Revista Cultura y Ocio

Una de viajes en el tiempo

Publicado el 04 marzo 2015 por David David J. Skinner @davidjskinner74

Tengo varias novelas en proceso (algunas más avanzadas y otras menos). En concreto, hay una que está prácticamente comenzando, pero que con todo el revuelo organizado por El ministerio del tiempo me han entrado ganas de continuar. Por supuesto, trata sobre viajes en el tiempo.

En realidad no tiene título definitivo, y es probable que haya cambios entre este primer capítulo del borrador y el primer capítulo definitivo; aun así, creo que puede resultaros interesante.

Se admiten ideas, críticas y proposiciones indecentes ;)

En teoría, el pasado es inalterable. En la práctica, esa afirmación es falsa.

Rozando los albores del siglo XXIII, Rudolf E. Fassmaüer demostró que un objeto podía desplazarse temporalmente hacia el futuro. El propio Fassmaüer, casi quince años después, hizo público un experimento que cambiaría el rumbo de la humanidad. De hecho, llegaría a cambiar su historia.

Lo que se conocería como el factor corrector era el mayor problema para lograr pruebas de un viaje temporal al pasado. El tiempo, por así decirlo, retocaba el presente cuando se alteraba el pasado; esto hacía inviable que un objeto por sí solo sirviera como evidencia. Probó a enviarse datos a sí mismo, sin éxito. Finalmente, ya desesperado, tomó la decisión de ser él mismo quien hiciese tal viaje.

El 12 de febrero de 2212, el doctor Fassmaüer convocó a la comunidad científica en París, en el Teatro de la Ópera. Todos esperaban escuchar los datos que el ganador del Nobel iba a desvelar... pero Fassmaüer se limitó a quedarse en silencio sobre el escenario, expectante.

Al día siguiente, antes de meterse en la máquina, una duda asaltó su mente. Como la inmensa mayoría de los científicos, creía firmemente en la inalterabilidad del pasado; en consecuencia, debería haber aparecido en el Teatro de la Ópera el día anterior, como era su plan. Ya daba igual. Había hecho el ridículo, y no tenía más opciones para recuperar su prestigio que -sonrió al pensarlo- cambiar el pasado.

Accionó los mandos.

El 12 de febrero de 2212, el doctor Fassmaüer convocó a la comunidad científica en París, en el Teatro de la Ópera. Todos esperaban escuchar los datos que el ganador del Nobel iba a desvelar... pero lo que no se esperaban era que aparecieran no uno, sino dos Fassmaüer en el escenario.

Podía viajarse al pasado, eso era ya un hecho. Sin embargo, lo más importante era que aquello suponía la demostración de que el pasado podía cambiarse.

No fue hasta aquella noche que Fassmaüer, el Fassmaüer del futuro, razonó las verdaderas consecuencias de lo que había hecho.

Cada vez que un alter-ego suyo viajase hacia atrás, el número de individuos que compartirían escenario aumentaría. No solamente supondría entrar en un bucle infinito, sino que el mismo tiempo dejaría de avanzar más allá del día 13. Por otro lado, su propia existencia se debía al viaje que realizó y, si este no ocurriese, ¿cómo podía estar ahí?

Tras compartir sus dudas con su yo del pasado, ambos Fassmaüer estuvieron toda la noche teorizando. Ese debate quedó registrado y sirvió, posteriormente, para fijar las bases del viaje retrotemporal.

A las once de la mañana del 13 de febrero de 2212, los dos científicos habían llegado a una conclusión. Desgraciadamente, eran opuestas. El Fassmaüer del pasado sostenía que el viaje debía realizarse, pues de otra forma ambos se convertirían en paradojas, y podría causarse un daño irreparable en el propio tejido de la realidad. Por el contrario, el Fassmaüer del futuro aseguraba que, de hacerlo, el tiempo se plegaría sobre sí mismo, entrando en un círculo del que jamás saldría. Apenas notaron el leve movimiento sísmico que se estaba propagando por todo el planeta, y que más tarde sería considerada la primera onda cronócopa de la historia.

Lo que había comenzado como un debate entre científicos había pasado a ser una discusión acalorada, dando paso finalmente a una pelea física. Un empujón, un tropiezo, una mala caída... y el Fassmaüer del pasado acabó desnucado en el suelo.

Cinco minutos antes de la hora en la que había realizado su viaje, el otro Fassmaüer terminó de mandar todas sus conclusiones a colegas, amigos y prensa. El suelo temblaba cada vez más.

Cinco minutos después, París no existía.

*

No fue exactamente un agujero negro, aunque el efecto que produjo fue similar. La paradoja hizo que el Fassmaüer del futuro desapareciera, dejando un vacío absoluto que atrajo toda la materia cercana. Alrededor de 12 km³ se comprimieron hacia ese punto en apenas fracciones de segundo, para luego volver a expandirse. El resultado: millones de muertos y la desaparición de una de las más importantes ciudades de la Unión de Naciones.

Todas las investigaciones de Fassmaüer, al igual que el debate de la noche anterior, seguían intactas. Este hecho, que la práctica totalidad de científicos definió como imposible, sumado a la investigación en profundidad de las notas del desaparecido genio, fue el origen de la teoría del factor corrector. Según dicha teoría, un objeto inanimado no puede realizar un retroviaje con éxito. Las posteriores pruebas que se realizaron en este sentido reforzaron la hipótesis de que los componentes del objeto en cuestión eran asimilados por los elementos presentes en el tiempo de destino, corrigiéndose de esa forma la anomalía temporal de forma automática.

Quedaban, sin embargo, algunas dudas que las más brillantes mentes del momento no fueron capaces de resolver: ¿por qué un ser vivo era capaz de evitar el factor corrector? Y, más importante, ¿por qué podía portar objetos con él?

Obviando toda lógica y sensatez, apenas un lustro después del Evento Cero -la implosión producida por la paradoja de Fassmaüer-, el primer Centro Histórico fue inaugurado. Los primeros Pioneros fueron los propios científicos que habían estudiado durante años los trabajos de Fassmaüer, y sus misiones eran tan simples como localizar algún objeto y guardarlo en determinado lugar, a la espera de ser recuperado. Un viaje solo de ida, que requería el compromiso de alterar lo menos posible el curso de la historia.

Para evitar situaciones como el Evento Cero, se crearon una serie de normas (prohibiciones) de obligado cumplimiento.

No matar a nadie.

No dar información sobre los retroviajes a individuos de la época.

No portar tecnología.

No tener descendencia.

Bajo ningún concepto, interactuar con miembros de la propia familia.

En el 2220, la comunidad científica vio un desperdicio que se perdieran las mentes más brillantes. El gobierno no tardó en dar luz verde al decreto Exilio. Gracias a él, los criminales convictos podían ser liberados a cambio de realizar esas expediciones. Además, para garantizar el cumplimiento de las directrices, las familias de los reclusos serían convenientemente recompensadas.

A lo largo de tres años, Exilio funcionó más o menos sin problemas. Se estaban recuperando valiosas antigüedades sin tener que deshacerse de la élite de la sociedad.

Fue entonces, durante el verano de 2223, que Jeremiah fue elegido como Exiliado.

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