El otro día tuve una conversación con unos amigos sobre un tema bastante interesante que me hizo reflexionar sobre varias cosas. Esta empezó a raíz de que un colega me preguntó sobre qué tenemos los licenciados en Filosofía que nos diferencian del resto de los mortales, en qué cambiamos durante el período universitario y qué ganamos, pues no es una carrera con utilidad aparente y eso le despertaba curiosidad.
Obviamente, no se refería a que conozcamos mejor a los autores, sino a si hemos conseguido responder algunas de esas preguntas que todo el mundo tiene durante su vida (¿cuál es el sentido de la vida? ¿qué es la felicidad?, etc...). Toda persona acaba obteniendo al cabo de los años las respuestas a esas preguntas. Casi todos a través de la experiencia que su propia vida les ha dado. Aquí es en donde nos diferenciamos del resto.
Un licenciado en Filosofía no tiene pq conocer las respuestas a esas preguntas (menos si ha seguido el itinerario educativo normativo y se encuentra en los veinte), pero si que tiene una ligera idea de por donde andan los tiros. No carga solamente con sus experiencias vitales para llenar sus vacíos, sabe que estas son ordinarias y tienen la misma validez que las de cualquier otra persona, pero en su mochila guarda las experiencias y las respuestas que se han dado a esas preguntas durante toda la historia de nuestra especie. Sabemos donde pisamos y por ellos lo hacemos dejando huella, sin miedo a caernos. Por así decirlo, tenemos una visión más panorámica de lo que es la vida y obtenemos respuestas que están más fundamentadas y cercanas a lo verdadero (pues el filósofo siempre busca la verdad y nunca estará satisfecho con las mentiras).
Sabemos distinguir entre esas ideas que son creadas por las multinacionales para vendernos cosas y lo genuino, la naturaleza verdadera de cada uno. Utilizamos la razón en cualquier momento y no nos dejamos llevar fácilmente por las sensaciones, buscamos la respuesta que más nos llene. Si algo nos define es esta actitud crítica. No nos conformamos con medias verdades, buscamos siempre lo verdadero y si algo cojea por un lado ya no nos convence. Somos niños eternos que no paran de preguntarse cosas para conseguir la mejor de las respuestas posibles y por ello, cuando llegamos a la respuesta, se adecua a la perfección con nosotros, escogemos la que creemos que es correcta dentro de un abanico de respuestas mucho más amplío que quien no ha estudiado Filosofía. Además, al darle tanto al coco lo tenemos más ordenado y por eso conseguimos esa sensación de saber por donde anda la respuesta a las preguntas filosóficas antes que el resto (aunque ya digo que casi todo el mundo, a no ser que ande muy perdido y no reflexione mucho sobre su vida, la acaba consiguiendo con los años).
Entonces, al tener unas metas más o menos definidas, todo nos incómoda menos y estamos más a gusto con nosotros. Un viajero al llegar a una ciudad desconocida obtiene una experiencia muy diferente de esta dependiendo de si sabe donde está el hotel o no. Si no sabe donde está el hotel, estará preguntando a todo el mundo y sufrirá pq no sabrá donde va a dormir, en cambio, si tiene alguna pista de por donde cae ese hotel, irá hacia él disfrutando del camino y sin preocupaciones.
Ahora que se llevan las emociones fuertes y demases cosas del estilo, puedo estar dando la sensación de que somos unos carcas y que es mejor perderse por la ciudad para vivir aventuras que disfrutar del paisaje mientras caminamos. Una cosa no quita la otra, a mí también me gustan las aventuras y vivir emociones fuertes como al que más, pero mi vida no gira entorno a eso, gira entorno a muchas cosas más (incluyendo eso) y por ello les otorgamos la importancia que les toca. Somos críticos y nos queremos mejorar en todo y vivir la mejor de las vidas posibles. Por eso, si nos da una mala experiencia, la cogemos, la convertimos en una cheeseburguer y nos la comemos para integrarla en nuestro ser e intentar perfeccionarnos gracias a esta, intentamos conseguir nuestro objetivo y corremos hacia la meta siendo conscientes de que puede haber piedras en el camino, y si nos caemos, no pasa nada,una experiencia más que celebramos haber tenido, sabemos que la línea de la meta sigue estando ahí, esperando con filosofía que la crucemos. En definitiva, para cerrar, tenemos la cabeza muy bien puesta y somos muy conscientes de todos los aspectos de la realidad que nos envuelve.