Revista Cultura y Ocio

Un paseo por Oporto

Publicado el 17 agosto 2015 por Blog De Golcar Golcar Rojas @golcar1

Un paseo por Oporto

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A Oporto llegamos como a las siete de la tarde. El verano estaba aún más fresco que el de Lisboa. De hecho, había frio. La brisa fresca del río entraba por las ventanas del apartamento ubicado en la Rúa Vicente Meneris, frente a la plaza Carregal que, al atravesarla, nos conduce al Hospital de Santo António.
Nos hospedamos en un apartamento rentado para tres noches por 195 euros, para cuatro personas, completamente equipado. Se nota que es un apartamento habitado por quien lo renta por días en el verano. Suponemos que el propietario, a su vez, se encuentra de vacaciones de verano fuera de su ciudad. Este tipo de alquileres constituyen una opción accesible a los bolsillos de quienes viajamos con fondos limitados.
Dejamos el equipaje y salimos a buscar un sitio donde comer.
En la esquina, frente al hospital, encontramos un buen lugar. Ricardo, el dueño, nos atendió con la amabilidad característica de los portugueses a la que uno se acostumbra inmediatamente. Pedimos Unas «francesinhas», un plato típico de Oporto que consiste en un torre de pan de molde, relleno con salchicha picante y carne. Como lo pedimos «especial», la torre de pan estaba coronada por un huevo y cubierta con queso fundido. La torre era una isla que flotaba en una salsa hecha a base de caldo, licores y especias. Una delicia. También pedimos «tripa» otro plato típico de la ciudad y que está hecho con caraotas blancas guisadas con panza de cerdo y verduras, acompañado de arroz blanco y papas fritas. Pesado, pero muy rico.
Después de semejante atracón de comida, lo mejor es una caminata por los alrededores para bajar la pesadez. Ricardo nos explicó en el mapa con mucha paciencia dónde nos encontrábamos y adónde ir.
A pocos metros, estaba la zona de bares. Tres calles llenas de sitios para beber donde se encuentran también algunas tiendas exclusivas y de marca.
Esa noche, había fiesta en la plaza, cerca de la Torre dos Clerigos. Un desfile con música pinchada por un DJ para presentar el nuevo uniforme de la selección de fútbol.
El viernes en la mañana recorrimos el Centro Histórico, no es tan monumental como el de Lisboa, es mucho más pequeño y modesto, pero sigue siendo bastante imponente.
Pasamos el Ponte Dom Luiz I a pie, caminando junto a las vías del tren y disfrutando de las hermosas vistas del río Duero —Douro, para los portugueses—.
Tomamos el funicular para bajar al nivel del río desde el puente, un gasto innecesario, pero una experiencia divertida. Con el ticket del viaje, nos regalaron unos boletos para un trago de Oporto en las bodegas de Quevedo.
El paseo lo hicimos rodeados por el planeo de montones de gaviotas. Bellas aves marinas que llegan a ser un infierno con sus graznidos, día y noche, que impiden dormir en paz a cualquier hora.

En la bodega de Quevedo tomamos la copa «gratuita», obsequiada por la compra del boleto del funicular, escuchamos una chica que cantó con melodiosa voz algunos fados de los más populares y, luego, nos fuimos a la bodega Croft para realizar una cata guiada. Tres copas de vino: Rosado, rojo y tawny. Dulces y divertidos como la chica que nos sirvió de guía y nos contó la historia básica del vino de Oporto.
Luego atravesamos el puente de vuelta, y en la ribera opuesta a donde estábamos, almorzamos una picanha en uno de los restaurantes a orillas del Duero. Nada especial. Una punta trasera normalita, con arroz, caraotas negras y cambur rebosado y frito. Hay sitios más económicos y con mejor sazón para comer en Oporto.
Andando, llegamos al apartamento como a las ocho de la tarde, con la intención de bañarnos y salir de nuevo; pero el cansancio nos pudo y nos quedamos dormidos.
A la mañana del día siguiente desayunamos en el restaurante de Rosa y Alberto, un bonito espacio recién abierto con menús económicos y bien completos y sabrosos. Sabor de Fazenda está ubicado en la misma Rúa Vicente Meneris, a dos pasos del portal del edificio donde nos hospedamos. Es un negocio familiar, atendido por sus infatigables dueños que trabajan de lunes a lunes. Abren a las siete de la mañana para servir desayunos y cierran a las ocho de la tarde. Los domingos que es el día de la semana en el que Alberto y Rosa «manguarean», abren a las ocho de la mañana. No obstante, si uno llega a las siete de la tarde, Rosa lo recibe con una sonrisa amable y lo atiende como si no tuviera ya doce horas de trabajo a cuestas.
De allí, nos fuimos a visitar la librería Lello que nos quedaba a pocas cuadras del apartamento y por cuyo frente habíamos transitado un montón de veces sin percatarnos de su existencia. Es un edificio con una fachada discreta que guarda en su interior una belleza indescriptible que le ha valido para ser considerada una de las más bellas librerías del mundo y para que haya sido locación para la filmación de unas escenas de la saga de Harry Potter.
Luego visitamos un mercadillo en una plazoleta cercana y de alli nos fuimos a recorrer los hermosos espacios del Palacio de Cristal, un jardín con bellas vistas de la ciudad, patos, pavos reales, gaviotas, gallitos enanos, mucha vegetación y lindas y perfumadas rosas. El mirador se encontraba lleno de gente, niños y adultos que a la sombra de los frondosos árboles pasaban su día de verano, leyendo, haciendo picnic, jugando en las fuentes o conversando de manera relajada.
No podíamos despedirnos de Oporto sin visitar una de sus hermosas playas. Llegamos a una en la que la visión que nos recibió fue la de una inmensa red roja de pesca con forma de anémona que ondeaba en una redoma. La brisa marina le otorgaba a la anémona de matosinhos un movimiento característico y el reflejo de la luz del sol la hacía lucir mágica. Un lindo homenaje a los pescadores de Oporto.
El agua del Atlántico estaba tan fría que apenas me atreví a mojarme lo pies en las playas pero el paisaje invitaba a relajarse sobre la arena.
Finalmente, regresamos donde Rosa y Alberto que nos habían ofrecido unas hamburguesas especiales para la cena de despedida y luego nos tomamos un trago en un bar ubicado en una vieja casa de la zona de fiesta de Oporto con diferentes espacios. Al día siguiente Yofrank y José volverían a Madrid y Cristian y yo tomaríamos el tren a Vigo y de allí, otro tren nos llevaría a Santiago de Compostela.

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