Resulta indiscutible el gran impacto y fuerza que tiene el uso de la violencia en el cine de la contemporaneidad. Los primeros exponentes de este tipo de cinematografía llegaron desde el país nipón, que recogieron el legado que dejaron los grandes artistas de la nouvelle vague japonesa. Oshima o Imamura nos enseñaron que el sexo, la sangre y la fuerza bruta también se podrían utilizar no solamente como instrumentos de denuncia social, sino también para crear un arte y un estilo tan bellos como únicos. Estos ideales fueron rescatados tanto por grandes directores japoneses como Takashi Miike como directores de la talla de Quentin Tarantino, cuyo nombre es indispensable para entender el cine de hoy en día. Por esa razón me parece muy relevante el papel que tiene Takeshi Kitano como uno de los impulsores (a través de su productora Office Kitano) de la última película de Jia Zhang Ke. Un toque de violencia recupera el espíritu de las primeras películas de Kitano, en las que la violencia no era sobremitificada o sobreexaltada en la gran pantalla. La violencia era tratada como algo banal, algo rutinario, el impulsor y motor de la sociedad moderna. Una violencia cuyo análisis evidencia su surrealista ridiculez al mismo tiempo que nos lleva a preguntarnos qué es lo que no funciona en este mundo.
Un toque de violencia es una película construida como argumento moral a través de su brutalidad. Para ello nos expone cuatro capítulos diferentes que bien podrían actuar como cuatro lecciones. El primero de ellos nos enseña como la frustrada búsqueda de una justicia utópica puede enloquecer a la persona más inofensiva. El segundo, nos muestra los mecanismos de la violencia como enfermedad, como pasatiempo, como forma de ocupar y ganarse la vida. El tercer capítulo nos muestra el impacto de la violencia como mecanismo de defensa., y finalmente, el último de los episodios, nos enseña el uso de la violencia contra uno mismo como forma de escapatoria.
Existen dos aspectos que hacen de la película una obra original. En primer lugar, la estructura que constituye cada uno de los episodios. Empiezan con un ritmo lento y monótono que avanza muy despacio surcando y adentrándose en la vida de cada uno de los personajes principales. La atmosfera cada vez es más densa y la llegada de la violencia más inminente. Finalmente los episodios concluyen con la explosión de la brutalidad, tratada desde una perspectiva totalmente fría, normalizada y estandarizada. La violencia es un proceso totalmente esquematizado. En segundo lugar, las conexiones entre los cuatro protagonistas son mínimas y prácticamente inexistentes. En principio podría ser un aspecto en contra de la obra pero probablemente sea una de las decisiones más acertadas. Al aislar cada historia, cada personaje, cada problema, cada lección moral sobre la violencia, Jia Zhang Ke consigue realizar un recorrido por China en busca de aquellos casos más impactantes. Con este mecanismo consigue aportar verisimilitud a su obra. Una verosimilitud que va acompañada del realismo intrínseco en los actos violentos abordados. Actos que tristemente se escuchan como mínimo una vez por semana en los telenoticias.
Probablemente uno de los aspectos o dudas que surgen de la obra es su funcionamiento. Un toque de violencia es una obra que funciona a la perfección como experimento pero no me atrevería a afirmar su buen funcionamiento como obra cinematográfica. Su particular estética, las fantásticas actuaciones y su original guion (ganador en Cannes) son signos de un tipo de obra original, única y a la que no estamos acostumbrados. Tendremos que estar atentos a la posible llegada de obras similares y analizar si su funcionamiento llega a ser tan notable como en Un toque de violencia.