La imagen no miente. Ahí están, en ese escenario especialmente montado en la platea del Soccer City, los jugadores de la Selección Española Campeona del Mundo. En sus manos, Joseph Blatter y Jacob Zuma llevan la Copa. Se acercan de a poco.
El Capitán Casillas espera ansioso. Aunque no suene recomendable, intenta subirse a lo alto del podio. Finalmente, solo decide apoyar el pie derecho. El gran momento ha llegado. Ese hermoso trofeo dorado llega a sus manos y luego a sus labios.
El planeta se detiene y millones de flashes se disparan inmortalizando el momento. La Copa toca el cielo y allí se queda por unos cuantos segundos, hasta que Casillas se la pasa a Ramos y todos comparten su momento con la protagonista de la noche.
Ya en el campo, algunos parecen estar viviendo un sueño. No saber que hacer. Si abrazarse, pellizcarse, dar la vuelta olímpica y quedarse inmóvil atestiguando un momento que pocas veces imaginaron vivir.
En la fría Johannesburgo se había consagrado una Selección y también un estilo. Una ideología. Una forma de entender y practicar este juego, salpicado por la mezquindad, la especulación y el desprecio por la pelota.
Andrés Iniesta lo había posibilitado con su gol, marcado a los 11 del segundo tiempo suplementario. Cuando irremediablemente y tras casi 120 minutos de acción, la gran final (otra vez) parecía destinada a los penales.
Lo quiso así Holanda. Desde un principio, traicionando un estilo que al menos desde el plan inicial, se asemejaba al llevado a cabo por España. Desvirtuando con patadas arteras y golpes sumamente violentos, una final a la que en la previa muchos habíamos asociado el buen pie.
A pelear y no a jugar salió el elenco de Van Marwijk. Se olvidó de la pelota y de sus buenas intenciones. Ya que a la presión y la asfixia para no dejar jugar a los creativos Xavi e Iniesta la acompaño de salvajismo y desmesura.
Desde la intimidación desmedida, entonces, Nigel de Jong y Mark Van Bommel (acompañados por Kuyt, Robben y hasta Sneijder) lograban ejercer de primera aduana, contrarrestando el fluido circuito de pases de una selección española desestructurada y obligada a lanzar pelotazos largos en busca de Villa.
Holanda lograba su cometido. Llevaba el juego al terreno que desde su particular visión, mas le convenía. Sacrificando su ofensiva, pero ejerciendo protagonismo a costa de interrupciones e infracciones que corrompían con el reglamento (De Jong elevó su planchazo al pecho de Xabi Alonso) y que contaban con el beneplácito de Howard Webb.
Sin demasiada fluidez en el toque, España parecía despertar al único del complemento. Del Bosque apostaba por Jesús Navas y con andaluz en cancha, el equipo ganaba es velocidad y desborde.
Casillas impedía milagrosamente el gol de Robben y Heitinga, sobre la línea, el de David Villa. El encuentro parecía haberse roto, Holanda acusaba su encomiable desgaste y de a poco, Xavi e Iniesta comenzaban a ejercer de patrones.
Otro mano a mano de Robben, sin embargo, lo había puesto a Holanda de cara a la Copa del Mundo. Casillas se vestía de héroe y lo impedía. Los 90 reglamentarios se extinguían.
Fabregas, quien había reemplazado a Xabi Alonso minutos antes del final, perdía el gol tras recibir de Iniesta nada mas comenzar el alargue. No obstante, sus cualidades dotaban al equipo de mayor verticalidad en los metros finales.
Ahora si, España se imponía a un equipo holandés que, ya fundido hasta para cometer infracciones, esperaba por los penales. Heitinga se iba expulsado a once minutos del final de los 120, pero los de Van Marwijk parecían resistir igual.
Resistencia que acabaría por destruir Andrés Iniesta. Tras recibir de Cesc, el cerebro usó el cerebro y se tomó el tiempo justo para acomodar el balón y vencer al arquero con un derechazo inapelable. La Copa ya tenía dueño.
El resultado se ajustaba a lo ocurrido en el campo. Aun viéndose en serias dificultades para llevar a cabo su exquisito traslado, al que siempre se mantiene fiel, España había sido el único equipo con intenciones loables de ganar.
Contrariamente a lo pensado, la gran final de este Mundial de Sudáfrica 2010 se alejó del romanticismo y se jugó como habitualmente suelen jugarse las finales.
Aun así y por fortuna, acabó por imponerse el que desde el juego, quiso hacerlo. Este 11 de Junio en Johannesburgo, no sólo ganó España. También ganó el fútbol. Enhorabuena!
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