Revista Religión
Leer | Salmo 55.22 | Imagine que se encuentra caminando en medio de un aeropuerto lleno de gente. No puede moverse sin tropezar con alguien, porque está retrasado para tomar un vuelo y las ruedas de su maleta se rompieron por el peso. Sin otra opción, se ve obligado a llevar el equipaje en sus brazos y a maniobrar lentamente por el congestionado pasillo hacia el área de abordaje.
Casi de inmediato, un joven se le acerca y le ofrece ayudarle a cargar la maleta, pero no acepta, diciendo: “No, gracias. Yo me encargo”. Al darse cuenta de que el área de abordaje está dos niveles más arriba, se dirige a las escaleras. Alguien le pregunta: “¿No sería más fácil que tomara el elevador? Está allí mismo”. Pero usted responde: “No, yo me encargo”.
Cuando llega finalmente, siente entumecidos los brazos por la presión de la maleta. Le duele la espalda por soportar la pesada carga. Entonces ve varios carretones de equipaje disponibles, pero los ignora, pensando: “No, yo me encargo”.
Esta es una historia absurda, ¿verdad? ¿Quién preferiría llevar una carga tan pesada, prescindiendo de todas las oportunidades para liberarse de ella? Sin embargo, muchos creyentes están haciendo precisamente eso.
Nuestro Padre celestial nos ha llamado a poner nuestras preocupaciones a sus pies. Pero cuando no venimos a Él en oración, somos tan tontos como esa persona que va tambaleándose por el aeropuerto, balbuceando: “Yo me encargo”.
¿Está usted tratando de llevar una carga muy pesada? No desprecie la oferta de Dios de ayudarle. La verdad es que no podemos “encargarnos de todo”, y Él nunca quiso que lo intentáramos.
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