Revista Opinión

Un tal Pérez o la insoportable búsqueda de un estilo

Publicado el 11 mayo 2011 por Peterpank @castguer

Un tal Pérez o la insoportable búsqueda de un estilo
Confesemos que hemos comprado el domingo 21 de septiembre de 2008 el diario ABC, ya mundializado, para poder hacernos con un ejemplar del diccionario de María Moliner abreviado. Dicho lo más difícil, bien podemos aclarar que hemos ido más allá de eso, hasta el punto de hojear el suplemento de ese periódico, llamado con el posmoderno título de XLSemanal. Poco que objetar a esta gacetilla que no pueda afearse a otras por el estilo de El País o El Mundo. En realidad, casi nada. Una minucia: en pocas páginas tropezamos con un artículo de Juan Manuel de Prada no sabemos si a favor o en contra de los toros y con una página a tres columnas del inefable señor Pérez Reverte, en la sección llamada oportunamente “Patente de corso”. Pero lo mejor es que si Prada, muy depradado o depradante él, se hacía el casitaurófilo, Pérez se nos vuelve casifeministo, con una muy suave soflama contra las mujeres que consienten que las calienten sus maridos o novios. No nos toca entrar ahora en el problema de si, a causa de su artículo, Pérez podría o no ser perseguido por una banda de feministas enardecidas o por las mismas mujeres que desean elegir quién les da la tunda sin que esta especie de cuervo posmoderno, pero antediluviano, que es el amigo Alatriste o Revertriste, emita sus opiniones, que nadie le ha pedido. Y es el caso que el mismo perpetrador del artículo viene a confesar que en dos ocasiones de su vida ha percibido que las damas por él auxiliadas caballerescamente no le han agradecido su galante ayuda. Quizás será porque, como Reverte escribe ahí, “siguen siendo rehenes de sí mismas”, pero en realidad se trata de un problema que sin duda podrán resolver mejor los psicólogos del ramo que nuestro espadachín de Cartagena. La cosa tiene alguna miga porque el caballero Pérez nos relata dos fazañas por él acometidas en el cumplimiento de su deber como hijodalgo español: estaba allí cuando “un tío le estaba dando a su legítima las suyas y las del pulpo”; intervino también “cuando nos topamos con un jambo que le daba fuertes empujones a una mujer contra el capó de un coche, mientras discutían”. Como en varios de los últimos artículos perezianos, se impone una traducción, como antes se hacía con Góngora: el jambo debe ser una mezcla de jayán y Rambo; las hostias se calzan; la dama es una “torda” y el amigo de Pérez es un “plas” (¿un plas-ta?). Toda esta segunda historieta, seguramente cierta dado que el supuesto escritor o folletinista suele inventar poco y mal en sus novelos, rezuma ese ambiente cheli y tabernario que tanto le gusta a Pérez-Triste: ambos venían de calzarse (bis) unas garimbas en las Vistillas”; al amigacho acababan de soltarlo del talego, etc. Además, para aviso de críticos, éste era boxeador “y todavía entrenaba en la ferroviaria”. Volvemos al peor Paco Umbral, a la movida de los colegas, a las litronas de los ochenta, a los pedos de Cela, etc. Y sólo el Diccionario de argot de Ciriaco Ruiz viene en nuestra ayuda y nos informa, de que el último escritor conocido que usó plas fue Martín Santos, al que don Pérez haría bien en leer, y de que varias de las otras palabrejas vienen en los libros de Roger Wolfe.

Nos asaltan terribles preguntas: ¿Seremos nosotros los que estamos fuera de onda al usar un lenguaje inteligible o –de emplear algún argot- al separar cuidadosamente al matón que lo usa del narrador que relata la historia y al escritor de sus personajes? ¿Sabe Pérez contar algo más que las anécdotas del chulo del barrio y del héroe del callejón, confundiéndolas con su propia vida? ¿Aspira APR a convertirse en un nuevo Valle Inclán de mala mano? ¿Tendremos que calarnos y fajarnos muchos enguipar, entalegar, lumis, macatruquis, matariles, pestaña, quiló, quitones, sonantas, etc.? ¿Se hacen novelas o artículos con palabrejas que suenan a nombres de discotecas rancias precintadas hace décadas por orden municipal? ¿No es todo esto más viejo que el comer desde que Martín Santos inventara al Muecas y a Cartucho? ¿Espera Maese Pérez vendernos la moto de su inmersión en los bajos fondos a la Jean Genet? ¿Va a escribir mucho más este Pérez-Genet en su falsa jerga? Porque todo esto ya lo han hecho cienmil millones de veces mejor todos los citados, además de Quevedo, Galdós, Baroja y la lista completa de autoridades que aduce el Diccionario de argot ya referido, todos señores bien documentados y en bastantes casos dotados para la escritura creativa.

Como puede ser que algún día, en alguna galaxia cercana, La fiera literaria sea estudiada en los colegios y analizada por ciertos doctorandos en la difícil materia que será para entonces la arcana literatura española del siglo XXI, conviene ser muy precisos y pedagógicos. El lector debería meditar y responder al siguiente cuestionario con respuestas rápidas y contundentes: ¿Qué se desprende de esta jácara? ¿Aprenderán algo en ella nuestros sufridos alumnos de ESO y BUP que ahora escudriñan los artículos de Pérez en busca de valores literarios? ¿El cheli más trasnochado es un estilo? ¿Es Pérez un escritor fuera del tiempo, como Dorian Grey? ¿Se queda a vivir en cada época del pasado sobre la que escribe? ¿Es, en realidad, un admirador secreto de H. G. Wells o de José Ángel Mañas? ¿Todo puede calzarse por igual? ¿Un amigote es siempre un plas o es ese el ruido que hacen los compadres al chocar los cinco? ¿A don Arturo no le funciona o le funciona al revés su corrector automático de Word, siempre sujeto a los desastres informáticos patrocinados por Bill Gates? ¿Era Pérez quien pegaba o quien ayudaba? ¿Usa siempre garimbas o son éstas algo de comer o de beber? -se preguntan a coro los lectores exmonárquicos de ABC y los chavales de instituto. ¿Todo suscriptor de ese rotativo recibe gratis, junto con los demás diccionarios, un vademécum del argot de hace veinte o veinticinco años? ¿Se revuelve en su tumba el pobre don Torcuato Luca de Tena ante estos disparates…?

En fin, como no venga Sobacotriste a enmendar de una buena vez a las mujeres masoquistas y a los lectores todavía más masocas del Más Hijo Ilustre de Cartagena, tendremos que seguir leyendo cronicones tan plastas, paternalistas, perdonavidas, mal escritos, machistas y hueros como el que hemos comentado, que no ha necesitado ni siquiera la ayuda de PRISA y sus muchachos, que por cierto acaban de solicitar sin rodeos al gobierno –Cebrián dixit- que les conceda unos todavía mayores beneficios. La única verdad del artículo perezuno es su frase final, cómo no del más rancio refranero español: que cada palo (léase: editorial o lector) aguante su vela (o su escritorazo murciano).

Queequeg


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