Siete minutos son una eternidad cuando no se tiene nada que decir, cuando ya está dicho todo lo que se quiere decir y todo lo que sea añadir más detalles es correr el riesgo de equivocarse y salirse del discurso oficial. El objetivo único del monólogo es la diáspora mental del receptor del mensaje y todo se reduce a perderse en las formas para esconder el fondo en un largo rodeo alrededor de la palabra maldita, rescate, para marear al personal y que su mente huya hacia una zona desmilitarizada. Rajoy y sus ministros se están convirtiendo en maestros del eufemismo, de una neolengua con tics delatores a cada mentira, que conforma una maraña de vocablos de difícil comprensión que lo hace ininteligible. Curiosamente, las mejores traducciones se encuentran en inglés, en la prensa internacional.
Rajoy explicará hoy durante siete minutos el gran rescate. Es un espacio de tiempo idóneo para hacer una deliciosa pasta al dente, leer los titulares de un periódico gratuito o hacer un receso en el trabajo. Pero si se destinan a intentar explicar ante una audiencia atenta lo que no se ha estudiado serán una eternidad bañada en sudor. Rajoy tiene ante sí el reto de explicar el rescate envenenado de Europa sin utilizar ninguna palabra que empiece por r. Si falla, el suelo se abrirá a sus pies y caerá en el foso o, según parece, así lo cree él.