Revista Cine
La posibilidad de adquirir cualquier tipo de arma de fuego es una peculiaridad de los U.S.A. que a los europeos nos choca y muy a menudo contemplamos como una costumbre atávica sin importancia, una señal identitaria de una civilización que en realidad y pese al imperialismo multimediático nos sigue quedando bastante lejana en sus rasgos más fundamentales y quizá también fundamentalistas.
Porque el derecho reconocido -y hace muy poco refrendado- de poseer armamento de enorme peligrosidad evidentemente se sustenta en la traslación del derecho de defensa con proporciones inabarcables desde nuestra óptica europea ya que comporta necesariamente una dejación del obligatorio control de la seguridad por parte de la administración que permite al ciudadano disponer de armamento capaz de matar, sea para atacar sea para repeler una agresión.
En Europa se decidió hace ya mucho tiempo que la defensa de la paz ciudadana residía de forma única y exclusiva en la administración liberando al ciudadano de la obligación de guardarse de todo mal.
Hace ya bastantes años se puso de moda un subgénero cinematográfico en el que un personaje se erigía en vigilante vengador, un justiciero callejero que ajustaba cuentas con delincuentes de toda clase al margen de toda ley: la acción transcurría siempre en los U.S.A. y desde la elegante Europa se miraban aquellas películas como una representación que nunca llegaría a esta orilla del atlántico, porque el civismo europeo no alcanzaba la peligrosidad de las calles estadounidenses cuando el sol palidecía y no estamos hablando de vampiros adolescentes.
Puede que después de más de treinta años algo haya cambiado en este lado y la civilizada sociedad europea haya adoptado unos modos que antes repugnaban y ello ha motivado, es un suponer, a que el novato Daniel Barber haya conseguido dos cosas bastante importantes:
Primero, convencer a Michael Caine a fin que se pusiera a sus órdenes para protagonizar una ópera prima basada en un guión del prácticamente desconocido Gary Young, siendo consciente Caine que iba a cargar sobre sus cansados hombros el peso de toda la película titulada con el nombre de su personaje, es decir, Harry Brown (2009), cuyo titulo en castellano de momento es una incógnita porque, amigos, está pendiente de distribución, como alguna otra que por aquí ha pasado.
(Me parece que voy a tener que abrir una etiqueta para estas misteriosas películas)
Y segundo, obtener los fondos necesarios para pagar todos los gastos, aunque podemos decir sin ambages que la producción es económicamente sostenible, o sea, claramente inserta en la serie B, escasa de medios.
Lo más notable de esta sencilla producción británica es la actuación del elenco, encabezado por Caine como primera figura que atrae al espectador con su fama y carisma merecidísimos y ayudado por los típicos intérpretes británicos que saben estar y decir su texto con solvencia por corto y breve que sea el papel que se les confía: casi podríamos decir que el reparto se compone de Caine y los secundarios, porque el guión centra todas sus peripecias en el personaje de Harry Brown, un antiguo componente de la milicia británica en Irlanda del Norte, ahora retirado, que enviuda al cuarto de hora al fallecer su enferma esposa y se queda solitario con la pérdida de su mejor amigo, a los veinte minutos, en manos de un grupo de jóvenes violentos que aterrorizan a todo el barrio.
El guión escrito por Young es bastante simple en su planteamiento y adolece en mi opinión del acostumbrado defecto primerizo de centrarse en la figura del protagonista dejando casi al margen al resto de personajes, cuando es evidente que la riqueza de los guiones, aparte de la construcción los diálogos, reside principalmente en el conjunto de todos los personajes que pululan por la pantalla.
La forma de rodar de Barber es buena, muy adecuada en cada momento a la escena, sin buscarse complicaciones, acercándose lo bastante a los personajes cuando es necesario en planos medios e incluso primeros planos que resaltan sus sentimientos y sabe retratar muy bien un ambiente urbano degradado usando una paleta de colores muy fríos, cabe que con la estimable colaboración de Martin Ruhe como camarógrafo, y también sabe imprimir fuerza a las escenas de acción, presentando un tumulto con muy pocos elementos; para ser su ópera prima, demuestra oficio y talento, aunque le falta fuerza y garra.
La película en mi opinión no alcanza el notable alto que se le otorga en la ficha de imdb pero me resulta interesante por el viaje en el tiempo que ha representado, un viaje que nos ha traído del oeste atlántico un tipo que algunos han querido semejar al viejo cascarrabias reconvertido en viejo vengador, y a mí me ha parecido un viejo políticamente incorrecto, porque a medio camino de tomarse la justicia por su mano clama airado por la ineficiencia de la policía y porque la historia incide lo suficiente en la ineficacia de la administración como deudora de la responsabilidad de proteger al ciudadano que le ha confiado el único derecho a poseer armas.
Esa crítica que sustenta el relato es lo que resulta más llamativo de la historia del anciano Harry Brown porque parece reflejar un cambio en nuestras sociedades, que se ven abocadas a protestar y a defenderse por sí mismas ante la poca respuesta que ofrece la administración; que se llegue a ver historias de este tipo asentadas en una sociedad europea debería ser objeto de reflexión, porque ello significa que ya ha llegado el problema a un punto que incluso otorga pátina de autenticidad -y con ello afinidad del espectador- a un producto que antes de veía como ficción o, en todo caso, problema lejano.
Es curioso que en España, muy poco tiempo después de la aparición del vigilante vengador, se decidiera disolver una institución civil tan peculiar como los somatenes y que ahora, pasados más de treinta años y coincidiendo con el rodaje de películas como Harry Brown, hayan voces que reclamen la reconstitución de los somatenes, al comprobar la inane condición de una administración que demuestra bien falta de interés bien falta de recursos inadmisibles en cuestión tan primaria como es la propia seguridad, provocando que el ciudadano agredido piense, como lo hace el viejo Harry Brown en la película, que mejor será ocuparse por sí mismo del problema, y esa concepción de la solución por la propia mano puede parecer entretenida como propuesta de cine de acción pero peligrosísima como propuesta seria, cayendo en una incorrección política lamentable, al permanecer la trama entorno al personaje de vengador sin que la denuncia política contra la administración ineficaz ostente fuerza y visibilidad.
En definitiva, una película que se queda a medias entre acción pura y denuncia política, falta de la fuerza necesaria para convertirse en imprescindible pero interesante para provocar alguna que otra reflexión relativa al fondo del asunto.
Tráiler
p.d.: Permítanme una maldad: ¿Porqué será, que no se ha estrenado en España cuando el dvd ya se ha lanzado? ¿Será por cuestiones políticas o económicas?