El descubrimiento es nuestra versión castiza de las pirámides egipcias, y además sin saquear.La espectacular noticia ha sido publicada estos días por el diario ABC, que informa también de que esta semana o la que viene, la “cápsula del tiempo” (como se dio en llamar a estas cajas en los años sesenta del pasado siglo) será abierta con gran expectación por especialistas del Museo Arqueológico Regional.
Cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad por el patrimonio histórico y respeto hacia el legado que nos dejaron los antepasados es difícil que no se entusiasme con noticias así. Y que no sienta curiosidad por conocer el contenido de la caja. Pero que nadie espere sorpresas. No será como el tesoro de Tutankamón. Lo habitual en estos casos era introducir monedas de la época, un diario del día, quizá la Gaceta de Madrid que recogía el decreto por el que se ordenaba erigir la estatua y poco más.
Sin embargo, el diario yerra cuando dice que ésta es la primera cápsula del tiempo que se colocó en Madrid. Más de veinte años antes que ésta bajo la estatua cervantina (obra del escultor Antonio Solá) se colocó otra en los cimientos de la Puerta de Toledo y, curiosamente, fue por orden del entonces rey de España José Bonaparte. Este monumento (cuya construcción se inició en 1813 para conmemorar la entronización del hermano de Napoleón y se inauguró en 1827 proclamando el poder absoluto de Fernando VII), para colmo, ¡tiene dos cajas! Una en la base que sufrió múltiples cambios de contenido en función del viento político cambiante de la época, y otra en el arquitrabe, como revela Luis Miguel Aparisi en su estudio “Alteraciones de la estatuaria madrileña”, publicado por el Instituto de Estudios Madrileños.
Es más, según Aparici, otra cápsula del tiempo, también anterior a la de la estatua de Cervantes, estaría bajo el monumento a los caídos del Dos de Mayo del Paseo del Prado (Plaza de la Lealtad), hoy dedicado a los Caídos por la Patria.
También se equivoca el ABC cuando dice que la de Cervantes fue la primera estatua dedicada a alguien que no fuera de la realeza o el clero. Aparici nos recuerda que el conjunto escultórico dedicado a Daoiz y Velarde en al actual plaza del Dos de Mayo (obra del mismo artista) es anterior a esta.
No quiero cerrar este texto sin subrayar que José Bonaparte está también en el origen de la estatua dedicada a Cervantes, porque él fue el promotor del monumento mediante un decreto firmado en 1810. En el mismo, el rey intruso dictaba que los derechos autor de las obras de Cervantes servirían para la conservación del monumento.
Sin embargo, la huida del rey junto con el ejército francés dejó el proyecto en suspenso, hasta que Ramón Mesonero Romanos, lo reivindicó de nuevo en 1833 con motivo del aniversario de la muerte del escritor.
Lo que es seguro es que seguiremos sin disponer de los restos del genial autor de El Quijote, porque la desidia de su tiempo provocó que, tras ser enterrado en un nicho perfectamente localizado de la iglesia de las Trinitarias Descalzas, con el paso de los años sus huesos fueran arrojados al osario del mismo templo, mezclándose con cientos de esqueletos anónimos e imposibilitando su identificación. La misma suerte corrieron Lope de Vega y Pedro Ruiz de Alarcón en la iglesia de San Sebastián. Pero esta es otra historia.