Continuamos, continuamos con esto, señores. Constantemente, hemos visto como todas las críticas contra lo que hoy se considera “neoconservadurismo” en realidad son críticas que se han ido repitiendo durante siglos en Occidente, cientos de veces. No tienen nada de novedosas, excepto que quienes hoy arremeten contra los “neocons” son cada vez más mongólicos. Me comentan a menudo que los ataques ad hominem quitan mérito a los argumentos pero yo no acepto eso. Qué bien queda llamar a un subnormal por su nombre: mongólico o retrasado mental. Los ataques ad hominem están mal cuando no tienes otros argumentos, pero como guarnición quedan muy bien. Es como un plato de entrecot con patatas – las patatas son buen acompañante al alimento principal.
Los críticos más antiguos son, precisamente, los conservadores “paleocons”. Este debate se remonta a la ratificación de la Constitución americana en 1787. Los que apoyaban la nueva constitución — George Washington, Alexander Hamilton, Benjamin Franklin y James Madison, insistieron que la concentración de poder en un gobierno federal era lo esencial para que EEUU se convirtiera en una potencia mundial capaz de protegerse a sí misma y conseguir su grandeza por destino en el mundo global. “Dejad que los americanos sientan desdén por ser instrumentos de la grandeza europea”, exhortó Hamilton en “El federalista”. Pero el díscolo sureño, Patrick Henry, líder de los anti-federalistas contrarios a la Constitución, acusó a Hamilton y a sus aliados de querer “convertir este país en un poderoso imperio”. Eso era traicionar el propósito real de esta nación, según Henry. Su famosa frase es esta: “Cuando el espíritu americano gozaba de juventud, la libertad, señor, era el objetivo principal”.
Esa frase célebre es una de las favoritas del famoso paleocon Patrick Buchanan y ese enfrentamiento antiguo ha perdurado siempre en este país y en cada generación desde su fundación.
Quizá sería equivocado incluir esas críticas en el nombre de “conservador”. Yo más bien diría que responden a un “republicanismo” agrario, romántico, receloso de un poder central que, para ellos, exige un “imperio”. Esos temores han sido expresados por conservadores, liberales, socialistas, “realistas” e idealistas por igual durante siglos.
Hoy, estas batallas se han ido olvidando. Ya nadie se acuerda que John Randolph de Roanoke y John Taylor de Carolina (más jefersoniano que el propio Jefferson y “libertarian” de la época) arremetió contra la Guerra de 1812 porque “no había intereses americanos en peligro.” Para él, era una guerra “por el honor”, una guerra “metafísica” que exigía un fuerte gobierno federal y que acabaría en la destrucción de “este último experimento en gobierno libre”. Pocos se acuerdan que cuando el President Monroe presentó su gran doctrina en 1823, abogaba por un papel expansionista y global de América, el llamado “destino manifiesto” del hombre blanco protestante. Sus críticos, incitados por Andrew Jackson y Martin Van Buren, le atacaron por no ser fiel a la “tradición americana en política exterior”, según ellos. En la última entrada hablé del “paleocon” Pat Buchanan. Curiosamente, la única guerra que aprueba es la guerra contra México, la guerra mexicano-americana. Con cariño, la llama “la guerra de Jimmy Polk”. Pero la mayoría de conservadores en la época NO aprobaron de esa guerra, porque a pesar de que habíia una lucha para tener más territorio, la guerra tenía otro objetivo más noble — la libertad y el “destino manifiesto”. Los conservadores de la época la tacharon de “una guerra idealista, equivocada”. A los inicios de los 1890s, el Partido Republicano, un partido progresista (nunca lo olvidemos), progresista en el sentido real de la palabra, defendá la “grandeza futuro y destino de los EEUU de América”, estaban a favor de un gobierno “intervencionista” (para los criterios de la época) y querían un partido activo y ambicioso en los asuntos globales para mejorar el mundo. Los guardianes ultraconservadores eran los del Partido Demócrata, liderado por Grover Cleveland.
Estas batallas continuaron y fueron más intensas en la época “wilsoniana” del siglo XX. Los conservadores de la época lucharon contra la política exterior intervencionista de Woodrow Wilson, en parte porque además le tachaban de déspota dadas sus políticas en materia doméstica.
Pero a pesar de todas las críticas conservadoras, lo cierto es que los americanos de la época de Roosevelt, Truman, y después Eisenhower estaban precisamente buscando lo que temían los aislacionistas radicales — poder global y fuerza militar en puntos estratégicos del planeta. Buscaron una estrategia de contención ideológica que podría conducir a los EEUU a una guerra en cualquier sitio del planeta y que, obviamente, así fue cuando EEUU entró directamente en la guerra de Vietnam.
Los paleocons chillaban y chillaban de asco ante toda la política exterior intervencionista y, cómo no, a esos chillidos se unieron los socialistas de la época. Poco ha cambiado señores, porque los fascistas y los comunistas siguen hoy teniendo muchísimo en común: son colectivistas pero además de eso, odian, odian profundamente todo lo que representa el poder americano: democracia liberal, OTAN, globalismo, capitalismo, Wall Street. La izquierda política siempre ha dicho que el poderío global americano responde a “la dominación de capitalistas”. Y, los paleocons aislacionistas decían que la culpa la tenían los “americanos con sus tendencias y sensibilidades legalistas, puritanas moralistas”. Mientras, los paleocons echan la culpa a los “utópicos” y dicen que los republicanos que abogamos por más presencia global americana en el mundo somos “utópicos” y “progres” (como si querer el progreso fuera un insulto).
La diferencia entre aquellos críticos y los actuales es que al menos los antiguos sabían que esta tendencia global de América no se debía a una presencia “judía” en EEUU sino al revés — estaba arraigada en el alma capitalista y puritana de EEUU. No importa si hablamos del sudeste asiático en los años 60 o de Filipinas en 1898, no era un imperio por accidente o por conspiración. La presencia global era un estílo de vida, algo profundamente arraigado en el corazón capitalista, protestante. No toleramos el mal, nos choca muchísimo ver como los dictadores hacen lo que les plazca sin consecuencias. No aceptamos que eso es “lo que hay” cuando tenemos la capacidad para frenarles, para frenar a esos asesinos genocidas. En nuestro ADN político y teológico está la acción — tomar medidas contra lo que es flagrantemente ilegal, inaceptable. No éramos los que nos dejábamos pisotear en el patio de colegio. A mí me tocaba un chaval y le partía la cara por atreverse a intentar robarme el dinero del almuerzo. De hecho, así fue y en 1993, un chaval me insultó por tener orígenes gallegos por rama materna – me dijo “todos sabemos que las gallegas son unas putas”. No acepté ese insulto a mi cara y le partí la cara en el gimnasio. Yo no acepto que la gente equivocada y criminal quede impune. Esa es la mentalidad protestante y capitalista: la acción ante las agresiones ilegítimas. Los críticos del “neoconservadurismo” miran a los años 40 y 50 del siglo XX con nostalgia, pero los que de verdad conocen la historia de EEUU no comparten esa nostalgia.
De hecho, no hubo un momento durante la Guerra Fría en el que los “paleocons” y comunistas no se alarmaban con la dirección que tomaba EEUU. Ningún “antineocon” hubiése compartido las declaraciones de Kennedy de “pagar cualquier precio por la libertad” o de las políticas globales de Reagan contra el “imperio del mal” en la URSS. La Guerra Fría, muy al contrario de lo que hoy dicen los “anti neocons” no fue una guerra pacífica necesariamente, sino más bien fue librada por gente agresiva, idealista, gente que creía en nuestras instituciones occidentales y hombres intensamente ideológicos como somos por aquí convencidos que el poder americano y los principios liberal capitalistas solamente representaban la salvación política del mundo — unas convicciones que le chocaban muchísimo a los izquierdistas de la época.
Estas críticas no acabaron cuando terminó la Guerra Fría. Al contrario, el comportamiento de los EEUU después de la Guerra Fría parecía confirmar los peores temores de los izquierdistas y paleocons. George Bush I intervino en Panamá y en el Golfo Pérsico (gracias a Dios) con el objetivo de establecer un “nuevo orden mundial” (la pesadilla de la derecha más ultra y de la izquierda paranoica). La frase “Nuevo Orden Mundial” la pronunció George Bush I con la aprobación, lógicamente, de Margaret Thatcher. Y, efectivamente, en la derecha capitalista, buscamos un nuevo orden mundial – un orden mundial apto para nuestros intereses: democracia liberal, protección a los inversionistas, al capital, lucha implacable contra cualquier elemento que ponga en peligro los intereses de la alianza atlántica liderada por EEUU. Clinton intervino en Haití, en Bosnia, en Kosovo así como la expansión gloriosa de la OTAN, todo esto persiguiendo el mismo objetivo: la expansión de la democracia capitalista. Los paleocons de la época, incluido Pat Buchanan, arremetieron contra Bush y Clinton, asegurando que “todos los imperios habían caído por los mismos errores de orgullo y militarismo”. Les chocaba muchísimo como el mundo entero, cada vez más, para liberarse gritaban USA, USA, USA. Aún hoy, esas son las tres letras que más molestan a los enemigos de la libertad y del capitalismo: USA. USA, les da auténtico terror, odio, ganas de vomitar. Deberían saber que el sentimiento es compartido – los que somos pro USA detestamos absolutamente todo lo que representan los enemigos de la libertad. A los paleocons y a los izquierdistas por igual les chocó muchísimo cuando la gran Ministra de Exteriores bajo Clinton, la judía Madeleine Albright le dijo al mundo “si tenemos que usar la fuerza en Serbia contra Milosevich la usaremos porque somos América. Somos la nación indispensable. Miramos hacia el futuro y con orgullo”. Como era de esperar, no tardaron las críticas. “Uyy qué arrogantes son los americanos, qué barbaridad”. En realidad, gracias a Albright y esa mentalidad, el criminal Milosevich fue castigado y derrocado del poder. Eso le choca muchísimo a los enemigos de EEUU, incluido los que tienen en casa que en vez de celebrar y aplaudir que haya un dictador menos, hablan del “peligro imperialista” y de unos imaginarios y malvados “neocons”. Curiosamente, la ironía es que comparten mucho con el repugnante izquierdista anarquista Noam Chomsky cuando él dice que “EEUU es hoy la principal amenaza a la paz y a la cooperación internacional”. Y eso lo escribió Chomsky en ¡¡1968!! Y, por supuesto, no tenía en mente a “neocons” sino a Theodore Roosevelt, William Howard Taft, Franklin Roosevelt, John F Kennedy y Lyndon Johnson.
¿Qué nos dice todo esto? Lo que muchos consideran “aberraciones neocons” quizá no son aberraciones. Todo eso que critican los “críticos” hoy en realidad son características mucho más arraigadas e históricas de EEUU. De “neo” no tienen nada. Eso también significa que como son aspectos con raíces históricas, no resultará fácil deshacerse de ellas, como hemos visto ya en el comportamiento de Barack Obama.
Es más, el problema para todos aquellos que han intentado acabar con la hegemonía americana global, hoy y ayer, es que la tendencia para la expansión global, creer que existe la posibilidad de mejorar el mundo, el impulso “mesiánico” que algunos critican, lejos de ser aberrante, es un rasgo dominante del carácter americano. No es la única tradición. Siempre ha habido otras corrientes: los ultraconservadores, los pacifistas, los socialistas y los aislacionistas. Pero en cada generación en la que han existido estas tendencias, pero casi siempre ha salido ganando la tendencia global y moralista de EEUU. EEUU es un país muy inquieto y los americanos no son el tipo de pueblo que se queda pasivo ante agresiones ilegítimas, existan donde existan.
¿Dónde están esas fuentes de las que beben los americanos? Una fuente es el compromiso con principios universales plasmados en los documentos de la fundación de EEUU y la convicción de que estos principios no son discutibles sino, como dijo Hamilton, escritos por la mano divina de Dios. Los americanos creen estar en posesión de una verdad, y esta verdad es clara. La democracia es la única forma aceptable de gobierno y América, al ser la mejor democracia del mundo, es la más legítima de todas. Los críticos más astutos contra los EEUU han entendido siempre que es este idealismo progresista y liberal el motor detrás de la hegemonía americana. Para mis lectores más escépticos, es difícil explicar esta sensación porque es algo muy personal, quizá fruto de alguna experiencia espiritual o algo más. No lo sé. Pero, digamos que la sensación es parecida a estar en una calle y ver que dos tipos agreden a otro, tú te sientes inmediatamente con la obligación de “hacer algo” contra los agresores ilegítimos.
La otra fuente es el deseo perfectamente natural de los americanos (aunque no lo reconozcan mucho) de tener ambiciones y generar riqueza, una ambición que nunca ha dejado de conducir a los americanos durante tres siglos. En este sentido, América se ha comportado precisamente como es lógico – ha buscado siempre más influencia y mayor poder así como los beneficios tangibles y espirituales que conllevan esas victorias. Todos los que admiramos a EEUU sentimos como en Europa, nos choca la falta de ambición de mucha gente, la falta de “biografía” en no pocas personas. Dicho de forma más vulgar: la falta de “marketing” personal. En EEUU, casi todo el mundo le gusta auto-promoverse, venderse, tener “algo” importante que decirte para que destaquen.
La tradición moral, militar, geográfica de la política exterior americana es la hija de este matrimonio que tienen los americanos entre el moralismo puritano y sus ganas de conseguir más premios materiales. La historia de América durante su primer siglo es apasionante y sangrienta señores. Se trata de una nación de hombres blancos protestantes erradicando cualquier competencia a su poderío, eliminado cualquier amenaza en este continente tan duro y salvaje. La historia del segundo siglo americano es igual — no es un siglo de aislamiento sino al revés — de una potencia que surge, una potencia global poderosa, militar, amplia. Patrick Henry no pudo derrotar la Constitución; John Randolph no pudo parar la guerra de 1812; los paleocons no pudieron eliminar el Destino Manifiesto o impedir una guerra contra España en 1898, o la Iª Guerra Mundial o las muchísimas intervenciones del siglo XX. Cinco años después de la guerra en Vietnam, los americanos eligieron a Ronald Reagan, un candidato que una vez más luchó por esos mismos principios anti-comunistas y con venganza.
Hoy, muchos esperan que debido a lo que ellos llaman los “errores” de la guerra de Irak, los americanos ya no tendrán el mismo deseo para ir a guerras ni confiarán en sus impulsos mesiánicos. Pero, ¿es correcto eso? ¿Están los americanos, republicanos o demócratas, preparados para rendirse y tener un EEUU menos poderoso? Como ya observó el político de exteriores francés Hubert Vedrine durante la administración de Clinton, la mayoría de los “gran pensadores y líderes americanos nunca han dudado un segundo de que EEUU es la nación indispensable elegida por Dios”. Incluso, un hiper progresista de izquierdas de la época de Clinton, el señor Ivo Daalder dijo que “sin la primacía americana, es dudoso que el imperio de la ley se pueda sostener”. No olvidemos que Daalder nació en Europa y es europeo, pero se daba cuenta de esta realidad.
Próximamente, más y conclusiones.