denotaba la procedencia de la zona asiática no lejana al mar Mediterráneo. Estaban desembarcando (si es que así puede llamarse al salir de la barca semi-hundida con agua hasta las rodillas, portando a hombros o en brazos a los niños y en alto algunos objetos) y se iban sentando, ateridos y acobardados, en la ribera, mientras al rato acudían unos escasos efectivos uniformados o identificados con la cruz o la luna rojas y trataban de socorrerles con mantas y botellines de agua. Me llamó la atención una pareja joven, ella en muy avanzado estado de gestación, y a quien él (barba poblada y bigote negros) atendía con especial solicitud y con gestos de enorme cariño.Cuando recibieron sus mantas y algo de alimento, se arrebujaron y esperaron hasta que un camión que llegó al rato se los llevó. Nada más pude ver yo de esta joven pareja hasta que en mi sueño me hallé situado en la frontera de Serbia con Hungría, en la que había congregada una gran multitud, todas las gentes medio desarrapadas y con los inconfundibles rostros del cansancio, el hambre y la ansiedad, vistiendo y mostrando su indudable procedencia como migrantes asiáticos. Los más jóvenes estaban intentando sobrepasar una alambrada con cuchillas cortantes, mientras la policía
apaleaba brutalmente a diestro y siniestro para evitar la entrada en Hungría. Vi a un lado, entre la multitud, a aquella pareja desembarcada en la isla de Lesbos, ambos con semblante triste y resignado, denotando angustia, sin osar siquiera acercarse a la zona más próxima a la frontera; y al cabo de un rato les vi empujados a un autobús en el que un guardia repetía la palabra “Deutschland” (Alemania). En medio de mi escudriñador sueño me sentí luego en la frontera entre Grecia y Croacia, en la que se repetía la imagen de la enorme multitud, de los policías conteniéndola y del ansia por alcanzar el otro lado. En esta ocasión, la policía requería con más normalidad la documentación a los que pretendían seguir el camino. Y entre la gente se hallaba aquella pareja de futuros padres de la frontera húngara, de la playa de Lesbos, a los que, de forma involuntaria o desconocida, yo estaba siguiendo. Cuando se les requirió la documentación hizo el hombre un gesto como dando a entender que carecía
de ella, y se les pasó a una tienda de campaña en la que estaba escrito en caracteres latinos un letrero de “por documentar”.Y se me desvaneció la visión, hasta que en mi sueño inquieto de aquella noche, supongo que bastante después y adobado con algunos o varios ronquidos, vislumbré una tierra secarral con algarrobos, higueras y olivos, colinas suaves y secos riachuelos abarrancados, en la que a lo lejos había una luz que brillaba diferente a las habituales, hacia la que me sentí casi empujado.Estaba la luz sobre una choza mal arreglada, de cañizos rotos y techumbre que semejaba de adobe, y de su interior salía el llanto de un niño, cual recién nacido. Me asomé al chamizo y contemplé pasmado cómo en los brazos de una mujer (de aquella mujer grávida que había seguido desde su arribada a Lesbos, la de las fronteras de Hungría y de Croacia), se hallaba un pequeño bebé. Morenito él, que lloriqueaba mientras parecía buscar el lácteo sustento desde su madre, al tiempo que el hombre (sin duda el padre) intentaba desplegar una raída manta con la que taparles. Me miraron (me parece recordar que también el niño) y me sonrieron, como mostrando con alborozo la escena. Me percaté de que aquello era algo más que un sueño: ¡Era el anuncio de otra manera de una Navidad que, pese a quien pese, llega todos los años, e invita a alegrarnos porque Dios ha nacido!Cuando quise hablar a la madre y al hombre, el estridente pitido del despertador me situó en la realidad. Hubiera querido volver a la escena (vivida o soñada, no lo sé) pero en la ducha me convencí de que a la humanidad, a todos nosotros, a cada uno, nos hace mucha falta reflexionar de manera generosa y abierta sobre el milagro de la Navidad. Que no es solamente (aunque es lo transcendental) porque nació Jesús; es porque de aquello ha manado la alegría, el amor, la bondad, y (para los creyentes) la redención.
Que es lo que el mundo celebra, lo nieguen u oculten algunos infelices que más que nadie necesitan precisamente ese amor navideño.Me perdonará el lector por este “cuento”, mitad migratorio, mitad azucarado, mitad confidencia, algo pretencioso en la moralina quizás, pero eso es lo que me aconteció (o pudo ocurrirme, pues era un sueño) y por ello, a todos los hombres de buena voluntad, a quienes esto leyeren (les gustare o no), y a quienes no pudieren hacerlo, y a quienes les sería muy útil conocerlo, a todos ellos, va dedicado.
¡FELIZ NAVIDAD!
¡ESTAMOS OBLIGADOS A SENTIRNOS FELICES PARA HACER FELICES A LOS DEMÁS!
"Honraré la Navidad en mi corazón y procuraré conservarla durante todo el año"Charles Dickens (1812-1870) Escritor británico.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA