Revista Cultura y Ocio

Una historia de amor y oscuridad - Amos Oz

Publicado el 12 septiembre 2019 por Elpajaroverde
«Cuando era pequeño, quería crecer y ser libro. No escritor, sino libro: a las personas se las puede matar como a hormigas. Tampoco es difícil matar a los escritores. Pero un libro, aunque se lo elimine sistemáticamente, tiene la posibilidad de que un ejemplar se salve y siga viviendo eterna y silenciosamente en una estantería olvidada de cualquier biblioteca perdida de Reikiavik, Valladolid o Vancouver».
De alguna estantería olvidada llegaría a una estantería bastante oculta de uno de los stands de venta de libros de segunda mano de la pasada edición de la Semana Negra de Gijón mi ejemplar de Una historia de amor y oscuridad. Me gustaría poder decirle al pequeño Amos Oz, por entonces Klausner, que su sueño infantil se ha cumplido. Me gustaría pero ya no es posible hacerle llegar ese mensaje. De ser posible, sería al Oz adulto al que me dirigiría, lo cual sería mejor aún, pues en este libro en el que se ha convertido es el adulto el que se hace pasar por niño. Es el hombre el que vuelca la vista atrás hacia la infancia, el que bucea entre recuerdos que nunca son fidedignos a la realidad, el que cubre las lagunas desde la perspectiva de la propia trayectoria vital.
Una historia de amor y oscuridad - Amos OzUna historia de amor y oscuridad es una novela autobiográfica, amén de una amalgama de muchas más cosas. El propio autor nos dice en ella que toda ficción es autobiográfica. Tal vez incluso haya ficciones que lo sean más que otros textos basados en hechos reales, añado yo. Al jerosolimitano le hastían (a mí también) aquellos lectores que quieren saber en cada momento qué suceso aconteció de verdad y cuál no, qué personajes se corresponden con personas de carne y hueso y cuáles son inventados, como si hubiera límites claros entre realidad y ficción. El corazón del relato, afirma también, no está «en el terreno que está entre lo escrito y el escritor, sino en el que está entre lo escrito y el lector». Pues bien, en ese terreno que se ha abierto entre este libro y yo habita el corazón del Amos Oz que se ha materializado e inmortalizado en libro; el corazón del auténtico Amos Oz, se quedó solo para él hasta que dejó de latir.
Son muchos otros, sin embargo, los corazones que laten en esta novela. Muchos de ellos comenzaron a latir incluso antes del nacimiento del escritor hebreo, pues Una historia de amor y oscuridad tiene algo de saga familiar ya que se retrotrae en el tiempo junto a las líneas familiares paterna (Klausner) y materna (Mussman) de su autor y acompaña a sus diferentes miembros en su huida desde el este de Europa al actual Estado de Israel. Una historia de amor y oscuridad es también radiografía de una época y un lugar, y por tanto son muchos los corazones que con nombres propios o anónimos laten a través de sus páginas. Pero si hay dos corazones cuyo latido lo impregna todo y que para mí son los auténticos protagonistas de esta novela, esos son los del padre y la madre de Amos Oz.
No sabemos cómo se conocieron. No sabemos cómo se enamoraron o si acaso no lo hicieron. Y si no lo sabemos supongo que es porque su propio hijo nunca lo supo. Sin embargo, a pesar de que los padres casi siempre son extraños para los hijos más allá de su papel de progenitores y de que siempre guardan facetas ocultas, el autor realiza un retrato tan convincente de los suyos que consigue ampliar su deseo infantil y convertir a ambos también en libro.
Yehuda Arie y Fania, tales son los nombres de los padres, son dos extraños entre sí que se saben extraños y que a la vez se conocen demasiado bien. Son dos islas que se contemplan desde sus respectivas orillas. Dos vidas víctimas de las circunstancias, frustradas, fracasadas. Dos personas buenas que me han inspirado una profunda ternura. Él es erudito, culto, locuaz, torpe. Ella es callada, introspectiva, escrutadora, con un alma demasiado grande y sensible como para permanecer mucho tiempo en este mundo. Y entre ellos, el pequeño Amos, su promesa de esperanza y felicidad.

Una historia de amor y oscuridad - Amos Oz

Calle Ben Yehuda de Jerusalén después del atentado del 22 de febrero de 1948

Una historia de amor y oscuridad puede contemplarse también como una novela de iniciación, de crecimiento, de dejar atrás a los padres como también los nuevos judíos querían dejar atrás a los viejos, dejar de sentirse víctimas y mirar hacia el futuro con orgullo, con «un nacionalismo segregacionista y armado que, irónicamente, habían aprendido de sus peores enemigos». «Entendí de dónde venía: de una madeja recelosa de tristeza y fingimiento, de nostalgia, burla, ofensa e importancia provinciana, de educación sentimental, ideales anacrónicos, miedos ahogados, resignación y desilusión», escribe Amos Oz, y yo lo leo y no tengo claro si habla de su familia o de su barrio porque, evidentemente, entre tantas cosas que es esta enorme novela, también tiene lo suyo de novela histórica.
«En la vida de los individuos y de los pueblos, los conflictos más terribles son casi siempre los que estallan entre dos perseguidos. Sólo en la ilusión difundida por algunos círculos románticos, los perseguidos y los oprimidos se unen siempre por solidaridad y caminan como un solo hombre hacia las barricadas para luchar juntos contra su cruel opresor. La verdad es que los dos hijos de un padre déspota y maltratador no necesariamente se convierten en aliados, y no siempre el destino común los acerca. En más de una ocasión uno ve en el otro no a un hermano con un destino común sino precisamente la imagen terrorífica de su común perseguidor.
Tal vez hayan sido así las cosas entre árabes y judíos durante unos cien años.
La Europa que ha atormentado, humillado y oprimido a los árabes mediante el imperialismo, el colonialismo, la explotación y la opresión es la misma Europa que ha perseguido y oprimido también a los judíos, y al final ha permitido o ha ayudado a los alemanes a extirparlos de todos los continentes y a asesinar prácticamente a todos. Pero cuando los árabes nos miran, ven ante ellos no a un puñado de supervivientes medio histéricos sino a un nuevo y arrogante emisario de la Europa colonialista, desarrollada y explotadora, que regresa con astucia a Oriente -esta vez con un disfraz sionista- para volver a explotar, despojar y oprimir. Mientras que nosotros, cuando los miramos, vemos ante nosotros no a unas víctimas como nosotros, no a unos hermanos en el sufrimiento, sino a unos cosacos que llevan a cabo progromos, a unos antisemitas sedientos de sangre, a unos nazis disfrazados como si nuestros perseguidores europeos hubiesen vuelto a aparecer en Eretz Israel con kefias y bigote, pero fuesen nuestros viejos asesinos cuyo único interés era y sigue siendo cortar las gargantas de los judíos por gusto y diversión».

Una historia de amor y oscuridad - Amos Oz

Refugiados palestinos durante el mandato británico de Palestina, 1948. Fotografía de Fred Csasznik


Amos Oz comienza su novela describiendo la casa en la que se crió y, así, hablando de una cosa para en realidad hablar de otras, consigue que yo ya me sienta en casa. No negaré que haya habido un par de ocasiones en las que me haya despegado un poco de la lectura, algo casi inevitable en un libro de la extensión de este, pero son muchas más las que he sonreído, me he maravillado, me he conmovido. Disfruto de la furia de Arie cuando descubre que el pequeño Amos, al que por primera vez le ha concedido un hueco en su biblioteca para guardar sus libros, ordena estos por tamaño. Me embeleso con la voz de la tía Sonia, recordando la infancia y juventud de su hermana Fania, revisando su condición de mujer y comparándola con los no sabe si nuevos tiempos, creyéndose inferior intelectualmente a sus hermanas cuando paradójicamente por obra y pluma de su sobrino me deja perlas como «El único viaje del que no se vuelve con las manos vacías es el interior. En el interior no hay fronteras ni aranceles, se puede llegar hasta las estrellas más lejanas» o «Puede que precisamente quien menos querido es, si no es envidioso ni rencoroso, tenga en su interior más amor que dar. ¿No? No estoy muy segura de lo que acabo de decir. Tal vez sólo sea un cuento que me explico a mí misma antes de dormir. Tal vez todos nos contemos cuentos antes de dormir para tener menos miedo». Me enamoro también un poco de la maestrazelda, la poetisa Zelda, al igual que hizo el pequeño Amos. No tengo palabras, ni quiero buscarlas porque sé que ninguna me serviría, para relataros la noche del 29 de noviembre de 1947 en la que la ONU votó a favor de la creación de un estado judío dentro de Palestina. Yo estaba allí. Amos Oz me llevó y yo salté de la cama y pasé de brazos en brazos hasta aterrizar en los de sus padres y fundirme con ellos. Yo vi. Yo escuché. Yo grité y mi impotencia largamente contenida se disolvió en lágrimas. Yo sentí y recibí el sentimiento de otros. Yo lo guardo en mi recuerdo como un tesoro.
Cuando Amos Oz era niño, cada tres o cuatro meses, él y sus padres se preparaban cuidadosamente. Salían de casa e iban a la farmacia en un día y una hora convenidos. Allí estaba el único teléfono del barrio. La cita se había concertado por carta con la suficiente antelación. A la hora acordada, ni demasiado tarde, para no hacer esperar, ni demasiado temprano, por si se adelantaban, solicitaban a la operadora que les conectase con la familia de Tel Aviv. Tras iniciarse la comunicación, tan solo una escueta conversación en la que se preguntaban mutuamente si se encontraban bien y ambas partes lo confirmaban. La escena resulta casi cómica pero no lo es teniendo en cuenta que la vida dependía de un hilo y que tal vez esa fuese la última ocasión en que escuchasen sus voces. El pequeño Amos por aquel entonces en el único hilo en el que pensaba era en el telefónico que atravesaba desiertos, pedregales, montañas y colinas y en su fragilidad, ya que lo imaginaba, y tal vez no muy equivocadamente, expuesto a la climatología, a los ataques árabes y a los animales salvajes. Yo, en cambio, pienso en el hilo que trenzan los recuerdos, y no solo en los propios sino en los heredados e incluso los inventados. Pienso en los hilos que traman historias. Evoco al Amos niño y a su madre inventando historias por turnos entre los dos. Recuerdo la declaración del Amos hombre en la que revela que nunca ha hablado con nadie de su madre hasta escribir estas páginas. Y entonces pienso en que tal vez haya algo de razón en eso que dijo la tía Sonia acerca de que nos contamos cuentos para tener menos miedo. Y, por supuesto, y como siempre, no puedo dejar de pensar en el milagroso hilo de conexión que son los libros, en todo lo que ha comenzado a revivir en cuanto he abierto mi ejemplar de Una historia de amor y oscuridad. En este caso, además, siento un tonto orgullo, como si, en lugar de de un puesto de segunda mano, hubiese rescatado este libro de entre los mismísimos escombros de la guerra que se desató tras esa noche de aquel 29 de noviembre de 1947.

Una historia de amor y oscuridad - Amos Oz

Kibutz Hulda. Fotografía de Zoltan Kluger

«Por aquellos años, como he dicho, esperaba crecer y convertirme en libro.
No en escritor, sino en libro. Por miedo.
Pues todo aquel cuyos familiares no habían llegado a Palestina tuvo que admitir finalmente que los alemanes los habían matado a todos. Había en Jerusalén un miedo que la gente se esforzaba en enterrar en lo más profundo de su pecho. Los tanques de Rommel casi habían llegado a Eretz Israel. Los aviones italianos habían bombardeado durante la guerra Tel Aviv y Haifa. Y quién sabe qué más nos harían los británicos antes de irse. Y, después de su marcha, una multitud de árabes sedientos de sangre, millones de musulmanes exaltados, se alzarían y en unos cuantos días no masacrarían a todos. No dejarían con vida ni a un solo niño.
Por supuesto los adultos se esforzaban en no hablar de ese terror en presencia de los niños. Y en cualquier caso, nunca en hebreo. Pero a veces se les escapaba alguna palabra. O alguien gritaba en sueños. Las casas eran pequeñas y opresivas como jaulas. Por la noche, después de apagar la luz, oía sus murmullos en la cocina mientras se tomaban un té con galletas, y podía captar palabras como Chelmo, nazis, Vilna, partisanos, Aktion, campos de exterminio, trenes de la muerte, tío David, la tía Malka y también el pequeño Daniel, el primo de mi edad.
De alguna forma el miedo te traspasaba: los niños de tu edad no siempre crecen. Muchas veces los matan en la cuna. O en la guardería. En la calle Nehemías a un encuadernador de libros le ha dado un ataque de nervios, ha salido al balcón y ha empezado a gritar, judíos, salvaos, daos prisa, pronto nos quemarán a todos. El aire estaba saturado de terror. Y yo posiblemente había comprendido lo fácil que era matar a las personas.
Es cierto que no es difícil quemar los libros, pero a pesar de todo, si crecía y me convertía en libro, tenía la posibilidad de que un ejemplar perdido consiguiera salvarse, aquí o en otro país, en alguna ciudad, en alguna biblioteca remota, en el rincón de un estante olvidado por Dios: yo había visto con mis propios ojos cómo los libros consiguen esconderse, introducirse en la oscuridad del polvo entre tomos apretados, debajo de montones y montones de fascículos y revistas, y encontrar un escondite oscuro detrás de otros libros...»

Una historia de amor y oscuridad - Amos Oz

Vista de Jerusalén a principios del siglo XX. Fotogaría de la American Colony (Jerusalem)


Ficha del libro:*
Título: Una historia de amor y oscuridad
Autor: Amos Oz
Traductora: Raquel García Lozano
Editorial: Siruela
Año de publicación: 2015
Nº de páginas: 704
ISBN: 978-84-16280-39-1
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*El ejemplar que yo he leído corresponde a una edición del año 2006 de Círculo de Lectores por cortesía de Ediciones Siruela. Traducción también de Raquel García Lozano.
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