No habrá paz para los malvados, al menos social. La película triunfó anoche en los Goya y las palabras subyacían en el subconsciente colectivo horas antes en las calles, invadidas por mareas humanas muy enfadadas, casi indignadas, para sorpresa de propios y ninguneo de extraños. Pero la realidad no camina en línea recta ni en sentido único: como poliédrica que es, refleja el haz de luz que la ilumina y le da sentido en infinitas direcciones, como infinitos son los gustos y las interpretaciones. Para el Gobierno que ha impulsado una reforma-contrarreforma laboral-liberal sin parangón en democracia (como estoy cansada de leer), los malvados somos nosotros, nuestros salarios y nuestro empecinamiento en permanecer en una empresa el máximo tiempo posible, es decir, los nuevos cautivos y prácticamente desarmados curritos, excurritos y neocurritos. Como malvados que somos, no hemos de encontrar la paz. A tal fin, ya tenemos sobre la mesa del jefe una reforma laboral especialmente agresiva, muy lesiva, que torpedea la línea de flotación de este barco en el que se suponía que íbamos todos. Los empresarios, los grandes, no parecen darse cuenta de que también van en este mismo barco, pero les basta con saber que por ahora sigue la fiesta y aunque las copas ya no están tan llenas, aún ofrecen un fresco bienestar en el gaznate y el burbujeo todavía cosquillea entre las neuronas. Algunos se han ido ahogando por el camino, pero los suyos, los grandes dirigentes de multinacionales y corporaciones, navegan bajo bandera de conveniencia hacia los mercados exteriores que, por ahora, les están salvando los trastos y les ofrecen cobijo cuando hay tormenta. Las cuentas internacionales han estado absorbiendo hasta ahora los números rojos de un mercado interior deprimido. Pero si algo está demostrando esta crisis feroz, tan larga, tan profunda, es que nada es para siempre, que el pasado y el futuro ya no son lo que parecían y que los países emergentes tampoco son la panacea ni el paraíso prometido.
Si los emergentes, cuando vean el panorama que les espera aquí arriba, optan por la vía del equilibrio y de la sabiduría, estos empresarios que ahora acuden en busca de Eldorado y la ganancia fácil y rápida que han conocido en estas costas, que son las de todos, deberán volver a izar sus velas y poner rumbo de nuevo a este mercado que han dejado morir de inanición a base de humillar al trabajador primero a la categoría de súbdito y luego a la de esclavo. Y todo por la labor infatigable, guerrera, sin paz para los malvados ni para nadie, de una patronal rancia que no representa a los verdaderos emprendedores, esforzados y con iniciativa que, ante el fogonazo de luz, han elegido, entre infinitas posibilidades, el camino del norte, huyendo de las chicharras.