Revista Cultura y Ocio

Un viaje hacia la "más grande"

Por Gaysenace

Rocío Jurado, la más grande


Por Ulises Sánchez (la Jurado)
He rebuscado en los cajones de mi apartamento las fotos de mi infancia y de mi adolescencia para acompañar mi historia, pero no he encontrado una sola con la que me sienta identificado. Todas corresponden a aquellos años en los que viví una relación de amor y desamor permanente con mis padres y una guerra continua contra mí y contra quienes me rodeaban.
Ninguna de ellas retrata a la persona que quiero que ustedes conozcan a través de esta breve autobiografía en la que quiero relatarles el momento exacto en el que rebelé mi homosexualidad y toda la estructura de mi familia se vino abajo como un castillo de naipes ante mi más absoluta incredulidad.
Pese a que fui dejando pistas desde una corta edad de que las mujeres eran la parte más importante de vida, pero nunca sería capaz de ir más allá con ellas, mi revelación cayó como un auténtico jarro de agua fría entre mis padres, que hasta ese momento habían optado por pensar que mi exagerada pluma y mi forma extravagante de vestir era mi forma de captar su atención.
Que era gay era un secreto a voces que yo mismo había ido tejiendo sin demasiadas sutilezas. Todos mis compañeros y compañeras me habían aceptado desde el principio como el “raro” y más tarde como una “loca” que había impuesto mi homosexualidad a golpe de evidencias que no dejaban lugar a ningún tipo de duda.
Veté a mis dos hermanas de mi selecto grupo de admiradoras de patio de colegio para evitar que su presencia me impidiese ser como quería que todos me viesen. Aceptaron sin pedir demasiadas explicaciones que ellas no formaban ni formarían parte del grupo que había creado con compañeras que me hacían la corte mientras yo derrochaba todo el arte de mi admirada Rocío Jurado.
Todo un show que desarrollaba ante la mirada incrédula de mis compañeros y profesores que, con el paso del tiempo, aceptaron mis minutos de gloria en el patio del colegio como una estampa rutinaria.
Que era gay lo sabía hasta el apuntador, excepto mis padres. Cuando les conté la noticia mientras almorzábamos, mi padre dejó la cuchara sobre la mesa y se levantó de la mesa, mientras que mi madre comenzó a sollozar ante la mirada de mis hermanas, que siguieron comiendo sin levantar la cabeza del plato. Ambos se encerraron en su habitación y, media hora después, me llamaron. Subí las escaleras y, al llegar al despacho que mi padre usaba como oficina, me sometió a un interrogatorio de más de una hora, mientras mi madre seguía sollozando.
No pude reprimir una leve sonrisa, pese a la tensión que se respiraba en la sala, cuando mi padre me dijo que no sería capaz de soportar la mirada de los vecinos si estos se enteraban de lo que acababa de contarles. Y que habían decidido que, tras los meses de verano, seguiría mis estudios de Bachillerato en un centro de jesuitas de Madrid. Que ellos me meterían en vereda.
Lo que nunca imaginaron fue que mi forzoso traslado a Madrid se terminaría convirtiendo en un viaje inesperado que me abriría, a mediados de los 90, las puertas al mundo que, día a día, recreaba en el patio del colegio.
Con apenas 16 años me subí al primer escenario y 16 años después sigo sin bajarme. Cada noche, soy un personaje diferente: los inviernos en Madrid y los veranos en Ibiza.
Y he querido ilustrar esta historia, en honor a la más grande, con una imagen de la que, muchos años después, sigue siendo la mujer y artista que más he admirado en mi vida: la Jurado.  

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