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Una historia que me contaron

Publicado el 04 octubre 2014 por D10
Hay quienes me están pidiendo que hable de fútbol otra vez y otros que quieren que abandone el fútbol para siempre. Con la intención de irritar a ambos bandos voy a postear lo siguiente:
Alguien me contó la historia de Calógero Uliambre, un futbolista que en los últimos años de carrera fue presa de temblores que ni médicos ni curanderos supieron explicar, y que lo alejaron de las canchas y de la sociedad.
Era un hombre hosco de barba abundante, poco dócil al contacto con los humanos, y en la cancha tenía la utilidad de ocupar un puesto. Cuando empezó a sufrir temblores perdió los ya escasos dotes de puntero derecho. Le erraba a la pelota o pateaba mal, los árbitros que desconocían el problema de Calógero solían sancionarlo creyendo que el delantero estaba fingiendo faltas, quedaba siempre en off side, le era casi imposible controlar el cuerpo. Fue tan grande la frustración que decidió encerrarse en el oscuro rancho donde vivía. La reclusión no hizo sino aumentar la pena hasta que un día no soportó más y creyó encontrar la solución en un revólver. El primer intento de suicidio inició a una serie de cruentas fatalidades.
Calógero apoyó el caño del revólver en la cien y apretó el gatillo, el inquieto pulso de las manos desvió el arma, la bala pasó rozándole el sombrero, y dio en un vendedor de helados que pasaba por la puerta del rancho.
Me erré fiero. Dijo con expresión contemplativa.
Ahora cargaba con la culpa de haber asesinado a un hombre, con el temor a ser descubierto, y con el cadáver del peón a quien queriendo tomar de las axilas, agarró por debajo de las ingles y arrastró hasta un pozo ciego. El segundo intento no fue mejor. El balazo atravesó la ventana y dio en la frente de un gitano que leía la suerte en la puerta de un bar. Esta vez Calógero fue más precavido, intentó tomar el cadáver por debajo de las ingles pero terminó tomándolo de las comisuras de los labios, así arrastró el cuerpo hasta el pozo ciego donde, decidido a utilizar otros métodos, también arrojó el revólver.
Intentó envenenarse pero las incontrolables manos de Calógero vaciaron el frasco de cianuro en el suelo y salpicaron la comida del gato que murió por la noche. Quiso ahorcarse pero los temblores impidieron que pudiera colocarse la soga en el cuello y terminó ahorcando al perro. Tomó otro revólver y huyó al desierto donde volvió a fallar y dio muerte al camello. Entre lamentos pensó que al fin cumpliría el sueño de su vida y la inanición y el ardiente sol terminarían por matarlo, pero los temblores hacían que Calógero vibrara en una frecuencia donde la realidad y la fantasía convergen y, pese a suplicar lo contrario, dos beduinos producto de un espejismo lo devolvieron al rancho junto al camello muerto. Como pudo subió al techo y se arrojó al vacío pero los temblores del cuerpo causaron un efecto que aminoró la fuerza de la caída colocándolo suavemente sobre tierra firme.
En un último intento por sostener una esperanza de muerte, creyó que el problema de los temblores hallaría solución si el mundo temblara al unísono con él, y decidió mudarse a una región sísmica. Partió hacia Chile pero los temblores cada vez más fuertes lo desviaron del camino y terminó en Brasil. En el trayecto soportó sin reacción las burlas de personas que lo creían rezagado de una murga. Aprovechó el pulso inquieto para hacer dedo y un chileno que volvía de una expedición al Amazonas en una moto destartalada lo recogió devolviéndole el destino.
Una vez en el país trasandino el ex delantero corrió hacia la estación de trenes, esperó a que el tren estuviera cerca, y se arrojó a las vías, momento en el que un sismo sacudió la región colocando a Calógero de nuevo en el andén. En el suelo hubiera querido quedarse hasta que una víbora lo mordiera, hasta que una araña lo picara, hasta que un rayo le cayera, pero las réplicas del sismo hicieron que el cuerpo de Calógero en absoluto estupor catatónico se levantara y caminara en incontrolable dirección.
Cuando cesaron las réplicas del sismo, Calógero, ahora en Bolivia, advirtió que sus temblores habían desaparecido. Dando brincos de alegría, rejuvenecido, pensando en retomar la actividad deportiva, regresó al oscuro rancho donde la policía lo esperaba con orden expresa de abrir fuego contra el peligroso criminal que había asesinado a un heladero, a un gitano, a un gato, a un perro, y a un camello. Eludió la balacera escondiéndose tras un árbol al que ágil se trepó hasta quedar en lo más alto donde logró que la policía le perdiera el rastro. Llegada la madrugada Calógero descendió sigiloso por las ramas y entró al rancho donde preparó los pertrechos para la huida negándose a ver que los temblores estaban regresando. No alcanzó a llegar a la calle que unos espasmos en el cuerpo anunciaron un futuro previsible. Rápido buscó una cuerda y se ató a un árbol deseando que el mal fuera momentáneo. Los temblores cada vez más fuertes hicieron que el árbol en el que se había atado despegara las raíces del suelo y Calógero, los incontrolables espasmos del ex delantero con el árbol a cuestas, se perdieron en el monte.
Durante años la gente del pueblo escuchó historias acerca de un monte encantado donde los árboles podían moverse. No conocían la verdadera historia de Calógero Uliambre de quien nunca más nadie volvió a saber.
*Pasenlá joya. 

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