Los cócteles pertenecen al mundo de lo mágico. Si bien no soy un experto en consumirlos me parecen irresistibles, especialmente los más antiguos, los que fueron desplazados por la Coca Cola con fernet, o el Campari con naranja. Los cócteles de antes fueron harto probados, digamos que tienen garantía de efectividad y sabor: son las recetas incansables que dan ganas de beberlos sentados en una barra con un buen barman.
Entre las cosas viejas que uno guarda encontré este manual del legendario Schenley Reserve, un whisky americano, tipo bourbon, muy popular en los EE.UU hasta bien entrados los '60. Schenley auspició durante décadas la liga de fútbol canadiense y sus whiskys, especialmente uno llamado "Terciopelo Negro" , fueron enviados por el gobierno a los submarinos afectados a la segunda guerra mundial, en cantidades que provocaban el auge del alcoholismo en las tropas, denominaron su consumo como "la peste negra de Schenley".
El librito en cuestión tiene recetas de los cócteles más famosos, incluso algunos sin whisky (teniendo en cuenta quién lo editó) y, supongo, data de fines de los años 40. Tiene unas marcas casi desaparecidas indicando las recetas que más le gustaban a mi abuelo o mi tía, no sé desde dónde vino este recetario, en mi familia había muchos amantes de los tragos.
Lejos de la anécdota estas recetas de Manhattan, Old Fashioned, Martini, Cuba Libre y otras que incluyen yemas y claras de huevo, frutas y hierbas, podrían enfrentarse a las nuevas técnicas de coctelería, aunque tientan para experimentar su elaboración y remontarse, con la imaginación, a la época de nuestros abuelos. Años en que un buen trago lograba desprejuiciar, volvía más atractivos a las mujeres y los hombres y les daba un toque de glamour hollywoodense.