Iban a darse a la fuga los aterrorizados suecos, cuando Asmundus les narró su historia:
“¿Por qué os asombráis al verme sin color? Verdaderamente todo hombre ha de desvanecerse entre los muertos. Por alguna argucia de los poderes infernales el espíritu de Asuithus ha regresado desde el inframundo, y con dientes crueles se ha comido a su caballo; después el perro ha sido pasto de sus mandíbulas abominables.
No satisfecho tras devorar corcel y sabueso, con uñas afiladas se lanzó hacia mí, desgarrándome la mejillas y arrancándome la oreja. Eso explica el horrible aspecto de mi rostro desfigurado, y la sangre que brota a borbotones de tan fea herida. Y sin embargo, el causante de tanto horror no ha salido indemne: pronto corté su cabeza con mi acero, y empalé su malvado cadáver en una estaca”. Dos detalles llaman la atención en este relato. En primer lugar, la decapitación y posterior empalamiento de Asuithus recuerda al modo en el que los vampiros son destruidos. En segundo, este draugr nórdico se comporta como un auténtico zombie, movido por un apetito voraz. Así pues, los cientos de “caminantes” que semanalmente deambulan hambrientos en la serie The Walking Dead no son, en modo alguno, una creación del mundo actual.
