Revista Cine

Un western inagotable: Johnny Guitar (Nicholas Ray, 1954)

Publicado el 03 septiembre 2018 por 39escalones

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Realizada con un presupuesto de serie B, Johnny Guitar es por derecho propio uno de los westerns más importantes de la historia, además de un título que se impregna del viciado espíritu de su tiempo. Mal recibida por algunos críticos en la era de color de rosa del melodrama y el musical de la administración Eisenhower, la película de Nicholas Ray es mucho más que una cinta del Oeste con ecos dramáticos y de cine noir. Entre su fotografía desvaída y sus diálogos escupidos como puñales (algunos tan célebres como aquel “miénteme, dime que me has esperado durante todos estos años…”), bajo su capa sentimental de pasiones resucitadas y venenosos odios surgidos de amores y deseos insatisfechos, late un subtexto que habla de la historia pasada y presente de América en forma de advertencia violenta. El punto de partida, el reencuentro de dos antiguos amantes, Vienna (Joan Crawford) y Johnny (Sterling Hayden), sirve de pretexto a un argumento que va mucho más allá del malditismo sentimental.

De entrada, la película huye de maniqueísmos. No establece, como en la gran mayoría de los westerns de serie B (y no pocos de serie A), una línea divisoria entre buenos y malos; al contrario, de ninguno de ellos puede decirse que su conducta se ajuste o se haya ajustado con anterioridad a ningún precepto moral. Se trata de supervivientes o de aprovechados, egoístas por mera subsistencia o por codicia de riquezas o de poder y dominio sobre los otros. Vienna dirige un salón de juego, Johnny arrastra un pasado de violencia y sangre, Dancin’ Kid (Scott Brady) dirige a un grupo de malhechores que asalta bancos y diligencias, McIvers (Ward Bond) es el rico que se salta la ley cuando le conviene, Emma (Mercedes McCambridge) es una resentida que agita el odio allí donde no encuentra amor y sumisión… El guion de Ray, Philip Yordan y Ben Maddow aplica a las relaciones entre los personajes -a los que cabe añadir al fanfarrón Bart (Ernest Borgnine) y al joven Turkey (Ben Cooper), en las filas de Kid, y a Eddie (Paul Fix) y Old Tom (John Carradine) entre los empleados de Emma- una atmósfera trágica y enrarecida propia del noir y un tejido sentimental entrecruzado (el pasado de Vienna y Johnny, el deseo de Kid por Vienna, el deseo de Emma por Kid, los celos de Emma hacia Vienna…) próximo al melodrama. Lo destacable en este punto es que el personaje que da nombre a la película ceda el protagonismo a dos mujeres en un western, dos mujeres que se baten en duelo (literalmente) no solo a causa de su enfrentamiento sentimental, sino porque encarnan dos ideas distintas de cuál debe ser el desarrollo humano y económico de su pequeña porción de Arizona: Vienna aguarda a que el ferrocarril llegue por fin a sus tierras, y de que de su salón de juego y bebida nazca una ciudad; Emma, sin embargo, teme a la gente del Este que invadirá el territorio, que su mundo deje de ser el de las grandes praderas, los ranchos, el ganado y los colonos dueños de las tierras. Ambos odios enconados destapan una catarata de acontecimientos que derivan necesariamente en una catarsis violenta, en la que, como parte de la columna vertebral del western, lo que se dirime es el enfrentamiento entre la ley organizada, moderna, urbana, proclamada por los códigos aprobados por los parlamentos y aplicados por los jueces, y la ley de la fuerza, la del Oeste, la de los hechos consumados, la de la violencia. De nuevo se oponen dos sentimientos de justicia, el popular, el que promueve cazas del hombre y linchamientos, y el racional, el que busca aplicar las leyes a partir de los hechos probados. La pasión y el odio mueven el primero, mientras que el segundo es incapaz de contenerlo.

Al drama sentimental, al protagonismo de dos mujeres y al tema fundamental del western se incorpora un ingrediente adicional, producto del contexto de su tiempo. La patrulla ciudadana que persigue a la banda de Kid y, sin pruebas, o mejor dicho, contradiciendo las pruebas, a la propia Vienna, encabezada por el representante de la ley (Frank Ferguson), el ricachón McIvers y la exaltada y obsesiva Emma, se erigen en metáfora de esa América conservadora, perturbada y delirante que durante dos décadas había tomado la forma de los comités de actividades estadounidenses destinados a “depurar” ideológicamente el país. El amor de Vienna y Johnny, rodeado por la tragedia pero, no obstante, superviviente, no solo es un eco melodramático, sino encarnación de aquellos que, desde la defensa de la libertad y de los principios constitucionales, debieron afrontar y combatir la presión de estos comités o huir del país para escapar a su radio de acción. Una perspectiva que, a través del personaje de Turkey, también se detiene, con todo dramatismo, en la que tal vez es la secuencia más tensa de un metraje lleno de ellas, en el fenómeno de la delación. Con todo, es la construcción de la relación desesperadamente romántica entre Viena y Johnny, en su feliz pasado espectral, en su incierto y contradictorio presente y en un tal vez tormentoso futuro, la que arrastra el resto del argumento, configurándose como una de las máximas muestras de exaltación romántica influenciada por la tragedia del noir, maravillosamente subrayada por la música de Victor Young y la voz de Peggy Lee.

Un western que es un retrato psicológico de personajes, un melodrama, una crónica negra sobre el nacimiento del Oeste y un testimonio de la América de mediados de los cincuenta, tan extraño en su forma de combinar los cánones del género como demoledoramente romántico y pasional. Una joya para visionar de vez en cuando.


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