Una cuchilla, Bob Marley, las escaleras de la estación de Plaza España. Iseo, Grandes, Kundera. Bajo el chorro de agua de la ducha, dulcemente me cubrías de espuma y me rasurabas con cuidado, para no hacerme daño. Antes, fregabas los platos mientras escuchabas reggae, me gusta imaginarte en Londres, trabajando en aquel restaurante durante tantas horas, pero bailando al ritmo de Bob Marley y pensando en la recompensa, estar juntos. Hoy salgo del tren, paso entre las barreras automáticas y espero verte ahí sentado, en las escaleras de la estación, donde me recibiste y despediste tantas veces. Nuestra música en el viaje a Australia, tú contento siempre que sonaban canciones que sabías, la primera autora española que te enseñé, el primer escritor que te leí en voz alta, en una estación de metro, no recuerdo cuál, mientras una pareja se gritaba.
El pintalabios granate, la sudadera verde, el transbordo en Paral·lel, pegatinas de “Te quiero”, pastel de carne. A casi todos los chicos les molesta el sabor del pintalabios, tú era cuando más ganas tenías de besarme. Mi prenda de ropa que más te has puesto. Desde tu trabajo hasta Paral·lel y las risas corriendo para hacer el transbordo a Sagrada Familia. Tú y yo en un metro, agarrados a la misma barra, yo pegando ese texto que llevaste durante semanas en tu móvil.
El gorro marrón, las manillas en el tobillo, un cartel titulado “Francia”. Lo perdiste en Barcelona y en Praga. Nos hicimos las pulseras el verano en que fuimos a Santa Cándida y las dos se rompieron. Nuestro primer y último viaje en autostop.
De fondo de pantalla. Tu madre nos tenía en su móvil. Una noche casi escuchando a Manu Chao. Nuestra tienda de campaña. Tu bici. El drone.
Me pregunto si volverás a bailar algún día, si reirás, si te atreverás, si viajarás, si dejarás atrás esa mirada triste, si me regalarás un vuelo sin avisar, si me llevarás a la próxima aventura, si te comprarás una furgoneta y nos iremos a viajar, si me cogerás como a un saco de patatas mientras gritas a los cuatro vientos que me quieres, para que se entere todo el mundo. Siempre me quedará la duda de saber cómo me habrías pedido que me casara contigo.
Una noche en los Búnkers, hace tiempo, tanto tiempo que te has olvidado de ello. Aquí estamos, mi amor, y ellos ya están muertos.