Miro la fotografía. Un grupo de dirigentes políticos hablan de manera distendida. Destaca la figura de quien, sonriente y con las manos en los bolsillos, parece seguro, relajado y divertido, pero el foco de atracción, por desafecto gubernamental o simple contraste, lo ocupa quien sentado parece estar ajeno a cuanto sucede a su alrededor.
Cuando leemos literatura somos conscientes de que se nos narra una ficción que puede ser más o menos real, más o menos fantástica. Cuando leemos la prensa —la neutralidad periodística no existe—, conocemos el sesgo ideológico o partidista de cada grupo editorial. Cuando observamos una fotografía percibimos que estamos ante la captura de un instante real. Al abrir el periódico habitual, al sintonizar la emisora de radio que solemos escuchar o visitar nuestras webs de referencia, no buscamos la objetividad ni la veracidad, simplemente perseguimos el sucedáneo que cada medio nos ofrece, el enfoque que más se ajusta a nuestros deseos o la interpretación que mejor pueda apuntalar nuestras convicciones. Cuando observamos una instantánea intuimos un acercamiento objetivo a la verdad aunque sepamos que la fotografía es un medio creativo donde el autor sustituye el lenguaje verbal por el corporal y la palabra por el enfoque, la iluminación o el encuadre.
La fotografía de Rajoy en Bruselas resulta impactante; tiene sentido que se hiciera viral. La imagen es tan explícita y sugerente que sobran las palabras. Un título la desenfocaría, un pie de foto ofrecería una perspectiva condicionada; recrearla en el texto de un artículo, resultaría inútil y una absurda pérdida de tiempo. Una sola palabra puede deformar el contenido de la imagen. Ubicación y fecha, mirar y observar. Nada más. Solo hay que mirar y ver. Si complicado es interpretar el fraseo de Rajoy, mucho más complejo sería elucubrar sobre su semblante. En este caso, como suelen decir los sensatos: «Si no tienes nada mejor que decir, calla».
Hay fotografías que tienen relato, que nos cuentan una historia, incluso algunas nos ofrecen un retrato psicológico. Ésta lo dice todo: el conjunto de figurantes, su disposición en el encuadre, los labios cerrados de Rajoy, la expresión de su rostro, esa inescrutable mirada… La fotografía es magnífica; hace bueno aquello del valor de la imagen y las mil palabras innecesarias. Es demasiado explícita para explicarla, sobran todos los adjetivos; lo sustantivo resulta evidente. También, como tantas otras, esta fotografía resulta subversiva; nos incita a pensar en el tipo de presidente que tenemos.
Sólo recordar el contexto: si la política gusta de grandes escenarios, la cumbre europea sobre Grecia ha sido la representación definitiva de cómo la Europa de los mercaderes derrotó a la Europa de los ciudadanos.
Es lunes, escucho a Allegra Levy:
Lecciones que sacamos de la cuestión griega La chulería de Rajoy La emoción del tecnócrata En lugar del periodismo, de cuyo nombre no quiero acordarme La irrelevancia internacional de la España de Rajoy Grecia se vende… a Alemania El factor Varoufakis