En las noches claras, es bueno acudir de vez en cuando al campo y pasar un rato mirando al cielo. Miles de estrellas iluminan el firmamento y puede observarse con claridad uno de los brazos de espiral que forman la Vía Láctea, la galaxia a la que pertenecemos. Teniendo en cuenta que lo podemos admirar no es más que una parte insignificante del Universo, la imaginación no puede más que desbordarse y pensar en la posibilidad, estadísticamente probable a primera vista, de que existan otros seres inteligentes allá arriba, civilizaciones que se han expandido a otros mundos y que quizá algún día lleguen al nuestro. El proyecto SETI nació de la voluntad de unos pocos científicos de embarcarse en una búsqueda tan improbable como fascinante: la captación de señales electromagnéticas que evidencien la existencia de otras civilizaciones más allá del Sistema Solar, donde podemos estar bastante seguros de que solo existe vida en el planeta Tierra.
¿Pero es la existencia de billones de otras estrellas garantía suficiente para que la vida se haya abierto paso en un proceso similar al que se ha dado durante millones de años en nuestro planeta? Davies se muestra escéptico al respecto. Los acontecimientos que dieron lugar a las complejas formas de vida que somos nosotros mismos, quizá sean irrepetibles, puesto que ha sido fruto de condiciones singulares en las que el azar y lo improbable han jugado un papel decisivo. Somos una anomalía extraña y privilegiada, quizá los únicos seres conscientes que pueden contemplar el Universo. Si alguna vez se descubre que no es así, se tratará de la noticia más relevante de la historia:
"Si alguna vez descubrimos signos inconfundibles de una inteligencia alienígena, saber que no estamos solos en el universo acabará impregnando todas las facetas de la búsqueda humana del conocimiento. Alterará irreversiblemente nuestra forma de vernos a nosotros mismos y nuestro lugar en el planeta Tierra. El descubrimiento se situaría a la altura de los de Copérnico y Darwin como uno de los grandes eventos transformadores de la historia humana. Pero pasarían décadas antes de que la gente se acomodara a la idea y su verdadera significación quedase establecida en firme, tal como ocurrió con la cosmología heliocéntrica y con la evolución biológica."
Pero es que esta búsqueda, mucho más complicada que la típica metáfora de la aguja en un pajar, requiere que los extraterrestres hayan accedido a los conceptos de ciencia y cultura, una conquista humana, también plenamente azarosa:
"Si descubrimos una civilización extraterrestre que ha encontrado la ciencia, sería un indicio fuerte de que, en efecto, existen leyes universales de organización social e intelectual. Igual que hay leyes universales de la física."
En cualquier caso, el programa de búsqueda SETI tiene unas limitaciones casi insalvables: depende de que nuestros vecinos galácticos cuenten con una tecnología similar a la nuestra en cuanto a emisiones de radio. Y también de que no se hallen demasiado lejos. Cuanto más alejado se encuentra un planeta, más tiempo tardarían en llegarnos sus hipotéticas emisiones. Una conversación de un par de frases con los extraterrestres podría llevarnos siglos. Además, debemos contar con el auge y la decadencia de las presuntas civilizaciones de la galaxia. Quizá existió vida hace algunos millones de años a unos pocos años luz, pero se extinguió y no tenemos manera de acceder a esa información...
Existen alternativas, por supuesto, pero dependen también del azar. Por ejemplo, que los extraterrestes tomen la iniciativa de visitarnos (y no hay que creer en esas historias de ovnis y humanoides, porque, de existir, estos seres serían inconcebiblemente distintos a nosotros). O que se hayan paseado por nuestro Sistema Solar en algún momento de su historia y dejaran algún recuerdo en forma de baliza o satélite artificial, o que resulten ser seres tan inimaginables que ni siquiera alcancemos a percibirlos. Quizá sean seres tan avanzados que se hayan fusionado con sus máquinas y su existencia sea más espiritual que material... o suceda lo contrario, que se trate de seres primitivos o no racionales. No podemos saberlo. Solo caben las especulaciones y las fantasías de la literatura de ciencia ficción. Quizá lo más sensato sea lo que propone Davies: centrar la búsqueda en nuestro propio planeta, no de seres extrarrestres, sino de seres vivos que provengan de un tronco distinto al del resto. Eso probaría que la vida es un fenómeno común y nos daría muchas más evidencias acerca de la existencia de un Universo repleto de otros seres.
A pesar de todo, hay que seguir intentándolo, puesto que el premio es demasiado importante como para merecer el esfuerzo. Con el tiempo, se irán desarrollando nuevas técnicas, la mente se proyectará hacia el futuro y es posible que demos con el secreto de la vida. Para entonces quizá, aunque no tengamos evidencias empíricas, podremos estar más seguros acerca de si estamos o no solos en el Universo. Mientras tanto solo cabe soñar. Es curioso que el escéptico Davies dedique una parte de su libro a imaginar lo que sucedería si llegara ese día, la presión a la que se sometería a los científicos que descubrieran una señal artificial o cualquier otra prueba. Seguro que ha reflexionado mucho acerca de esa hipotética jornada, la del mayor descubrimiento de la historia de la humanidad que quizá nunca llegue. Leer el libro de Paul Davies, que suma el rigor científico con las más extraordinarias especulaciones, es una tarea fascinante.