En las viejas novelas de misterio el culpable siempre era el mayordomo. Daban mil vueltas para embaucarnos, pero el lector avezado ya sabía que el tipo estirado de la levita, de educación exquisita, el que miraba por encima del hombro al protagonista, era el malo.
Pero esas novelas acababan cuando el sibilino mayordomo era descubierto y los grilletes se cerraban en sus muñecas.
En el Vaticano, no. En el Vaticano la novela comienza cuando acaba la otra. Cuando al mayordomo lo encarcelan.
En el Vaticano, al mayordomo, presunto culpable, lo arrojan a la mazmorra medieval en los sótanos de la basílica de San Pedro. Unos investigadores con solideo y fajín morados han descubierto que Paolo Gabriele es un traidor que ha robado correspondencia privada al papa B16. Abuso de confianza, sacrilegio.
Nos dice que la policía vaticana (no sabemos si provista de alzacuello o con pica y bombachos a rayas) lo ha arrojado al fondo de una celda, quizá un residuo ahora recuperado de la terrible Inquisición. Los portavoces de la única teocracia que existe en Europa dicen que el reo está amparado por el Código Penal Vaticano. Sudores me dan cuando lo leo. La legislación vaticana. ¿Estará basada en el Derecho Canónico? ¿Qué parlamento ha legislado dicho código? Le pueden caer treinta años de cárcel. ¿Hay prisiones en el Vaticano o lo remitirán a las cárceles italianas para que cumpla condena? Tal vez lo dejen en esa mazmorra inquisitorial en la que está encerrado desde hace días. ¿Le aplicarán los correspondientes tormentos para que confiese?
Quizá los turistas que en estos días pasean en pantalones cortos por las galerías de los Museos Vaticanos, disfrutando de los tesoros que atestan sus rincones, puedan escuchar, siquiera levemente, los desgarradores gritos provenientes de los lúgubres sótanos, donde el primer preso de la nueva Inquisición es sometido a la rueda, la cuna de Judas o la doncella de hierro.
Me pregunto qué dirá el Código Penal Vaticano sobre la pederastia. Lo ignoro pero por lo que tenemos visto y comprobado se debe castigar con un cambio de parroquia.