Nunca imaginé que algo tan irrelevante pudiera tener tanta importancia, pero visto lo visto, parece que resulta todo lo contrario. El estado del whatsapp se ha convertido en algo así como un refugio de estados emocionales, y el resto del mundo (entiéndase por aquellos que están conectados a esa red social), en esa pleitesía al curioseo que todos ejercemos y, en el afán de inmiscuirnos en la vida ajena, no tenemos reparos en ejercer de psicólogos, filósofos o analistas (estos últimos son un espécimen diferente porque se encuentran iluminados por el conocimiento universal de todos los aspectos de la vida, y es que hay mucha gente que sabe de todo).
Todos estaremos pensando que cada uno es libre de escribir lo que le parezca en su estado de whatsapp, porque para eso es un derecho individual y que “cada uno hace con su vida lo que quiere”. Pues pensado y dicho así, no seré yo quien se oponga a dicha visión, porque a decir verdad, siempre he considerado esencial la libertad, el derecho individual y el respeto a la forma en que cada uno viva su propia vida.
Pero quiero añadir algo, la libertad, los derechos individuales y la vida, deben ser acompañados de un elemento esencial, como es la dignidad. Dignidad que no puede quedar sólo para rellenar espacios en textos constitucionales, ni normas internacionales, que se olvidan de las personas, sino para que se tenga presente a lo largo del recorrido de nuestra vida, para llegar a ese otro camino que comenzamos con la muerte. Quizás por eso, no estaría de más que comenzáramos a plantearnos si la dignidad debe ser también tomada en consideración al final de nuestros días, y que desde los poderes públicos se aborde con seriedad la eutanasia como una verdadera cuestión de Estado.
Archivado en: Reflexiones y pensamientos