Revista Opinión

Una buena oportunidad

Publicado el 11 julio 2016 por Jcromero

La democracia se fundamenta en la persuasión. Además de los derechos y libertades, una característica esencial de la democracia debiera ser la capacidad de convencer y persuadir. Para ello sería necesario: políticos inteligentes, ciudadanos dispuestos a escuchar y razonar y medios de comunicación más plurales, menos serviles. El problema surge cuando los medios vomitan consignas, cuando la persuasión es sustituida por la demagogia y cuando el electorado renuncia a cualquier capacidad analítica para actuar como fanáticos adscritos a una facción cualquiera a la que siempre le dará la razón y, en cualquier caso, su voto.

Intuyendo un cierto miedo sociológico, hay quien fomenta el voto a toque de corneta. Estrategia no exclusiva de la derecha aunque en esta resulte más evidente al disponer de los grandes medios de comunicación. Este voto, que es el verdadero voto cautivo, supone una tara y se produce por la falta de usos democráticos. Quien escribe intuye que sólo la implicación de los ciudadanos puede transformar esta realidad y sospecha que esta no llegará mediante la aparición de un líder carismático ni por un ataque de sensatez en el electorado. El nuevo tiempo aparecerá cuando el elector, antes de votar, dedique un tiempo a responderse a una pregunta tan simple como en qué país quiere vivir.

La derecha en el poder se limita a esperar. Se parapeta en el burladero que la prensa le facilita y se mantiene inmóvil, viéndolas venir, sin hacer nada. Considera que el poder le pertenece y cuando los electores no le otorgan la representación suficiente y necesaria, apela su particular patriotismo o a un supuesto interés nacional para que los otros le cedan la confianza que no le han dado las urnas. Mientras tanto, la izquierda, como ya es tradición, dedica más tiempo a la autodestrucción que a su reconstrucción. Después de las elecciones del 26-J, se observan dos grupos que podrían complementarse pero, todo parece indicar que harán lo contrario; no ven más allá de sus propios intereses.

¿En qué país quiero vivir? Observando el panorama, no pido mucho. Me gustaría vivir en un país honrado, dirigido por políticos decentes; un país tolerante, de electores con dos dedos de frente y electos responsables; un país en el que representantes y representados sepan calibrar sus responsabilidades. Lo demás debe venir por añadidura. Como no soy muy optimista al respecto, antes que naufragar en el mar del desencanto, observaría en actual rompecabezas postelectoral una oportunidad. Dada la pluralidad de voces en el Congreso de los Diputados, ¿no sería el momento idóneo para trabajar, por ejemplo, en una reforma de la Constitución? ¿Cuándo mejor que ahora para definir el modelo territorial, acordar una reforma educativa o aprobar una nueva reforma laboral? Reconozco la complejidad del asunto pero, ¿será mejor abordar éstas y otras reformas, cuando vuelvan las mayorías absolutas?

Es lunes, escucho a Peter Edwards Trio:


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