Un sueño de mundo, un recuerdo común, con todas las historias, todas las emociones y todo el Arte.

El Oscar al mejor cortometraje de 1986 lo recibió este montaje, del realizador norteamericano Chuck Workman. Es el mejor homenaje que se le puede hacer a un Arte que comenzó en Francia con la invención del cinematógrafo por Auguste y Louis Lumière en 1894. Poco después, el inefable Edison lo patentó en Nueva York, obligando así a algunos pioneros a marchar a Los Ángeles (California) a primeros de 1900. Con la ventaja de la luz natural, y el buen clima, proliferaron los estudios en un suburbio de esa ciudad llamado Hollywood. Este fue el comienzo de algo rudimentario, cómico y hasta vulgar, pero, ciertos hombres comprendieron que todo un nuevo Arte nacía ahora con multitud de posibilidades. Contar una historia en imágenes subyugó al público, de una manera como nunca antes habían conseguido las novelas ni los cuentos. El cine fue la catarsis que toda persona utilizó, desde entonces, para hacer de la vida otra cosa diferente, casi irreal, pero llena de todo lo que, en esencia,  hace que nos seduzca: una intensa y maravillosa sensación de apenas unos cientos de minutos. Ése es el sueño, éste el recuerdo que todos tenemos en común.