Aguanta cada día el paso de miles de personas ante su fachada pero prácticamente resulta invisible a los ojos de la gente. Un torrente que se multiplica los fines de semana. Allí, en mitad de Fuencarral, haciendo esquina con Augusto Figueroa aguanta como puede el Humilladero de Nuestra Señora de La Soledad.
Un humilladero, tal y como lo define la Real Academia de la Lengua Española es un “Lugar devoto que suele haber a las entradas o salidas de los pueblos y junto a los caminos, con una cruz o imagen”. Su nombre viene de la palabra ‘humillar’, ya que cuando la gente entraba en estos lugares se arrodillaba e inclinaba como señal de sumisión.
Esta pequeña capilla fue construida en 1712 y nos deja claro donde estaban por aquel entonces los límites de Madrid ya que estos lugares se situaban por costumbre en el extrarradio de los núcleos urbanos para que la gente rezase antes de emprender los viajes o de entrar a las ciudades y también para llevar ofrendas. De este modo podemos imaginar el espectacular crecimiento que ha experimentado la ciudad en los últimos siglos.
El humilladero de la Calle Fuencarral ha logrado resistir al paso del tiempo y ahora parece un anciano desorientado en un lugar que le resulta extraño, como si no lo conociese. Su fachada de ladrillo visto y sillería está coronada con un arco de medio punto que asoma a esta arteria comercial, a la altura del Nº 44. Permanece siempre cerrado aunque si nos asomamos a través de sus cristales para robarle un poco de intimidad descubriremos un Cristo Crucificado del ‘Consuelo’ de tamaño real y un cuadro de la Virgen de Nuestra Señora de la Soledad.
Su mantenimiento depende de la cercana Iglesia de San Ildefonso pero como os digo sólo se puede ver desde el exterior ya que sus puertas están cerradas. No obstante, su diminuta planta rectangular tampoco daría para recibir demasiadas visitas todo sea dicho. Ahora, el contraste de esta sencilla capilla en relación a la vorágine consumista que la rodea es sencillamente espectacular.
Una construcción misteriosa que ha vivido en primera persona el nacimiento de toda una ciudad a su alrededor y a la que sólo devotos y curiosos parecen hacerle caso. A pesar de su diminuto tamaño resiste con fuerza en el Madrid del Siglo XXI. Todavía no ha dicho su última palabra.
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