Revista En Femenino

Una historia común (por Ana)

Publicado el 09 septiembre 2015 por Imperfectas

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Se acababa de divorciar tras trece años de matrimonio. No es que fuera supersticiosa, pero el 13 era tan buen número como cualquier otro para acabar con un matrimonio que de ello solo mantenía el nombre. Desde hacia tiempo, su marido y ella eran dos amigos, dos confidentes que únicamente compartían la hora de la cena, uno de pie sirviendo y cocinando (se turnaban, eran muy modernos ellos) y el otro comiendo mirando distraído el móvil o la televisión, grandes aliados en este estado de paz triste en la que vivían inmenso. Con la excusa de que él era muy friolero y ella muy calurosa, había cogido su almohada y su pijama de pantalón corto y tirantes y se había ido a dormir a la habitación de invitados. No había niños en la casa, habían decidido no tenerlos en los primeros años de matrimonio y luego el fuego se apagó de tal manera que ni surgió el tema.
Una noche, él llegó de trabajar y se sirvió un whisky, así, a palo seco. Ella le miró y se dio cuenta de que no era la primera copa del día. Un rayo de furia cruzó por su mente, ¿cómo era él capaz de romper la rutina establecida tanto tiempo?, ¿por qué no había respetado su turno de cocinar y había encendido la tele nada más llegar?. Fue un instante, enseguida le miró y la compasión y la pena pudieron más que cualquier cosa. Compasión por él, por verle claudicar, derrotarse, pena por echar de menos una vida de mierda, una cena de mierda, un comportamiento diario de mierda.
Se sentó junto a él, agarró la botella y bebió directamente de la botella. Le rellenó el vaso a él y le miró con ternura. Él le sonrío como hacía años que no hacía. Se observaron con los rastros del amor de antaño.
- ¿Por qué?- preguntó ella
- No lo sé- contestó él
- Mañana me voy- le comunicó con decisión es un voz
- Te lo agradecería- susurró él.- yo no tengo valor
Ella tomó otro sorbo de la botella. Acercó su cara a la él. Según iba acercándose, el rostro conocido se desfiguraba… hacía tanto y tanto que no estaba tan cerca de su nariz. Nuevas arrugas aparecían a la vista. De repente todo el conjunto pasó a ser una cara dibujada por Picasso, cubista, extraña, intensa…
Le besó y él se dejó besar. Le acarició y él correspondió con cariño. Ella le empezó a desabrochar la camisa y él luchó con su sujetador. Llegaron a la cama ya no tan común e hicieron el amor pero solo con cariño. No hablaron, solo se despidieron, dejaron que la piel de cada uno fotografiara por última vez la del otro, que las yemas de los dedos registraran los rastros del otro para rememorarlo de vez en cuando. Se dijeron adiós con gemidos y mordiscos.
Él se quedó dormido. Ella se levantó, se lavó y vistió despacio y salió al salón. Cogió una libreta de las que coleccionaban y un bolígrafo recuerdo de Mallorca que alguien hortera les había regalado. Escribió, abrió la puerta y sin mirar atrás se marchó.
Él despertó y encontró la nota:
“Hicimos todo lo que pudimos y más. Estamos demasiado cansados. Espero que conserves fuerzas para empezar de nuevo y seas muy feliz”

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