Revista Arte

Una lealtad dolorida, una conversión prometida y una Historia de ambición, santidad y muerte.

Por Artepoesia
Una lealtad dolorida, una conversión prometida y una Historia de ambición, santidad y muerte.
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Cuando la esposa del rey Carlos I de España tuvo en 1535 a su cuarta hija, Juana, se asentó ya definitivamente en Toledo. Allí, la que fuese infanta de Portugal Isabel de Avis, con poco más de treinta años, se rodeó de una pequeña corte de poetas y pensadores mientras el rey, su esposo, el también Emperador Carlos V, recorría toda Europa viajando por sus dominios. Uno de ellos fue un descendiente del que fuese el perverso y taimado Papa Alejandro VI entre 1492 y 1503, su bisnieto Francisco de Borja y Trastámara. Enviado de niño a la corte de Carlos I, en 1528 contrajo ya matrimonio con una dama portuguesa de la corte de Isabel, Eleanor de Castro.
Heredó Francisco de Borja de su familia el ducado de Gandía y recibió de la corona el marquesado de Llombay. Su padre fue Juan de Borja y Enríquez de Luna (1494-1553), hijo a su vez de Juan de Borgia (1474-1497), asesinado en Roma por ser el hijo favorito del Papa Rodrigo Borgia, y de María Enríquez de Luna, prima del rey Fernando el Católico, por lo que estaba emparentado, además, con la dinastía aragonesa. La madre de Francisco de Borja fue Juana de Aragón, hija natural del Arzobispo e hijo, también natural, del Rey Fernando el Católico, Alonso de Aragón
Francisco de Borja sentía un profundo cariño por la reina; estaba, se decía, platónicamente enamorado de ella. Así que, cuando en la primavera de 1539, encontrándose en Toledo nuevamente embarazada la reina Isabel (que realmente nunca pudo ostentar este título, ya que la verdadera reina de España, Juana I,  y madre de su esposo, seguía aún viva), no pudo superar este fatídico parto y falleció, desangrada, a los treinta y cinco años. El rey Carlos I, desolado, se retiró al cercano monasterio toledano de la Sisla, y le ordenó a su hijo Felipe que presidiese el cortejo fúnebre con el cuerpo de su madre desde Toledo hasta ser depositado en Granada, pues en esta ciudad quiso su esposa Isabel ser enterrada. Como caballerizo de la emperatriz, Francisco de Borja, también acompañó a la real comitiva hasta la Catedral granadina. 
Allí, apenas depositaron el féretro de la reina, el joven Borja, como oficial caballerizo mayor, debía dar fe, abriendo el ataúd, de los restos de la esposa del rey. Sólo después de hacerlo, al no reconocer la entonces belleza de la hermosa reina, únicamente pudo decir: No puedo jurar que ésta sea la Emperatriz, pero sí juro que fue su cadáver el que aquí se puso.
Años después, cuando Eleanor de Castro también falleció en 1546, Francisco de Borja renunció a todos sus honores, títulos y derechos para ingresar en la orden religiosa jesuíta. Rechazó incluso la púrpura cardenalicia y sólo, como simple sacerdote jesuíta, consiguió alcanzar años más tarde ser general de la orden en España y, en 1565, conseguir incluso la más alta dignidad al llegar a ser Padre General de toda la orden. Un siglo después el Papa Clemente X le canonizó alcanzando así la mayor gloria de su fe. Cuentan las leyendas que, estando frente al féretro de la Emperatriz en Granada, no pudo soportar la desdicha, y los sentimientos, de súbito, le traicionaron. Cuando vió por última vez el cuerpo sin vida de Isabel de Avis, abrazándose a un caballero del séquito que le acompañaba,  pronunció sollozando casi: Nunca más serviré a un señor que se me pueda morir; cumpliendo así literalmente, casi siete años después, definitivamente, su promesa.
(Cuadro del pintor español José Moreno Carbonero, 1858-1942, Conversión del Duque de Gandía, 1884; Óleo de Tiziano, La emperatriz Isabel de Portugal, 1548, pintado por Tiziano de un retrato anterior de la reina, Museo del Prado; Cuadro del pintor Anton Van Dyck, Emperador Carlos V, 1620; Retrato del Papa Alejandro VI; Cartel de Gandía (España) con el grabado de San Francisco de Borja; Retrato del rey Fernando II de Aragón, rey Católico de España, 1490; Boceto de un cuadro del genial Goya, San Francisco de Borja y el moribundo, particular, 1788.)

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