Esta es mi ciudad. Bloques formando hileras que forman cientos de líneas que se dividen en miles de viviendas. De vez en cuando aparece algún edificio singular, como una iglesia, y otras las hileras se estilizan en forma de torres para quienes las habiten puedan sentirse sobresalientes. Me pregunto por qué no podemos vivir en plantas diáfanas, así, sin paredes. Es verdad que nos hemos multiplicado en exceso y que un cierto orden es necesario. Pero, ¿por qué viviendas que resultan impenetrables para los ajenos? ¿Por qué no se puede vivir por plantas o por edificios enteros, por ejemplo? ¿Por qué nos empeñamos en vivir en cajas que son cajas de seguridad? En el fondo nos rige el miedo y el sentido de la propiedad. La idea de “casa” más allá de servir de refugio para las inclemencias meteorológicas responde a la búsqueda de seguridad y la seguridad tiene mucho de ilusión, como el billete de papel de 50 €, que no vale nada si todos creemos que no vale. La idea de hogar-refugio se desvanece cuando el piso se lo lleva el banco o llega una orden judicial o asoma en el horizonte una guerra o un tsunami. La vivienda puede ser, literalmente, volatizada. La idea de seguridad llevó a los chinos a invertir miles de almas para erigir la Gran Muralla o a los norteamericanos a almacenar bombas atómicas suficientes para arrasar 103 veces el planeta Tierra, incluidos a ellos mismos. Los últimos hispanoromanos de Barcino construyeron las imponentes murallas de Barcelona y gastaron unas energías indecibles para lograrlo, pero cuando en 985 llegó el general árabe Almanzor ni murallas ni guarniciones salvaron a la ciudad de ser saqueada, incendiada y esclavizada. Pero, ¿miedo, a qué? Miedo a la pobreza, a pasar frío, miedo al futuro pero sobre todo miedo a los otros, a los humanos, a los compatriotas, al vendedor de helados, a la gente que vive en tu ciudad, al del principal segunda y el del tercero primero. Miedo a perder el trabajo y que al menos te quede la casa, miedo a no saber a dónde ir y no saber que será de ti cuando seas un viejo o una vieja. Una ilusión, esta, la de la seguridad, que en España ha hecho estragos en este último decenio perdido.
Una ciudad de miedo