Revista Cultura y Ocio
Aseguraba Lope de Vega, con gran dolor, que España es madrastra de sus hijos verdaderos. Y habiéndose repetido la frase en infinidad de ocasiones, quizá sería interesante preguntarse de una vez por todas por el significado exacto del adjetivo que la cierra. ¿Quiénes son los “verdaderos” hijos de este país? Podré estar equivocado, pero creo que lo más probable es que sean quienes trabajan, y piensan, y luchan, y se dejan la piel, por el futuro de los demás. En ese sentido, tan “hijos verdaderos” pueden ser los nacidos en Alcalá de Henares como los que vinieron al mundo, pongo por caso, en Italia.Es el caso de Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache, nacido en Mesina a finales del siglo XVII y que gozó en nuestro país de la absoluta confianza del monarca Carlos III. A este político y reformista trasalpino se le deben grandes mejoras en el alumbrado público, el pavimentado de las calles o la seguridad ciudadana, así como la regulación de tributos de la Iglesiao de las colonias americanas. Pero la clase alta más rancia y el pueblo más chato se unieron contra él, reacios a sus modernizaciones.El gran dramaturgo Antonio Buero Vallejo lo utiliza como protagonista en su pieza Un soñador para un pueblo, donde refleja magníficamente ese ambiente de odio, inmovilismo y necedad que siempre ha caracterizado a determinados estamentos socio-político-económicos de este país. Esquilache se nos aparece aquí como un hombre dispuesto a convertir España en una nación moderna, en la que la honestidad, el trabajo bien hecho, la cultura y el rigor impregnen todas sus instituciones. Pero, a la vez, nos mostrará su faceta más humana: un hombre engañado por su esposa (que se entiende con el embajador de Holanda, un tal Doublet), al que todos desdeñan como amigo porque no entienden la pureza de sus decisiones... y que se termina enamorando sin esperanza (jamás dañaría a un ser tan frágil y del que lo separan tantos años) de una dulce criada llamada Fernandita. El rey Carlos III, en un momento en que la cabeza de Esquilache pende de un hilo, se lo dirá a éste con sencillez: “España necesita soñadores que sepan de números”.
Buero Vallejo, una vez más, como siempre, nos entrega una pieza maestra, con la que emocionarse, con la que aprender, con la que pensar. Si evaluamos el elenco de dramaturgos españoles del siglo XX apenas encontraremos uno o dos que se igualen en importancia a él; y ninguno que lo supere. Un hijo verdadero de España.