Advertencia: Si aún no han visto la película Avatar y no quieren enterarse de qué se trata exactamente, es mejor que no lean este artículo hasta que la vean primero.
Hace unos días tuve la oportunidad de ver la película Avatar en la tranquilidad de mi casa. Antes de empezar a verla, confieso que no me llamaba mucho la atención porque me parecía que iba a ser una película más, del montón.
Sin embargo, la vi y me quedé gratamente sorprendido.
La película trata de un equipo de seres humanos que se han dedicado a estudiar el planeta Pandora; un planeta con vida muy parecida a la que hubo en la Tierra (ya que en el tiempo en que está ambientada la película, muchos seres vivos, incluidas las plantas, se han extinguido de nuestro planeta).
Este equipo es parte de un proyecto multimillonario financiado por una empresa terrícola que tiene como principal fin extraer un mineral carísimo que sirve como fuente de energía.
Y, un elemento que no podía faltar en una película de este tipo, lo constituyen una especie de humanoides llamados Na’vi y que habitan el planeta Pandora. Estos seres son parecidos a los seres humanos, aunque azules, y de unos 3 a 4 metros de altura. Viven en tribus y carecen de tecnologías avanzadas.
Un equipo especial humano de espionaje entra en acción y se infiltra en las tribus Na’vi utilizando cuerpos biológicos creados artificialmente y poseedores de una anatomía idéntica a los verdaderos Na’vi. La forma en que estos cuerpos son manejados es mediante unas máquinas similares a las cámaras de tomografía (como las que vemos en la actualidad) en las cuales los miembros humanos del equipo de espionaje se introducen y conectan sus cerebros – mediante dispositivos de tecnología avanzada de control remoto – a los cuerpos artificiales, dándoles vida y controlándolos como si se tratara de los propios cuerpos de los espías humanos.
El objetivo de esta misión es convencer a los Na’vi de que abandonen el área en la que se asienta su tribu, ya que debajo de ella se encuentran los mayores yacimientos del mineral precioso existente en Pandora.
La historia transcurre con varios elementos de acción, romance y algo de humor.
Pero el motivo principal por el que me decidí a escribir este artículo es el elemento totalmente novedoso y placenteramente naturalista que presenta este film.
Como ya dije más arriba, los cuerpos artificiales son manejados gracias a aparatos que transfieren eléctricamente las ondas emitidas por los cerebros de los espías humanos hacia los cerebros de los primeros. Hasta aquí, un detalle sobresaliente, ya que el mecanismo por el que esto sucede podría no haber sido explicado en otros films o por otros directores, o incluso la explicación hubiera sido algo más metafísica y espiritual, como en la típica “transferencia del alma”.
Pero el detalle más interesante y cautivador es el que comentaré a continuación.
Pandora, al ser un planeta con vida inteligente, lógicamente tiene también toda una historia detrás – una historia evolutiva con ancestros comunes – la cual no se menciona, pero se da a entender implícitamente en el argumento de la película. Además, posee seres que conviven con los Na’vi, equivalentes a las plantas y animales terrícolas, formando así, una compleja red biológica, con sus propias interacciones, ecología, adaptaciones, etc.
Los Na’vi (al igual que otros seres de Pandora, poseen un apéndice en la parte posterior de la cabeza, con una especie de fibras nerviosas, las cuales sirven para “conectarse” con estos otros organismos, permitiéndoles así manejarlos y de algún modo, conformar una unidad coordinada con ellos.
Por otro lado, los Na’vi, que viven en grupos tribales grandes, tienen un sistema de creencias mágico-religioso altamente complejo y relacionado fuertemente a la naturaleza. La entidad divina que veneran y protegen se llama Eywa, que es la que domina toda la naturaleza.
Hasta acá, todo concuerda con lo que conocemos comúnmente por creencia religiosa. Sin embargo, aquí viene la parte que me dejó encantado con la película: Todos los seres vivos han evolucionado en Pandora manteniendo lazos biológicos muy fuertes. Cada árbol tiene conectadas sus raíces con las de otros árboles, formando una compleja red similar a un sistema nervioso, aún más complejo que un cerebro humano, teniendo en cuenta la cantidad de relaciones existentes entre los miles de árboles y otros organismos existentes en Pandora. De esta forma, Eywa es nada menos que una especie de memoria colectiva formada por la conexión de todos estos árboles milenarios: una especie de cerebro del bosque. Como tal, Eywa almacena información de los ancestros y de todo lo que ocurre y afecta al bosque. Naturalmente, los Na’vi realizan ritos religiosos dirigidos a Eywa, la madre naturaleza, mediante una especie de rezos y cánticos a la vez que conectan sus apéndices a los apéndices de Eywa, conectándose en una especie de sinapsis nerviosa entre ambos y teniendo acceso a la información de los ancestros y del bosque: voces, cánticos, historias, etc.
Esta espiritualidad y religiosidad tan bien fundamentadas en cuestiones biológicas hacen de esta película una de las mejores de su género, al menos según mi apreciación personal.
Un sistema religioso fundamentado físicamente y con evidencia de su existencia es mucho más sólido que uno fundamentado en filosofías teológicas especulativas y altamente sesgadas por factores culturales, temporales, geográficos, entre otros muchos.
A pesar de que, por obvios motivos, el fenómeno religioso es tan interesante de investigar – tanto a un nivel cognitivo como cultural – es evidente que constituye un sistema que no representa bien a la naturaleza de las cosas. Sin embargo, una divinidad explicada como Eywa (una divinidad natural), sería algo sorprendente y realmente interesante de estudiar, ya que ahí podrían confluir tranquilamente campos de estudio como la biología y la teología, así como desarrollarse conjuntamente la espiritualidad y una filosofía naturalista.
En nuestra realidad eso no sucede, aunque si se diera una situación de este tipo, no habría razón por la cual ir en contra de ella; a fin de cuentas, constituiría un fenómeno natural, explicable, y real. Sería algo que podría brindarnos esperanza real, sabiduría y bienestar social, entre otras cosas.
Cuando muchos creacionistas y religiosos dicen que los agnósticos y ateos son necios y de corazón duro porque cierran su corazón a Dios, solo están protegiendo su sistema de creencias, mas sus afirmaciones no pueden estar más lejos de la verdad. La verdad es que no hay motivos para creer en ello simplemente porque no hay evidencias; y peor aún, toda la naturaleza muestra evidencias que sostienen firmemente la idea de que la religiosidad es producto de nuestra cognición y de nuestras estructuras sociales, y por lo tanto, de que Dios o cualquier otra divinidad concebida existe solo en nuestras mentes.
Sin embargo, los agnósticos y ateos pensamos como pensamos porque le damos más peso a las evidencias que brinda la naturaleza y el estudio de ella que a nuestros deseos y esperanzas personales.
Obviamente, si alguna vez se tuvieran evidencias incontrovertibles de la existencia de alguna divinidad, sería una necedad querer negarlo.
¿Quién sabe si en algún lugar del Universo existirá un equivalente de Eywa?
Una divinidad así, estaría limitada tanto espacial como temporalmente, y no explicaría todo lo que pretendemos explicar los humanos con nuestro concepto de Dios, pero sí sería algo real, tangible, y sorprendente. Local y limitada, pero divinidad al fin y al cabo.
Total, la religiosidad, la espiritualidad y las divinidades como las conocemos en nuestra cultura no tienen que ser conceptos universales, sino que bien podría existir algo local, pequeño y limitado, pero que sí ejerza realmente una fuerza positiva a la sociedad y al planeta en el que ésta “viva”.
Una Eywa sería algo grato de tener cerca: una divinidad positiva, que no daña sino que protege; que no exige veneración, pero sí respeto por la naturaleza y los demás; que contiene sabiduría y datos históricos reales; y lo más importante: que no distingue egoísta y arrogantemente a una especie por sobre las otras, sino que protege y rige toda la naturaleza por igual.