Hoy día vivimos en la vorágine de la celeridad.
Y es que no sin razón, un antiguo paciente me decía: "No falta tiempo, sobran las prisas".
Cada día nos proponemos hacer montones de tareas: trabajo, curso online, clase de inglés, deberes de los niños, súper, lavadora, gimnasio, el perro... Y conseguir que nos dé tiempo a todo convierte cada día en un desafío de proporciones gigantescas. Sin embargo, se puede, y sin perder la cabeza en el intento.
Pero no en pocas ocasiones el problema radica en la cantidad de tareas que hacemos a lo largo del día, sino en que después de finalizada una tarea e iniciada ya la siguiente, somos incapaces de desconectar de la anterior. Y no nos concentramos en las explicaciones del profesor de inglés u olvidamos por despite recoger la caquita de nuestra mascota.
Nuestra mente se encuentra literalmente secuestrada, bien porque nuestro cerebro ha pasado demasiado tiempo fijando sus capacidades en una tarea específica y ahora le cuesta adaptarse a otra distinta, bien porque no cesamos de tener rumiaciones del tipo "vaya tonterías me ha tocado soportar hoy de mi jefe" o "¡glups!, se me olvidó poner la lavadora,tú verás cuando se lo diga a mi mujer..."
Sin embargo el problema mayor no son los despistes que pueden ocasionarnos esas rumiaciones o la falta de atención, sino el perdernos momentos verdaderamente valiosos y que son los que dan un significado especial a nuestras vida: una conversación con los amigos, un encuentro romántico con nuestra pareja o la última ocurrencia de nuestro hijo. Parece como si pasáramos por esos eventos con el piloto automático, y eso nos impide disfrutar como se merecen esas pequeñas píldoras de felicidad.
El Mindfulness o Atención Plena es la capacidad de la mente que nos sirve para, precisamente, prestar atención al único tiempo y lugar en los que el ser humano puede ser feliz: el aquí y ahora. Como capacidad que es, se puede desarrollar y entrenar (en esta mismo blog puede consultar los talleres que hago, y espero hacer uno de Mindfulness antes de que acabe el 2015).
Pero hoy quería hablarte de una estrategia que requiere menos tiempo y que puede ser también muy útil para desconectar y concentrarnos en una nueva tarea, por ejemplo cuando terminamos la jornada de trabajo (cuántos se sentirán identificados con este ejemplo, ¿verdad?).
El truco es muy sencillo. No lo hagas todo seguido. Para, haz una pausa entre tarea y tarea. Pero una pausa de verdad, no una pausa para mirar el móvil, o conducir y meterte en un atasco, o cambiarte de ropa para ir al gimnasio. No, tu cerebro te está pidiendo a gritos que durante un momento lo pongas en stand by. Hazlo o... ¡se sobrecalentará!
¿Y qué hago en esa pausa? Nada. Absolutamente nada, o lo más mínimo. Asomarte por la ventana y ver la gente pasar, tirarte a la cama y fijar la vista en el techo, tomarte un té con todo apagado y en silencio. ¿Cuánto tiempo? El necesario: 10 minutos, 5 ó sólo 1. De hecho, este famoso vídeo que te presento a continuación, te explica cómo meditar en tan sólo en 1 minuto. Una actividad también muy recomendable en la que invertir esa pausa.
Y es que recuerda: no hay falta de tiempo, sólo gente con prisa. Parar el motor es lo que mejor funciona para después volver a ponernos al volante de nuestro propio vehículo interior. Abrazos.