Revista Salud y Bienestar
Para entender la importancia de la anestesia nos bastará con recordar que, sin ella, una buena parte de las intervenciones quirúrgicas que vienen realizándose hoy, no serían posibles. En este capítulo versaremos sobre la anestesia general, aunque sin olvidar que existen, siendo muy utilizadas también, la anestesia regional y la local. Para dormir a alguien de forma completa suelen aplicarse cuatro tipos de componentes que, unidos, posibilitan la anestesia general. 1/ medicamentos que producen amnesia, es decir para que no se recuerde ese momento. 2/ hipnóticos, llevan al paciente a un sueño profundo. 3/ analgésicos, para que no duela. 4/ y relajantes musculares, para que, aunque el cirujano estimule un músculo, este no se contraiga. Hasta la llegada de la anestesia tal y como la conocemos, en el siglo XIX, los pacientes estaban despiertos durante las intervenciones quirúrgicas. Esto suponía provocarles un enorme sufrimiento, por lo que convirtió la velocidad y la precisión en las cualidades más importantes de un cirujano, que necesitaba, además, las dosis de valentía necesarias para ejercer su especialidad… Los cirujanos eran entrenados para operar rápidamente, inmovilizando al paciente e ignorando su sufrimiento. La anestesia supondría el regalo más preciado para los pacientes, no obstante, y aunque fue descubierta en 1795, no comenzó a utilizarse rutinariamente hasta casi un siglo después. Los primeros facultativos que la usaron fueron despreciados por la comunidad médica. ¿El motivo? Pensaban que la rapidez y la precisión, de las que hasta entonces se jactaban los cirujanos, perdería relevancia. En el Génesis aparece la primera intervención quirúrgica, debió de ser con algún tipo de anestesia y contó con Dios, como primer anestesista: “Y Jehová Dios hizo que un sueño profundo cayera sobre Adán, y él se durmió. Y tomó uno de sus costados, y cerró la cavidad de la carne que había debajo” Es probable que los primeros anestésicos fuesen el frio y el calor, aplicados localmente, según cada caso y el tipo de dolor y de lesión… Más tarde, por vía inhalatoria, pudo servir el humo producido por la quema de determinadas plantas como la amapola, la mandrágora, el beleño o el cáñamo de la India. Por supuesto que no tardó en usarse la intoxicación etílica, que también se cita en la Biblia, concretamente con Noé: quien bebió un exceso de vino, y, mientras estaba inconsciente, fue llevado a su tienda para ser desvestido por sus familiares. Sin salirnos de los textos sagrados: se supone que en el 1200 AdC, Esculapio, el dios de la Medicina, usó una pócima de la hierba llamada “nepenté”, para producir insensibilidad a los pacientes que debía operar. Más tarde, en América, los indios peruanos masticaban hojas de coca. Los incas les atribuían propiedades sedantes, afrodisíacas y sobrenaturales, rodeándolas de misticismo y de brujería. Alrededor del siglo XIII se usó la llamada “esponja somnífera” o "bola dormidera". Se trataba de una esponja empapada con una mezcla de opio, jugo de mora, hiosciamina, mandrágora y otras hierbas, que se aplicaba sobre las narinas, hasta dormir al paciente. El descubrimiento de la anestesia general por inhalación, entre los años 1842 y 1846 fue el primer acto de lo que Lecène denominó la revolución quirúrgica del siglo XIX. El segundo acto sería el descubrimiento del método antiséptico de Lister (1867), seguido por la puesta a punto de Terrier y Halsted de la asepsia integral (1886-92). Suprimido el dolor y la infección operatoria, la cirugía hará, en pocas décadas, más progresos que los realizados en los 20 siglos anteriores. Los primeros agentes inhalatorios que se usaron en anestesia fueron de orígenes diferentes, pero tuvieron, en común y en su comienzo, una aplicación como drogas de entretenimiento. El éter dietílico comenzó a usarse, en Gran Bretaña, a modo de droga recreativa, ya que resultaba más barata que las bebidas alcohólicas. En EEUU una variedad de esa práctica era utilizada por estudiantes de medicina, que se aplicaban toallas impregnadas de éter, para divertirse en sus fiestas nocturnas. Luego apareció el protóxido de nitrógeno, también llamado gas hilarante, por su propiedad desinhibitoria y por producir la risa de quienes lo inhalaban. En 1846 Morton introdujo cambios que supusieron toda una revolución en el dispositivo mediante el cual se administraba el éter. Hubo un antes y un después de Morton, tanto, que a finales de ese año se creaba el término “Anestesia”. Pocos meses después, en Edimburgo, el obstetra James Y. Simpson fue de los primeros en utilizar el éter para el alivio del dolor en el parto. No muy satisfecho, buscando otro producto que fuera más placentero y rápido, introdujo, en 1847, el cloroformo en obstetricia. En el Londres de 1850, por sus contribuciones al avance de la anestesia, John Snow será considerado como el primer médico especializado en esta disciplina. Rápidamente se dio cuenta de los inconvenientes de los inhaladores de éter que venían usándose, procediendo a perfeccionar las mascarillas, instalando válvulas unidireccionales y haciéndolas más ajustables. En esa época es cuando se inicia la gran discusión sobre la legitimidad de utilizar los nuevos anestésicos durante el parto, primero, por parte del clero, y también por muchos obstetras, ya que se decía que el parto era un proceso natural, incluyendo sus manifestaciones dolorosas. Existía, además, la discutida frase bíblica “parirás con dolor”. Aunque en realidad, en el texto hebreo original no se emplea la palabra “dolor”, sino que se habla de tensión, esfuerzo o pena. Sin embargo, muchas damas de la aristocracia británica de la época utilizaron anestesia al parir. Así es como, con ocasión del penúltimo parto de la reina Victoria, en 1853, su obstetra llamó a Snow para anestesiarla. A pesar de la discreción de sus médicos la noticia cundió, lo que llevó a Thomas Wakley, editor y fundador de The Lancet, a escribir un editorial injurioso en el que criticaba a los médicos de la reina por arriesgar su vida. Ni la reina, ni sus médicos hicieron caso del artículo. John Snow anestesió a su real paciente, administrándole dosis analgésicas de cloroformo con un pañuelo plegado sobre la cara, técnica que se popularizó con el nombre de “Chloroforme à la Reine”. Victoria pudo evitar el dolor del parto, y disfrutó del alivio que el cloroformo le suministró. Así podemos ver lo que escribió en su diario: "El Dr. Snow me dio ese bendito cloroformo y el efecto fue rápido, calmante y encantador, más allá de toda medida". Luego que esta positiva opinión de la reina fue conocida, la gran discusión existente sobre el uso de la anestesia en el parto fue zanjada, por lo menos en Gran Bretaña (no olvidemos que la monarca era la cabeza visible de la Iglesia Anglicana). Cuatro años más tarde Snow fue nuevamente llamado al Palacio para el ultimo parto de la reina. Al parecer se demoró y, cuando llegó, el príncipe Alberto ya había empezado la anestesia, dándole a su esposa un poco de cloroformo. Esta debió ser la única vez en la historia que una reina tiene a su príncipe consorte, como anestesista. Poco a poco fueron apareciendo nuevos agentes gaseosos. Así se empezaron a usar los agentes halogenados como el ciclopropano, el tricloroetileno (Trilene), el halotano (Fluotane) y el metoxiflurano (Penthrane). El descubrimiento de los barbitúricos de acción ultracorta y potente permitió su uso como agentes de inducción anestésica. Fue así como, en 1934, Lundy introduce el Pentotal, cuya utilización se expandió rápidamente, siguiéndole posteriormente otros barbituratos. Del Pentotal deben conocerse sus otros usos, que los tuvo… -. Como suero de la verdad, por su capacidad de mejorar la relación con el paciente y por la depresión que produce, en las funciones corticales superiores. -. En forma de inyección letal, como forma de aplicar la pena de muerte, a los condenados de no pocos estados. -. De igual modo, a la hora de aplicar la Eutanasia, en algunas latitudes como los Países Bajos. A estos agentes hipnóticos inductores, debemos agregar el aporte que significó, para la anestesiología, la aparición de los agentes curarizantes, por lo importante y necesario que resulta una buena relajación muscular.