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Por María Laura Avignolo
Los jóvenes son quienes encabezan un clamor contra las autocracias.
La “primavera árabe” puede terminar en tragedia si Occidente continúa privilegiando la seguridad como alternativa a la democracia en Egipto y buscando un líder que garantice la mentalidad de bunker de Israel y los miedos y prejuicios de sus gobernantes. El resultado del vacío político que las dilaciones en la búsqueda de un sucesor aceptable para Hosni Mubarak producen puede conseguir el efecto contrario: anular los seculares que han iniciado “la revolución del papiro”, sofocar el llamado democrático y dejar el poder a manos de los Hermanos Musulmanes, que son los que están más preparados políticamente para ejercerlo, aunque oficialmente hayan sido inhabilitados por la autocracia egipcia.
Egipto no es la revolución iraní de 1979 que hizo caer al Sha. Pero podría serlo si los estudiantes, los trabajadores, los ricos y los pobres autoconvocados son subestimados en sus reclamos de libertad y sus sueños por gobiernos occidentales, que quieren ver como sucesor de Mubarak a una figura que no niegue a Israel, defienda “la estabilidad” ni altere el status quo y por el que negocian frenéticamente entre bambalinas. Un mapa con Hezbollah en el norte en Líbano; Hamas en el oeste en Gaza y los Hermanos Musulmanes en el sur inquieta y desespera a Israel.
La toma de la plaza Tahrir por los jóvenes es algo más que un clamor por la partida de Mubarak, un desesperado reclamo contra el imposible precio del pan y los alimentos para los menos privilegiados. Los organizadores iniciales fueron los jóvenes de clase media egipcia a través de las redes sociales, hartos de ser asociados con el fundamentalismo, con sus visas rechazadas cuando quieren visitar EE.UU. o Europa para estudiar porque los asimilan con kamizakes islámicos.
Hartos esencialmente de los estereotipos occidentales frente a los musulmanes y de ser retratados como lo que no son .
Contra los augurios de que Egipto se dirige a una revolución islámica como Irán, los egipcios que protestan no están pidiendo un estado islámico sino lo contrario. Una sociedad abierta, democrática, con libertad de expresión, sin prohibidos, sin censura, con derechos individuales, donde los que llevan velo y los que no lo tienen, puedan convivir en paz y de igual a igual. Como en Tahrir Square, en democrático reencuentro.
Durante 30 años, Mubarak ha intimidado a Occidente con el fantasma del integrismo islamista , al que ha reprimido brutalmente. No es que no existan, pero no son el alma de la actual revolución. Si los seculares ganan, Europa podría respirar aliviada porque una nueva generación, democrática y joven, se expandirá con sus reformas en el mundo islámico que tanto temen. Su silencio es embarazoso, temeroso y prejuicioso.
La epidemia anti-autocrática que se está extendiendo de Túnez a Egipto y amenaza con contagiar a Jordania, Yemen, Argelia, Siria, Sudan y Marruecos rompió los mitos de que en Oriente Medio la mentalidad es diferente a la de Occidente.
Los autócratas árabes temen más a los seculares que a los islamistas . La historia se repite en todo el mundo árabe: desde Túnez a Sudán. Una mutua dependencia entre dictadores e integristas para dejar a los seculares afuera del poder político.
En Túnez, los sindicatos reaccionaron contra la corrupción del régimen que generaron una cleptocracia. Pero no todos los países árabes tienen los mismos problemas aunque conozcan igual frustración y falta de libertad.
En medio de huelgas y protestas estatales, Argelia observa con aprehensión el contagio. El descontento puede explotar en cualquier momento.
Sin petróleo, con un 60% de población palestina, y una bronca incesante en una sociedad empobrecida por los altos precios y el desempleo, Jordania aparece como la más vulnerable . Después de tres semanas, las protestas se multiplican. El Frente de Acción Islámica, una rama de los Hermanos Musulmanes, exige reforma electoral que les permitirá tener una fuerte minoría parlamentaria. El monarca decidió eyectar al primer ministro para reemplazarlo por un ex consejero militar. Pero la designación ha calmado a los islamistas. Y en Yemen, el presidente Ali Abdullah se adelantó a la revuelta: anunció que no se presentará en su reelección en el 2013. Ante el miedo a la revolución, los dictadores árabes tratan de inocularse del contagio.
El presidente de por vida es una categoría política que está siendo enterrada en Medio Oriente, junto a sus sucesores: sus propios hijos.
Líbano vive días aciagos y peligrosos. Cayó el gobierno del sunita Saad Hariri y fue reemplazado por Najib Mitaki, un hombre de negocios próximo a Hezbollah, la milicia shiíta del sur del Líbano. Muchos libaneses lo consideran un “golpe de mano” y los miedos a la guerra civil reflotan.
La excepción hasta ahora son Siria y Libia. Con 42 años en el poder, Muhamar Kadafi es el más veterano y excéntrico de todos. Se solidarizó con la caída de Ben Ali en Túnez y hay una disputa entre sus hijos para sucederlo, ante la resistencia de su vieja guardia. Siria continúa reprimiendo con mano de hierro a disidentes, a pesar de la liberalización de la economía. El miedo a una guerra civil interreligiosa autojustifica su autoritarismo.
Los régimenes árabes tiemblan y Marruecos no es una excepción. El rey Mohamed VI permitió el festejo callejero de la caída del régimen en Túnez, pero los inversores se quejan de la corrupción del poder de sus líderes.
Sudán también está al borde de una “revolución popular” por el desempleo, la opresión y la suba de los alimentos. Arabia Saudita y su Casa Real miran inquietos la protesta y la suba del petróleo: llenar el tanque de nafta podría costar 90 euros en Europa en el 2011 . El alzamiento árabe demuestra que la paz en la región dependerá de su progreso hacia la democracia y no a las autocracias.
Fuente: clarin.com