Revista Cultura y Ocio

Una cita en Marte – @virutl38

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

No recordaba por qué. Pero para él todo el mundo representaba un color. Un color determinado. Una tonalidad específica. Inigualable.

Y ella era el rojo terroso de una teja.

Recordaba vívidamente aquella mujer que era un verde esmeralda. Brillante y exótico. Pero cansino apenas uno se alejaba. Reluciente un rato. Vulgar al otro. Le venía a la mente el azul desvaído de un mar de interior. Aquella chica tan suave y triste. Que abrazaba y lloraba en aquella tonalidad de cielo gris plomizo reflejado en la superficie del agua.

Reía cuando recordaba el añil suave de aquella dama tan sofisticada. Tan educada. Tan snob. Tan poca cosa. Y sonreía de nuevo al traer a la mente el rosa palo de aquella adolescente con la cabeza llena de pájaros y tan mimosa como exasperante.

Todos aquellos fracasos. Metidos en una caja grande de lápices Alpino. Perfectamente colocados. Por tonalidades y colores. Como un postre a medio camino entre una tutti frutti y un bosque de suicidas. Pues así.

Pensaba en aquella extraña mujer tatuada y extremadamente delgada que era un naranja chillón. Exigente y viciosa. No estaba a la altura de las expectativas escritas en aquella tinta sobre su piel. Eso decía. Y dio gracias. Por no estar a esa altura. Ni de lejos.

Las tonalidades de los amarillos le daban temblor. Y es que las rarezas. Los vacíos. Las vacilaciones. Los llantos y las risas al mismo tiempo. Eran todas amarillos. Mejor alejarse. Sobre todo si la tonalidad se acercaba al amarillo huevo. Echa a correr entonces.

Y sin embargo. Su tonalidad favorita eran los colores terrosos cercanos al rojizo de las tejas.

Por eso ninguna había logrado mantener con éxito la caja de lápices abierta el tiempo suficiente como para parecerse a ese rojo. Un rojo suave. Denso y polvoriento. Maduro de sol y tiempo. Como una teja.

Y por eso su planeta favorito era el planeta rojo. Si tuviese que vivir en un lugar ideal escogería su superficie. A pesar de todo. De lo inhóspito y lo irreal. Pues allí. Allí tendría su cita. Envuelta en aquella atmósfera fantasmagórica y rojiza. Sería en Marte.

Cuando la vio por primera vez lo hizo a lo lejos. Un poco apartado. Habían quedado en la plaza del intercambiador. Inmensa e inútil. Una auténtica obra faraónica. De esas con acabados tan modernos como inapetentes.

Y sin embargo en aquella ocasión fue diferente. Porque cuando salió del metro y notó la bocanada de aire cálido y apenas irrespirable sintió una punzada en el pecho. Justo en ese momento el viento levantaba el polvo procedente del Sáhara y que llenaba el mármol y el granito. Y elevaba columnas rojizas de arena y polvillo inusualmente terroso. Mientras ella apenas podía sostener su falda en posición vertical sobre sus caderas. Y reía a carcajadas.

Era como si la superficie del tercer planeta más cercano al sol hubiese decidido dejarse caer aquella tarde asfixiante en la plaza más fea del mundo. Y hubiese decidido permanecer el instante justo. El momento adecuado. Para que su color. El color en el que ella estaba reflejado. Fuese aquel color rojizo. Terroso. Polvoriento. De una teja. De su planeta.

Se miraron así. En la distancia. Él mirándola absorto. Rodeado de polvillo en elevación. Ella sosteniendo la tela de su falda y riendo sin parar. Entre una nube de arena.

Sí. Definitivamente aquella era su cita. En Marte. Y ella. Era una teja.

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