Revista Salud y Bienestar

"Una esperanza de vida" de Ramón L. Morales. CAPITULO 7

Por Ana46 @AnaHid46


Vela apagada. ©Hermel Orozco. -Su uso es puramente ilustrativo.

Prácticamente al día siguiente de la consulta con el doctor, y después de una larga plática con mi familia acerca de lo que se tendría que hacer, opté por buscar alguna alternativa no tan drástica como el trasplante.
La mejor solución que se me vino a la mente fue el recetarme con homeopatía, para lo cual fui a consulta con una doctora que se dedicaba a dicha profesión.
“Anda mal ese doctor —me convencía a mí mismo durante el camino—, ¿cómo voy a estar enfermo si me siento bien? Y dice que necesito trasplante —hice una mueca de desprecio—, pa’ mí que andaba borracho. Ni siquiera me checó un poco más a fondo y ya quiere partirme en dos y manosearme las tripas. No debió de haber estudiado para doctor, su verdadera profesión está en un rastro.”


La ignorancia y el miedo se unieron para desquiciar mi pobre mente, haciéndome creer que lo que tenía no era tan grave, y mucho menos algo que necesitara operación.
Al llegar con la doctora, y ya después de esperar por mi turno de consulta, le expliqué mi situación y el por qué de mi visita con ella. Después de escucharme, suspiró hondamente antes de darme su opinión.
—Mira —me dijo—, lo importante aquí es tratar de que tus riñones se fortalezcan con la esperanza de que no llegues a necesitar el trasplante, pero una cosa sí es muy importante: —me miró fijamente y recalcó sus palabras despacio— no dejes tus citas ni tus medicamentos con el doctor, ya que tu enfermedad sí es seria, muy seria, y no la debes de tomar a la ligera.
Después de unos minutos más, ella me dio un frasquito con el medicamento que serviría para reforzar mis riñones pero no para curarlos. La meta era tratar de mejorar su función.
Durante algún tiempo me dediqué a seguir con mis citas con el nefrólogo, donde se me recetaban distintos medicamentos para ayudarme a controlar la presión, que es una consecuencia de la IRC, y forzar un poco la función de mis órganos dañados, es decir, ayudar a provocarme el orinar, ya que incluso hay gente que deja de hacerlo por lo avanzado del daño, todo esto mientras me mandaba a hacer exámenes de sangre y algunas radiografías, conforme lo indicaba el protocolo de trasplante.
Al tiempo que seguía las instrucciones del doctor, continuaba viendo a la homeópata con la esperanza de que mis riñones volvieran a hacer su trabajo de manera normal.
“¡Ándenle, par de flojos —me regañaba al tiempo que me acariciaba la espalda en ambos lados arriba de la cintura—, a trabajar! ¡Ya estuvo bueno de echar la hueva!”
En mi trabajo nada había cambiado: yo seguía haciendo mis labores normalmente, esforzándome por no mostrar debilidad.
En lo único que había cambiado era en mis hábitos: ya no fumaba el cigarro habitual en algún momento de descanso y sustituí los refrescos por agua o jugos, siguiendo la recomendación del médico la cual, por cierto, no me pareció muy bien en la forma en la que me la hizo.
Fue en la consulta cuando mi mamá y mi esposa me acompañaron. El doctor me preguntó que si fumaba y, sintiendo que las orejas se me encendían por haberme cuestionado tal cosa frente a mi madre (estoy seguro que ella ya sabía que yo fumaba, pero aun así me dio mucha pena), le contesté que sí lo hacía.
— ¿Cuántos cigarros fumas al día? ¿Tres, cuatro o más?
—Normalmente uno o dos —contesté aún incomodo por la situación.
—Pues ya no debes de fumar y debes de cuidar tu dieta: cero refrescos, cero bebidas alcohólicas, poca carne roja, poca grasa, no comidas irritantes. Debemos controlar la ingesta de líquido, proteína, sodio, potasio y fósforo. Déjame ver tus tobillos.
“Ya vamos a empezar con insinuaciones” —pensé al tiempo que hacía lo que me pedía.
Después de revisarme, presionándome la parte descubierta y observando que no tenía hinchazón, volvió a su lugar.
—Al parecer no hay retención de líquidos, pero debemos cuidar los puntos antes mencionados con el fin de retardar la progresión de la enfermedad. ¿Cómo andas de apetito?
—Bien —dije a la ligera.
—Eso ya es ganancia. Es muy común que los pacientes que comparten tu enfermedad rechacen la comida.
—Doctor, ¿es bueno que él beba mucha agua? —Preguntó mi mamá.
—Todos los líquidos se deben de controlar para evitar la retención de los mismos, ya que éstos provocan aumento en la presión sanguínea, por eso también es muy importante el manejo que se le da al sodio: se debe cocinar con poca sal y —dirigiéndose muy enfático hacia mí— no se le debe agregar a los platillos ya preparados.
Afortunadamente nunca he sido una persona que disfrute mucho de este condimento. Lo que me pesó más es el dejar de tomar refresco, bebidas alcohólicas y dejar de fumar, aunque no fue algo muy difícil ya que nunca fui muy dependiente de la nicotina ni de “echarme algunos tragos” aunque, siendo sinceros, añoro estas costumbres.
En fin, traté de no modificar mucho mis hábitos, al menos no más de lo estrictamente indicado, y no pensar demasiado en mi padecimiento para no hacerme más daño mentalmente, pero a pesar de esto, siempre estaba atento a lo que sucedía alrededor mío con referencia a algo que pudiera ayudarme en la situación en la que me encontraba, hasta que un día, como por arte de magia, escuché algo que pareció traer luz en mi noche más oscura.
¡La esperanza volvió a asentarse en mí! Pero en muy poco tiempo, la luz se apagaría con el ligero soplo de un viento gélido.
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Próximamente: capítulo 8
Ana Hidalgo

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