Creo que conseguí a tiempo apartar el olor acre de mi mochila, aunque parte de él se quedó impregnado en sus tirantes; lo sentí como vaharada: aguda, amarilla y pestilente, como de quien huye del agua y el jabón, pero claudica al sentarse en el tren, tres asientos más atrás, y su presencia es miasma o pantano -aún no sé muy bien. Lacerante olor, lanza en astillero y adarga antigua, acerado, punzante y sutil hasta lo más hondo de la pituitaria, ofensa olfativa e insulto ciudadano de días sin higiene... Ni el libro que descansaba me libró de ahondar en lo que no era perfume y sí escarnio o afrenta decimonónica...