Revista Opinión

Una compañera desgraciada

Publicado el 12 febrero 2016 por Daniel Guerrero Bonet

Una compañera desgraciadaBuscaba en su permanente inclinación por ser servicial la atención y el reconocimiento de los demás. Quería sentirse, más que útil, apreciada por las personas que la rodeaban, las cuales, de otra manera, la ignoraban como si fuera invisible. Su aspecto físico despertaba el rechazo y la mofa de quienes la conocían o debían relacionarse con ella. Los pliegues de su piel sucumbían al peso de su oronda figura, descolgándose, balanceando cualquier movimiento, por la barbilla, los brazos, el abdomen y, adivinándose, los muslos, si estos no estuvieran constantemente cubiertos por la ropa, tanto en invierno como en verano. La artrosis había deformado sus dedos, transformándolos en garras retorcidas, y las impurezas salpicaban su rostro de cráteres y manchas, entre los cuales asomaban unos ojos siempre envueltos en un halo de timidez y tristeza. Jamás había sido agraciada para el amor, un sentimiento que surge de la mutua atracción, ni siquiera cuando contactó a través de Internet con un desconocido que se negó a reconocer la relación cuando la vio por primera vez.
 
Pero no era solo su apariencia, sino también la salud lo que estaba vedado para la normalidad, pues las enfermedades la habían acompañado desde que era una niña, causándole todo tipo de dolencias. Gracias a la medicina había podido contrarrestar sus peores efectos, pero al precio de depender cada día de inhaladores, inyecciones de insulina y un bolso lleno de pastillas. Era asidua de las consultas hospitalarias. Con todo, se desvivía por demostrar que era algo más que un ser desgraciado al que, incluso, su familia había maltratado como a un patito feo del que avergonzarse. Detrás de su desagradable apariencia, cúmulo de imperfecciones, había una persona lista que procuraba hacer brillar lo que nadie parecía percibir. Harta de no conseguirlo, pocos la echaron de menos cuando abandonó aquel trabajo, salvo cuando necesitaban de alguien que servicialmente los ayudase como ella solía. Entonces valoraban su profesionalidad, no su falta de belleza, considerándola una compañera desgraciada.

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