Taigu Ryokan (1758-1831, Japón) vivía muy feliz en su choza en las montañas. Para ser un ermitaño se mantenía muy ocupado con su poesía, caligrafía, jugando con los niños del pueblo y ayudando a los pobres de la comunidad.
Una tarde, mientras Ryokan estaba en zazen, llegó un ladrón. Buscó algo para robar, pero Ryokan no tenía nada más que un pincel, papel, comida para el día y la ropa que llevaba puesta.
Ryokan lo sorprendió mientras el ladrón intentaba huir.
—Gracias por tomarte el tiempo de venir a visitarme. No te vayas con las manos vacías. Por favor llévate mi ropa. Es un regalo.
El ladrón tomó la ropa del poeta y se escabulló en la noche.
Ryokan se sentó afuera de la choza, mirando la luna.
—Pobre hombre—, dijo el ermitaño suspirando. —¡Me hubiera gustado darle esta hermosa luna!
Tomó su pincel y escribió éste poema que quedó como testimonio de la experiencia:
El ladrón dejó detrás:
la luna
en mi ventana.