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Una meditación sobre la morfología flexiva

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

Una meditación sobre la morfología flexiva

La flexión es la particularidad de un grupo específico de lenguas, dentro del cual se encuentra el español. Una rama de la morfología se ocupa de estudiar dicho fenómeno.

En este díptico meditaremos sobre el tema.

Una meditación sobre la morfología flexiva

    Algunas digresiones filológicas antes de entrar en materia

El DLE (al menos, en la acepción que nos concierne) define la palabra flexión de la siguiente manera: "Alteración experimentada por algunas voces, que consiste en un cambio en la terminación, en la vocal de la raíz o en otros elementos, y que codifica diversos contenidos gramaticales"[1]. Esta alteración, que se observa fundamentalmente en los idiomas indoeuropeos, sirvió de base para la conocida clasificación de las lenguas humanas en monosilábicas, aglutinantes y flexivas, que propuso en su momento el lingüista alemán August Schleicher. Esta clasificación fue superada con el tiempo; sin embargo, la flexión, en tanto fenómeno lingüístico, sigue siendo un hecho incuestionable.

En el siglo XIX, al comparar las lenguas indoeuropeas, se llegó a reconstruir el tipo de lengua primitiva que ya tenía todos los caracteres morfológicos de la flexión. Ya entrado el nuevo siglo, se consideró que estos caracteres pudieron haberse producido por una especie de aglutinación, es decir, por la adición de palabras independientes a palabras conceptuales o raíces. Decía Lenz al respecto: "Es difícil, sino imposible, establecer con claridad la diferencia entre una terminación aglutinante y una flexión. [...] La diferencia entre ambas consiste únicamente en la relativa disolubilidad de la aglutinación en elementos con significado de relación más o menos claro"[2].

Sucede que, en las llamadas , por circunstancias principalmente de origen fonético, la palabra conceptual o raíz se junta muchas veces con los elementos de relación, lo que hace imposible, en la mayoría de los casos, distinguir dónde acaba una y dónde empiezan los otros. Podría esperarse que esta alteración fonética produjera un oscurecimiento en la lengua, puesto que desfigura los elementos de relación gramatical; pero, de hecho, no ocurre así, pues el pensamiento, por más que por momentos se enrede, adquiere mayor rapidez al concebir juntos el concepto y sus eventuales componentes relacionales.[3] Por ejemplo, al decir "quiero" se nos viene a la mente la idea de querer relacionada con uno mismo y en el tiempo de ahora. No obstante, al decir "quisimos", modificamos los elementos de relación de persona, número y tiempo, por lo que de la palabra conceptual querer solo queda el fonema /k/ (= qu), que ni siquiera puede subsistir de manera independiente.[4]

Para muchos lingüistas, estos fenómenos manifiestan una tendencia a simplificar el lenguaje. Lo cierto es que nada nos permite colegir, ni en el individuo ni en la comunidad hablante, algo semejante; menos aún en español, que, cuando perdió formas de la conjugación latina, creó otras nuevas o las sustituyó por perifrásticas.

En las lenguas flexivas, las palabras pueden dividirse en raíz y desinencia. De la raíz (también llamada lexema o morfema base) diremos que, en sí misma, no siempre corresponde a una categoría gramatical determinada, sino que, por lo general, esta le es dada por la desinencia (también llamada morfema). Recordemos que la flexión del sustantivo se llama declinación, y la del verbo, conjugación.

En la actualidad, la morfología flexiva es la que se ocupa de estudiar estos fenómenos. La NGE así lo expresa:

Estudia la morfología flexiva las variaciones de las palabras que implican cambios de contenido de naturaleza gramatical con consecuencias en las relaciones sintácticas, como en la concordancia ( Ellos trabajan) o en la rección ( para ti). El conjunto de estas variantes constituye la flexión de la palabra o su paradigma flexivo.[5]

Así pues, podemos observar que, en los sustantivos y los pronombres, el número aporta información cuantitativa sobre las entidades que se designan ( camas, aguaceros). Sin embargo, no ocurre lo mismo con el número de los determinantes ( las, esas), el de los adjetivos ( sordos, grises) y el de los verbos ( Las ideas vuelan) en donde esta información solo aparece por razones de concordancia.

El género de los sustantivos y pronombres aporta también información significativa en algunos casos ( doctor/ doctora), pero no lo hace en muchos otros (taza, césped), y tampoco en los determinantes y adjetivos. La persona es una particularidad de los pronombres personales ( yo, , él, etc.) y de los determinantes posesivos ( mi, tu, nuestro, etc.), que también ostenta el verbo por razones de concordancia ( Yo deliro; Tú deliras; Él delira).

En muchos idiomas, algunas relaciones sintácticas se revelan por efectos de la declinación, llamada también flexión de caso. En español, la declinación ha quedado reducida al paradigma de los pronombres personales. Así, el pronombre yo se usa en el caso recto o nominativo, que corresponde principalmente al sujeto; el pronombre (caso oblicuo) se limita a los contextos preposicionales: detrás de mí, acuérdate de mí, para mí. Cuando cumple la función de objeto directo, adopta la forma me propia del acusativo y, cuando cumple la de objeto indirecto, se muestra como dativo, que, en el pronombre de primera persona del singular, coincide con la forma del acusativo: ya me lo decía.

Las flexiones de tiempo, aspecto y modo son exclusivas de los verbos. La flexión de tiempo sitúa la acción verbal en el momento en que se emite el enunciado. La flexión de aspecto expresa la estructura interna de la acción verbal y ayuda a diferenciar, por ejemplo, una acción que inicia ( comencé a trabajar) de otra que se repite (sigo trabajando). La flexión de modo da cuenta de la actitud del hablante respecto de la información que se enuncia y, a su vez, la dependencia formal de algunas palabras respecto de los contextos sintácticos en los que estas aparecen.

Como ya hemos explicado en otro artículo, la flexiva es solo una de las dos ramas de la morfología (la otra es la derivativa o léxica). Este artículo no tiene otra intención que complementar lo expuesto aquella vez.

[1] RAE y ASALE. Diccionario de la lengua española, edición online. Consultado el 11 de julio de 2021.

[2] Rodolfo Lenz. La oración y sus partes, Santiago de Chile, Editorial Nascimento, 1944.

[3] Conviene no ensalzar indebidamente la flexión sobre la aglutinación; pues, aunque la flexión comunique mayor rapidez al pensamiento, no debe pensarse que en una lengua que no sea flexiva no pueda llegar a suceder lo mismo. De hecho, un húngaro culto, que desde niño ha hablado el alemán, se expresa con igual facilidad en húngaro (lengua aglutinante) que en alemán (lengua flexiva), sin que se observe la menor diferencia en sus pensamientos en uno u otro caso.

[4] Hemos elegido un ejemplo exagerado (como lo sería también la comparación de doy y diste, haces o hicieron, etc.), pero lo suficientemente claro para que se entienda la razón por la que se tiende a reemplazar la verdadera flexión por otros elementos que aclaren la diferencia entre concepto y relación.

[5] RAE y ASALE. Nueva gramática de la lengua española, Madrid, Espasa, 2010.

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