada uno de nosotros lleva consigo un Dr. Jekyll y un Mr. Hyde, una persona afable en la vida cotidiana y otra entidad oculta y tenebrosa que permanece amordazada la mayor parte del tiempo. Bajo la máscara de nuestro Yo consciente descansan ocultas todo tipo de emociones y conductas negativas –la rabia, los celos, la vergüenza, la mentira, el resentimiento, la lujuria, el orgullo y las tendencias asesinas y suicidas.
(Connie Zweig, Encuentro con la sombra)
La sombra es una personalidad agazapada, “lo que una persona no desea ser” que diría Jung, y que, sin embargo, nos domina tarde o temprano sin que la mayoría sea consciente de ello. Cuando se manifiesta con mayor fuerza es hacia la mitad de la vida, y es la responsable de la típica crisis de los cuarenta.
Connie Zweig comienza el prólogo a Encuentro con la sombra con las siguientes palabras:
En la mitad de mi vida descubrí mis propios demonios. A partir de ese momento gran parte de lo que hasta entonces había considerado como algo positivo se convirtió en una maldición.
Se dio cuenta de que jamás había tomado en serio a la sombra, creyendo hasta entonces que:
…la disciplina del autocontrol podría ayudarme a dominar la sombra del mismo modo que había hecho con mi dieta y mis estados de ánimo, que la vida interna y profunda podría protegerme del sufrimiento, que las creencias y las prácticas esotéricas podrían, en fin, aplacar el poder de la sombra.
Zweig cuenta cómo perdió las amistades en que hasta entonces se había apoyado y cayó en una profunda depresión. Con cuarenta años, “todo mi optimismo y el temperamento equilibrado que me caracterizaban se desvanecieron en la nada y me sumí en la desesperación”.
La sombra comienza a configurarse desde la infancia, cuando nos identificamos con aquellos rasgos que consideramos ideales y que proceden del ámbito familiar, escolar y social en general, al tiempo que descartamos aquellas cualidades que no se premian como adecuadas.
Conviene advertir que la sombra no es negativa por su contenido, pues éste está hecho mediante convenciones, de manera que mientras que en un ámbito familiar se pueden reprimir la sexualidad y el libre comportamiento, en otro entorno más abierto y tolerante se reprime todo lo relacionado con el control emocional y la figura de autoridad. En ambos casos, hay una sombra que tarde o temprano dará problemas.
Un ejemplo del primero sería la persona de mediana edad, feliz y pulcramente casada, que de repente llena su vida de amantes y encuentros esporádicos. En el segundo, el carácter idealista y tolerante acaba desvelando el control y autoritarismo reprimidos en cuanto tiene ocasión de expresarse en un cargo de responsabilidad comunitaria, como suele ocurrir con los idealistas más comprometidos a los que, se suele decir, preocupan mucho los asuntos concernientes a la humanidad pero desprecian a cualquier ser humano concreto que se les ponga por delante.
Es la represión, y no lo que se reprime, lo que configura el proceso.
Aunque las presiones durante la infancia consigan cambiar el cauce de la personalidad, las cualidades innatas no se pueden destruir. Sólo se consigue empujarlas hacia el fondo, hacia el inconsciente, donde se va formando una personalidad, o varias, con los elementos desechados por el consciente.
Así que nuestra silueta oscura no sólo tendrá aspectos “malignos” en el sentido moral de lo establecido, sino también potencialidades que las circunstancias han impedido cultivar. Por ejemplo, qué decir de un niño que muestre una sensibilidad especial para el arte en una familia de estricto y aburguesado abolengo empresarial.
Cómo detectar la sombra
Lo más socorrido es intuirla a través de los rasgos y acciones de los demás. Una proyección es un proceso inconsciente por el que se activa en nuestra psique un rasgo que permanece reprimido, oculto a la conciencia. Esta activación resulta en que identificamos nuestro rasgo oculto con la situación o persona cuya cualidad ha servido de disparador, reaccionando así contra el exterior, y no contra el auténtico origen: nuestra sombra.
Las proyecciones pueden ser negativas o positivas. Tanto la admiración como el rechazo desproporcionados apuntan a algún rasgo reprimido que el inconsciente proyecta en una persona concreta. Se trata de potenciales no desarrollados ni expresados que no aceptamos como propios, o lo que es lo mismo, que atribuimos a otros para confirmar su carencia, haciendo de tales personas demonios encarnados o criaturas celestiales dignas de un altar.
Por ejemplo, es común idealizar a otros como guías porque, por cualquier motivo, se reprimió todo aspecto relativo al control de la propia vida, quizás porque el gregarismo es una actitud más segura y cómoda, algo que podría haber sido aprendido ante maltratos o ante la represión de una figura dominante que hizo que todo aspecto de liderazgo quedara velado en aras de la “supervivencia”. Cuando la sombra se manifiesta, lo hace en forma de reacción enérgica y firme que deja “asombrados” a quienes sólo conocían la personalidad apocada.
Por el contrario, es bastante habitual toparse con líderes que se encienden y alteran con desmesura ante la crítica o frente a cualquier atisbo de oposición, pues su sombra está cargada de inseguridades que se traducen en la necesidad de aprobación y de continuo reconocimiento.
Dice Marie Louis Von Franz que, al contemplar la sombra, el individuo descubre en sí mismo…
…cualidades e impulsos que niega en sí mismo pero que ve con mucha claridad en los demás como el egoísmo, la pereza mental, la indolencia; las fantasías, los planes, y las fabulaciones irreales; la negligencia y la cobardía; la avidez exagerada por el dinero y las posesiones, en suma, todos aquellos pecados veniales de los cuales podríamos perfectamente decir: “Eso no importa, nadie se dará cuenta y, en cualquier caso, lo hace todo el mundo”.
(“Actualización de la sombra en los sueños”)
La sombra se deja ver en los sentimientos exagerados hacia los demás y en la intolerancia hacia los errores ajenos, pero también en las acciones impulsivas que preceden a un “yo no quería”, en las situaciones que provocan humillación o vergüenza. Continúa Von Franz:
Antes de que nos demos cuenta siquiera irrumpe un comentario malicioso, se descubre el pastel, tomamos la decisión equivocada y nos vemos enfrentados a situaciones que jamás pretendimos ni deseamos conscientemente.
En definitiva, la sombra aparece en todo aquello que perturba el estado “normal” de la persona. Es por ello que la sombra suele retroceder con la misma prontitud con que aparece: descubrirla puede constituir una amenaza terrible para nuestra propia imagen.
Es precisamente por este motivo que rechazamos tan rápidamente –sin advertirlas siquiera—las fantasías asesinas, los pensamientos suicidas o la embarazosa envidia que tantas cosas podría revelarnos sobre nuestra propia oscuridad.
(Encuentro con la sombra)
Depresión
Aunque el enfrentamiento con la sombra es una tarea de por vida, pues el inconsciente no tiene límites, hay una etapa en que la oscuridad se sale de madre. Es el comienzo de lo que Jung denominó proceso de individuación, cuando el inconsciente reclama la atención exclusiva de la conciencia.
Cuando la sombra se desborda, comienza una época de gran sufrimiento para la persona. Son momentos cuya oportunidad pasa porque se entregue a la experiencia y no la evite tal y como le sugiere el ego, desbordado ante la dureza de la prueba y de una cadena de situaciones que se viven como injustas o crueles.
El proceso comienza con un sentimiento creciente de descontento, de que falta algo en la vida pero no se sabe muy bien qué. El mundo exterior pierde interés y uno se concentra en sí mismo. Surgirán terapias y maestros, pero nada será reconfortante salvo a muy corto plazo.
Las depresiones como inicio del descenso suelen ser obligatorias, pues cubren con frecuencia una ambición y una falta de aceptación de la realidad que ha de ser superada:
Una exageración de este estado puede provocar una completa incapacidad. […] Si ahondamos bajo esa capa de negro lodo encontramos que más profundamente existe una ambición que puede llegar a ser abrumadora –la de ser amado, obtener riquezas, encontrar al compañero adecuado, tener prestigio, etcétera—. Bajo este tipo de resignación melancólica, con frecuencia descubrimos en la oscuridad un tema repetitivo que hace las cosas más difíciles. […] O todo o nada. Se columpian entre la depresión resignada por un lado, y el brote de enormes exigencias por el otro. Esto es lo que llamaron nigredo los alquimistas, que representaron con sus oscuras nieblas y negros cuervos volando alrededor y, como dicen, “el pasar de toda clase de animales salvajes”.
(Von Franz, Símbolos de redención)
En ocasiones, la tentación de evadirse y olvidar será insoportable, pero no será posible evitar el proceso por mucho tiempo, y cualquier regreso a un estado anterior de normalidad no aportará ningún alivio. La entrega completa a la tarea que ha comenzado se presenta como acción obligada.
El descenso a los infiernos es retardado con todo tipo de distracciones, incluyendo las largas jornadas de trabajo, pastillas para dormir, antidepresivos, televisión, vacaciones para “olvidarse de todo”, películas “para no pensar”, lecturas “fáciles” y demás. Se trata del miedo a la melancolía y de la renuncia a la tragedia clásica de que hablaba Nietzsche como catarsis del alma, auténtico propósito de toda arte ya olvidada por pesada y aburrida.
La oscuridad no es un simple juego de palabras. Se trata de aspectos que la conciencia no puede ver directamente. Su contenido, por reprimido y no tolerado, hace de la sombra una amenaza para la cual la vida consciente no siempre está preparada. Por todo ello, se nos advirte de no forzar los procesos. Esto es, la sombra se manifiesta de manera natural y nos “arruina” la vida porque le sale de ahí dentro, no porque alguien de fuera nos invite a experimentar con el asunto.
Según parece, el inconsciente sabe cuánto debe presionar al yo.
Trabajo interior significa trabajo solitario
Si el comportamiento evasivo no la condena a la amargura, nos dice Von Franz, la persona debería mantenerse alejada del inconsciente, pues esto significa que aún no dispone de la capacidad para asimilar los arquetipos que atosigan los sueños de aquellos a quienes sí toca asomarse al lado oscuro.
En general, uno tiende a formarse puntos de vista sobre la vida y la realidad que bloquean uno u otro polo. Si es un asceta o un monje cristiano, por ejemplo, se trata de bloquear uno de los polos, el correspondiente al cuerpo, no viviéndolo. […] Si se es comunista o materialista, se bloquea el polo espiritual pensando que no existe la psique, que el hombre y el significado de la vida individual no valen nada: sólo existimos a través del cuerpo y de ciertas reacciones típicas. […] Si no se ve castigado con una neurosis, entonces significa que su condicionamiento moral está de acuerdo con su carácter, pero, si se le castiga con desasosiego, inquietud, etcétera, entonces se debe analizar si uno está viviendo como debería.
(Von Franz, Símbolos de redención)
Por todo ello, cabe reflexionar sobre las terapias basadas en la manifestación “pública” de los demonios internos, la exteriorización de la ira o la angustia como método sanador. Expresión libre de la sombra que, por dos motivos fundamentales, no parece ayudar mucho.
Primero, porque tal y como se ha dicho, no todo el mundo está listo para enfrentarse a su sombra, y estas terapias suelen incluir “conversaciones” que implican a terceros que puede que no estén preparados, ni tienen que estarlo, para afrontar sus propios conflictos internos.
Segundo, porque esa liberación tiende a debilitar la voluntad y a crear una vía de escape sin control de energías que causa más daño que remedio. El proceso es un enfrentamiento en el campo de batalla interior, y cualquier pantomima de exteriorización no parece sino un intento de evadirse del escozor inherente a toda desinfección. Incluso el proceso de enfrentamiento con la sombra proyecta su propia sombra.
La represión no se cura con la liberación desenfrenada, sino con el control reflexivo y la responsabilidad de decidir en cada circunstancia. Lo natural no tiene que ser salvaje, una diferencia que parece mejor establecida en lengua inglesa mediante el uso de dos términos que en español se difuminan: Wild vs. Savage.
En el Zen, por ejemplo, el practicante se sienta en meditación y experimenta la ira durante tres o cuatro horas, dejándola expandirse por todo su cuerpo. Al finalizar, decide si quiere expresarla al mundo exterior o no, pero si lo hace, lo hará con plena conciencia, control de sus actos y voluntad, no arrastrado por un torrente descontrolado de emociones. Este proceso entra dentro de lo que se considera que es honrar las emociones negativas.
Es decir, elevarlas a un nivel superior y así integrarlas en un carácter equilibrado, lo que es lo mismo que decir que se trascienden los opuestos. Existen otras opciones, como hablar o escribir a la sombra como si fuera una persona.
Sueños
Si el soñante no está preparado para recibir una nueva pieza de autoconocimiento, él o ella puede analizar los sueños y jamás detectar el elemento crítico. Pasa por su lado como si no lo hubiera visto.
Ello es debido a que el inconsciente es precisamente eso: no consciente, es decir, aquello de lo que todavía no somos capaces de ser conscientes.
(Robertson, Introducción a la psicología junguiana)
En su función compensatoria, el inconsciente suple las represiones de la conciencia, y para ello los sueños sirven en el desarrollo de todo nuestro potencial, adoptando el lado contrario de las manifestaciones conscientes con la misma fuerza que la exhibida por éstas para lograr el equilibrio. Una compensación comparable a cómo el cuerpo, mediante el apetito hacia los alimentos que contienen los elementos que le faltan al organismo, nos hace buscar los nutrientes que escasean en nuestra dieta.
En los sueños y en los mitos, la sombra es un personaje del mismo sexo que quien sueña. No tiene por qué ser un contrincante, pues sólo es un aspecto velado, a veces un potencial que incluso podría ser bueno desarrollar.
Cuando nuestros recursos conscientes son inadecuados para tratar con algún tema nuevo en nuestra vida, y necesitamos cualidades que han sido relegadas al inconsciente mediante la negación o negligencia, esas figuras aparecen como una figura de sombra en nuestro sueño. Siempre que tenemos sueños de sombra deberíamos considerarlos como el inicio de algún nuevo ciclo vital.
Se trata de un proceso por el que el inconsciente saca a relucir aquellos rasgos necesarios para el desarrollo del ser pero que aún no han sido aceptados por la conciencia.
La sombra sólo se convierte en una figura hostil cuando se la ignora y no se tiene en cuenta. Al tratarse de aspectos rechazados durante mucho tiempo, la sombra aparece primero en forma no humana: vampiros, animales o monstruos que reflejan nuestro enfrentamiento con una presencia no deseada.
Estas figuras irán evolucionando hacia formas más humanas, primero malévolas y poco a poco más familiares, adquiriendo rostros conocidos y amigos hasta que desaparezcan porque han sido integradas en nuestra personalidad.
No obstante, las más extremas, las que nos parecen tan abominables, sólo aparecen cuando algo va mal en el proceso. Esas figuras aparecen cuando nos hemos vuelto demasiado rígidos en nuestros patrones. […] Asimismo, si nos consideramos demasiado buenos, demasiado perfectos, la sombra se vuelve más oscura como compensación.
Ante una situación conflictiva con alguien en un sueño, es de asumir que se trata de una figura de sombra que representa alguna cualidad que necesitamos integrar en nuestra personalidad.
Al principio es difícil de reconocer, ya que las figuras de sombra siempre representan a cualidades que nos negamos a admitir que formen parte de nuestra propia personalidad. Pero una vez aceptada esta premisa, llegará a considerar los sueños de sombra como oportunidades para avanzar en lugar de simples interludios desagradables o de pesadilla.
Si se acepta, los sueños mostrarán la evolución de la sombra antes mencionada. No importa si no se comprende conscientemente a qué se refiere esa figura, nos dice Robertson, basta con aceptarla y admitirla como parte de uno mismo.
Transformación
Abrazar la sombra no significa que haya que manifestarla como actitud, sino aceptar que ese potencial reprimido y no deseado también forma parte de nosotros. Es el comienzo de la disgregación del ego, una vez que nos damos cuenta de que los aspectos que proyectábamos en otras personas son en realidad parte de nosotros.
El enemigo está en casa y el individuo ya no se muestra como una unidad egoica, sino como un conglomerado de voces enfrentadas. Se pierde el sentido de poseer una identidad sólida y estable y se descubren las contradicciones internas que nunca resultan agradables de asumir como parte de uno mismo.
La lucha contra la sombra es un esfuerzo por integrar los aspectos más oscuros y contradictorios de uno mismo. Lograrlo deriva en la primera unión de opuestos con que comienza todo proceso espiritual. La más básica pero necesaria. Se trata del umbral del templo, en términos del esoterismo más clásico, cuya complejidad se manifiesta en el Fausto de Goethe, aquel que se atreve a adentrarse en los peligros de la búsqueda de la psique dejándose enseñar por el demonio Mefistófeles.
Así entendido, el binomio Fausto-Mefistófeles resume a un único hombre, el antagonismo entre el bien y el mal en términos morales, la luz y la oscuridad. El valor de Fausto consiste en haber aceptado la totalidad de la vida y, con ello, el mal.
En cambio, en lugar de asumir la naturaleza humana y trabajar seriamente en ella, lo habitual es desarrollar ideales de perfección, de luz sin oscuridad. Y, no obstante, cuanta más luz se proyecta, más oscura y perfilada se muestra la sombra. La represión aumenta la energía inconsciente, de manera que su fuerza de ataque aumenta hasta que ya no es posible hacerle frente y asalta la conciencia, “poseyendo” la conducta del individuo.
La extrema bondad conduce al desbordamiento de la sombra. En el momento en que la luz queda separada de la oscuridad, y nos identificamos exclusivamente con la luz, todo aquel que sea diferente a nosotros queda automáticamente identificado con la oscuridad.
Es una reacción inconsciente sobre la que no hay control alguno, de manera que el objetivo es alcanzar un nivel de consciencia suficiente para no tener que seguir proyectando la sombra sobre los demás. Para tener la fortaleza suficiente de asumirla e integrarla como parte de un o mismo.
Para poder reconocer a la sombra, tenemos que reconocer nuestras proyecciones, y después eliminarlas una a una. Eso nos lleva a darnos cuenta de que todos nosotros somos varias personas a la vez; de que somos, al menos en parte, uno con todos los que nos rodean. En la etapa de la sombra, esa consciencia es sólo parcial, pero el sendero que seguimos a partir de entonces es ineludible.
(Robertson, Introducción a la psicología junguiana)
Lo que diferencia a unos individuos de otros, decía Jung, es lo que cada uno conoce de sí mismo. Cuando las personas no saben explicar lo que sucede en sus propias conciencias, el ser humano es un peligro, pues su pisque es un peligro.
Según cuenta Jung, todos buscamos valores arquetípicos que nos permitan experimentar los valores eternos. Al no saber buscarlos dentro de uno mismo, los proyectamos en otros y nos volvemos dependientes del exterior, ya sean personas, ambiciones o cosas. Sentimos así la carencia de aquello que nos permitiría ser independientes. Por el contrario, al reconocer el arquetipo en nuestro inconsciente, nos sentimos completos y nos convertimos independientes.
Tomar consciencia de este proceso interno es lo que nos permite avanzar en el desarrollo pleno del ser.
Una vez que se han admitido como propios los rasgos indeseables, es posible acceder a una nueva fase del proceso de desarrollo personal: el encuentro con el ánima/ánimus. Integrar ese arquetipo es mucho más complicado que integrar la sombra, puesto que está situada en un nivel más profundo del inconsciente.
Además, puede que el ánima se presente poseída por rasgos no resueltos.
Pero esas son otras historias…