Revista Cultura y Ocio

Una cabalgata de camiones de basura

Publicado el 03 enero 2018 por Molinos @molinos1282
Una cabalgata de camiones de basura«No seáis idiotas.Los niños aplauden hasta al camión de los barrenderos que cierra las cabalgatas».
Yo adoraba el camión de la basura. Cuando era pequeña me despertaba todas y cada una de las noches para ver pasar el camión por debajo de mi ventana. Me acostaba, me dormía y con el runrun del camión me despertaba, me acodaba en el cabecero de mi litera, movía las cortinas y llegaba a tiempo de ver el giro del camión, el salto de los basureros al suelo y el lanzamiento de las bolsas a esa boca traga todo que las engullía. Por aquel entonces el reciclaje era ciencia ficción, ¡qué digo yo! hasta los contenedores con ruedas eran algo del futuro. Los cubos de basura eran redondos, negros, con tapa que se ajustaba con unos enganches y con el número del portal escrito con pintura blanca. La calle llena de cubos alineados delante de cada portal. El nuestro era el diecisete. Intento recordar si había más de uno por portal y creo que no. Quizás el reciclaje abulta o quizás tirábamos menos cosas. 
Asistía perpleja cada noche a la coreografía de los basureros, siempre la misma. Saltar, abrir, acarrear bolsas y otro salto para encaramarse al camión. ¿Hay algo más maravilloso que pasar la noche paseando por la ciudad en un camión agarrado a un asa y disfrutando del aire en la cara? Probablemente hay un millón de cosas más maravillosas pero en mi infancia no se me ocurría ninguna más mágica y al mismo tiempo más accesible. Y aquello pasaba todas las noches bajo mi ventana. 
Tras el diecisiete, llegaba el diecinueve y aguantaba hasta el veintiuno que ya solo vislumbraba por la esquina de la ventana de mi cuarto. Después, dejaba caer la cortina, me arrebujaba en la cama y escuchaba el camión alejarse. En aquella época tampoco pitaba al girar, era como un rumor sordo que se iba alejando tal y como había llegado. Se despedía al girar la calle.  Me dormía pensando cómo sería ir en ese camión aunque fuera solo una vez ver la ciudad de noche y descubrir que era lo que la gente no quería. Repetía aquella rutina, noche tras noche, aunque estuviera profundamente dormida me despertaba para mirar el camión pasar. Me encantaba. 
En algún momento abandoné aquella rutina y ahora ya no me asomo a la ventana, entre otras cosas porque da a un patio de vecinos por el que  no pasa el camión de la basura, pero si una noche cualquiera, al volver a casa en coche, al girar una esquina me encuentro con el camión de la basura no me encabrono como el noventa por ciento de la gente ni empiezo a pensar en como escapar.  No me importa, me gusta verlo, me vuelvo a sentir como cuando me acodaba en mi litera. Paro el coche, me relajo y observo a los basureros y su coreografía. Los basureros ya no abren cubos, arrastran los contenedores y los enganchan a la boda devoradora. Ya no acarrean las bolsas ni las lanzan con estilo pero siguen saltando del camión al suelo y del suelo al camión como los apaches en las películas del oeste. Y, en el fondo, me sigue pareciendo maravilloso. Y mágico. 
Ojalá todos nos quedáramos hasta el final de la cabalgata cuando llega ese camión con sus apaches y su boca devoradora. 

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