Me impresionan las biografías de personajes que, desde niños, ya despuntaban en un terreno y que no pararon de desarrollar su talento, poco a poco, hasta llegar a lo más alto. Llámalos Messi, Mozart o Nadia Comaneci. No es la norma general, pero es apasionante ver a personas así, que lo tienen claro desde la cuna y luchan para conseguir lo que quieren.
No es el caso, pero si finalmente el pequeño de la casa sigue tan interesado en la cocina como ahora, no me cabe duda de que lo veremos en unos años al frente de un restaurante. Y entonces los biógrafos lo van a tener muy fácil. No tendrán que indagar mucho para contar cómo con tan sólo dos añitos se bañaba con su colección de sartenes de acero para no perderlas de vista. Podrán describir que se echaba las manos a la cabeza gritando de alegría en las tiendas de frescos y que con sólo año y medio pasaba horas aderezando y dando el punto de sal a los platos que preparaba su padre.
Es un caso curioso el de este pequeño cocinero. Nos roba las sartenes, se enfada si no le dejamos echar la sal a la comida y ha conseguido que le compremos su propio salero para jugar en su habitación, espolvoreando a sus peluches y cualquier juguete que se encuentre por el camino. Nada le absorbe más que vernos cocinar, y por eso hay ratos en los que prefiere ver cualquier programa de cocina que Pocoyó. Sobra decir que en la escuela infantil no sale de la cocina de juguete, donde le vuelve loco estar entre pucheros, metiendo y sacando su comidita de fieltro.
Con este interés que demuestra por la cocina, nos hemos apresurado a enseñarle tres técnicas básicas: partir un huevo, darle la vuelta a la tortilla y separar con la espumadera la ficticia espuma de sus sopas de verduras. Él las repite sin parar en su cocina de juguete, donde han pasado por sus fogones platos tan exóticos como el león y su cachorro, tractor en otoño o lentejas con lazos de pasta.
Como buen cocinero, no pierde ocasión para probar todo lo que estamos cocinando, esté crudo o no. Por eso no es raro verle desayunando la remolacha de la ensalada (que le pirra) o comiendo lentejas con patata para merendar. La cocina es su pasión y todo gira en torno a sus fogones: si quiere bromear con alguien o hacerle una puñeta, le hace el gesto con sus deditos de echarle sal, que para él es lo más. ¡Cómo no partirse de risa viendo a un tapón de 83 cm de altura limpiando con ahínco sus sartenes con nuestros trapos de cocina!
Nada le satisface más que le digas que los platos que prepara como pinche de su padre están deliciosos. Podrá ser una afición pasajera, como cuando le dio por el mando a distancia, siendo un bebé, o con los autobuses, pero de momento todo indica lo contrario. Desde hace meses, lo primero que hace al llegar a casa de su amatxi es ver qué tiene en las cacerolas y, por muy apegado que esté a sus padres, se va con cualquiera que le prometa cocinar algo.
¿Se le pasará la fiebre gastronómica o estamos ante un futuro portento culinario? El tiempo lo dirá, pero nada como verlo disfrutar con sus ollas y su horno de juguete. No quiero un niño prodigio, sólo un niño feliz. ¿Vuestros hijos también están cegados con la cocina?
Espero que se me pegue algo de su afición para no terminar pareciéndome a la madre de Carlos, el concursante de la segunda edición de Top Chef. Sí, aquella señora obsesionada con el hinojo.