Carson Palmer quiere irse. Tras ocho temporadas vistiendo los colores de los Bengals, cree que su etapa en Cincinnati debe finalizar. Sabe que ha alcanzado la madurez deportiva y que su edad -31 años- invita al "ahora o nunca", pero el proyecto deportivo de The Queen City ha dejado de seducirle. Así que desde hace algunas semanas mantiene un pulso, podríamos decir que hasta ahora de baja intensidad, con el fin de obtener su libertad. Me huelo que lo tiene hecho con alguna otra franquicia pero no citaré -por reiterados y sobradamente conocidos-, la famosa relación de equipos que a lo largo del lockout vienen sonando como altamente interesados en la contratación de lo que conocemos como "un quarterback de garantía".
Franquicia, jugadores y afición alimentaron durante todo el verano anterior unas altas expectativas -ahora sabemos que exageradas-, basadas únicamente en la contundencia de su ofensiva. Como los resultados, nada más empezar, fueron descorazonadores, el campeonato se les hizo demasiado largo, exageradamente largo. Fue el tipo de temporada que mina tu confianza, que te destruye por dentro, que acaba por hartarte, que te frustra y hace de esos cuatro meses casi una condena carcelaria. Solo los que han vivido temporadas así en cualquier deporte saben del desgaste psicológico al que me refiero. Sufrieron desde el inicio hasta el último partido. Una erosión extrema. Así que a nadie extrañó que acabaran los últimos de la AFC Norte, con sólo 4 victorias (Ravens, Panthers, Browns y Chargers). El primero en pagar el pato fue uno de los pilares del ataque en Cincinnati, el ya excoordinador ofensivo Bob Bratkowski, contratado inmediatamente por los Atlanta Falcons como entrenador de quarterbacks. El balance de los últimos años también resulta igualmente desalentador: solo en dos ocasiones (2005 y 2009) consiguieron clasificarse para playoffs, cayendo en ambas ocasiones a las primeras de cambio.
Y pese a estos resultados tan mediocres, Palmer conserva cierto prestigio profesional. Un halo de fiabilidad, experiencia y habilidades suficientes como para resultar atractivo a ojos de otras franquicias. Está claro que ya no es aquel prototipo de pocket passer; es cierto que empieza a tomar malas decisiones; es una verdad incontestable que su precisión y potencia de lanzamiento no es la que era. Y ni sospecháis la de veces que me he sentido indignado, ofendido y estafado con su juego. Pero confieso que aún puedo imaginármelo al timón de otro buque, seguro que con menos épica que la de Kurt Warner, pero sí quizá escribiendo los momentos más vibrantes de su carrera.
Apoyados en su parte de buen juicio, los Bengals quieren que Palmer permanezca en la franquicia y tutele a sus jóvenes quarterbacks aún en proceso de formación. Programaron con esta intención sus últimos movimientos. Es lo que hemos pedido siempre a una franquicia que quiera poner en marcha una transición entre dos quarterbacks, ¿verdad?. Claro que olvidaron que ello exige que todos los implicados asimilen este proceso con buena disposición y espíritu de equipo. Y parece que este no es el caso entre Carson Palmer y los Cincinnati Bengals.
La situación en Cincinnati amenaza con incendiar la ciudad cuando el lockout se levante. Carson ha retado con retirarse si su equipo no accede a tradearlo. Ha aliñado esta postura con algunas acciones fuera de lugar -como poner su casa de Cincinnati en venta- y formulando declaraciones algo pasadas de mesura, "con 80 millones de dólares en el banco, no jugaré por dinero sino por amor al juego, pero en otra parte", afirmó satisfecho. Por su parte, Mike Brown -propietario de los Bengals-, tras recoger el farol ha doblado la apuesta dejando caer una contundente respuesta: "pues hazlo, vuelve o retírate". Han entrado en un tour de force del que nadie saldrá indemne. El problema está haciendo aflorar diferencia de criterio entre los componentes del equipo. Mientras el head coach, Martin Lewis admite que Carson seguiría siendo el quarterback #1 en el caso de que se reincorporara, Cedric Benson -running back- ha perdido toda confianza con el mariscal de Fresno, declarando que "traerlo de vuelta sería perjudicial para todos".
Será una cuestión de difícil solución. Los Bengals saben que con la salida de Palmer este año perderían, desde el punto de vista deportivo, mucho más de lo que pudieran obtener. Probablemente, tomando como referencia otros ejemplos similares, solo deberían aspirar a una segunda ronda en el próximo draft y quizá, alguna tercera ronda futura como contrapartida a un traspaso. Amén de eso, considerando las altas probabilidades de no hallar un recambio de primera mano y menos en un mercado tan inflaccionario como lo será el sector de los quarterback este año, se verían obligados a anticipar tiempos y afrontar esta temporada con la arriesgadísima apuesta de un rookie como quarterback. Pero la otra alternativa, el improbable escenario de un Palmer saltando al Paul Brown Stadium como jugador local no es más alentador. Un quarterback desmotivado, disgustado y en estado de rebeldía sería el mejor pasaporte para un año tempestuoso.
¿Cómo resolver el entuerto?.