Revista Arte
Desde que Julio César (100 a.C- 44 a.C) fundara la Colonia romana Julia Romula Híspalis, en el año 60 a.C. en la orilla izquierda del río Betis romano, nunca se decidió construir puente alguno entre esa misma orilla y la opuesta. El gran río que cruza la actual ciudad de Sevilla (España), y cuyos apenas 100 kilómetros desde su desembocadura en el gran Mar Océano hasta el enclave romano, así como su orografía cubierta de marismas y crecidas del océano -que le hace propenso a crecer y decrecer con sus mareas de rivera-, es, a la vez, un brazo del Mar que ofrece una extraordinaria y segura ubicación como así un magnífico puerto interior. Pero, sin embargo, el subsuelo de esa ribera hispalense es arenoso y fangoso; y esas crecidas hacen además poco seguro fijar cimientos firmes que resistan la bravura del agua y su frágil fondo.
Así que se mantuvo sin enlace una orilla con la otra hasta casi el año 1171, cuando los musulmanes almohades utilizaron unas barcas fijadas por anclas y que, con unos garfios de hierro, unían fuertemente unas barcas con las otras. En cada orilla, dos malecones sujetaban a su vez cada extremo del conjunto de barcazas paralelas que, además, mediante unas rampas soportadas por pieles de cabra hinchadas de aire, permitían deambular por su plataforma.
Durante el grandioso y próspero siglo XVI se pensó en construir un puente sobre el Guadalquivir en el mismo lugar en donde las barcazas del antiguo puente musulmán se situaba. Incluso en el año 1563 se elaboró un proyecto de construir un puente de hierro y madera, ya que se desestimaban los ladrillos, la piedra, o cualquier otro material de ese tipo, por las orillas fangosas y traicioneras. Pero, la realidad es que al iniciar el siguiente siglo XVII la ciudad comenzó su declive y acabó su esplendor. Ya no se dispusieron recursos para nada parecido. Entre los años 1648 y 1652 la ciudad padeció una epidemia de Peste y una hambruna no conocida en la ciudad hispalense casi desde su fundación. Ni el comercio americano, ni los tesoros que ello pudiese haber supuesto, consiguió hacer resurgir aquel enclave romano, tan cercano al Mar como al interior de aquella Hispania Ulterior.
Hasta el año 1845 no se aprobó ningún proyecto definitivo que emprendiera la construcción de un puente permanente que acabase de unir las dos orillas hispalenses del Guadalquivir. Para llevarlo a cabo se encargó la urgente tarea a unos ingenieros franceses que ya habían construido puentes en el solar andaluz. Los materiales utilizados fueron la piedra y el hierro, y se basaron en un diseño de arcos de hierro de un puente que ya existía en París desde el año 1834, el puente del Carrusel, puente que fue derruído en 1931 y sustituído por otro de hormigón. El gran pintor Vincent van Gogh pintó en el año 1886 el óleo El puente del Carrusel y el Louvre, donde se aprecian los arcos metálicos característicos de la estructura.
(Imagen del óleo de Van Gogh, El puente del Carrusel y el Louvre, 1886; Fotografía de Gustave Le Gray del puente del Carrusel sobre el río Sena, París, 1859; Fotografía del puente de barcas, Sevilla, 1851; Grabado del siglo XVI de la ciudad de Sevilla y el río Guadalquivir y su puente de barcazas; Fotografía de la inauguración del puente de Isabel II, 1852; Fotografía actual del puente de Isabel II -puente de Triana-, reformado en 1977, en donde se inutilizaron los arcos de hierro como parte de la estructura, dejándose sólo como decoración artística -algo que no se hizo en el de París en 1931-; Imagen fotográfica del río Guadalquivir desde el interior del puente; Imágenes de zócalos de azulejos representando a: San Jorge, la Fe, la Caridad, la Esperanza, y Santiago el Mayor; Fotografía de la fachada de la iglesia de la Caridad de Sevilla, edificio cuya construcción se llevó a cabo en el malogrado siglo XVII, auspiciado por el gran altruista sevillano Miguel de Mañara (1627-1679), en aquellos difíciles años de una ciudad que llegó a ser próspero puerto de América y acabó desdeñada por la Historia y su fortuna.)
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